Chicago. En su reciente novela «Soy Charlotte Simmons» (ver Aceprensa 40/05), Tom Wolfe presenta un retrato satírico de las actuales universidades elitistas y secularistas norteamericanas. Estos campus ofrecen a los jóvenes privilegiados (por más de 150.000 dólares) todas las superficialidades placenteras de la vida, pero carecen de una filosofía educativa que rinda homenaje a la verdad, al espíritu de servicio o a la virtud. Sin el contrapeso de sólidas influencias de mentores espirituales, de la familia y de amigos, el estudiante típico de una institución como la ficticia «Dupont University» que describe Wolfe sale graduado con profundas heridas en el alma y en el cuerpo, y casi con seguridad mal preparado para tener un matrimonio duradero, educar a los hijos o servir generosamente a la sociedad.
La descripción de la vida estudiantil que hace Wolfe -a veces con pasajes muy crudos- es exacta en gran medida (lo digo como capellán que fui de Princeton, una «Dupont» de las más importantes). Pero, por fortuna, existen alternativas. En Estados Unidos hay más de 700 universidades o «colleges» de afiliación religiosa que tienen cada vez más alumnos y ofrecen una formación y un ambiente muy distintos a los de «Dupont». Una muestra representativa viene descrita en el libro «God on the Quad» (St. Martin Press), publicado casi a la vez que el de Wolfe. La autora, Naomi Schaeffer Riley, colaboradora habitual de importantes cabeceras (como «The Wall Street Journal» o «The Boston Globe»), visitó veinte campus de distintas confesiones, como Notre Dame y Thomas Aquinas (católicos), Wheaton (evangélico), Bob Jones (fundamentalista), Yeshiva (judío ortodoxo), Baylor (baptista), Brigham Young (mormón) o Soka (budista). Habló con estudiantes, profesores y directivos, para descubrir qué hace de esas instituciones -por lo general pequeñas- alternativas atrayentes, eficaces y de éxito.
Ambiente distinto
Las veinte universidades que examina Riley fueron fundadas por personas o grupos religiosos, y siguen dando a sus alumnos una sólida formación religiosa, cosa que ya no ocurre en otras del mismo origen, como Harvard, la «Dupont» donde se graduó Riley. Muchas de ellas tienen un plan de estudios básico de humanidades con cursos obligatorios no solo de filosofía y teología, sino también de historia, arte, música y literatura. Esto asegura una educación teocéntrica y a la vez profundamente arraigada en la cultura occidental que bebe del pensamiento cristiano, nutrido a su vez en la sabiduría de Atenas y Jerusalén (una excepción es Soka, naturalmente).
La presencia de los graduados de esas universidades ya se hace notar en la sociedad. «Se están convirtiendo -dice Riley- en profesores, médicos, abogados, políticos, psicólogos, gestores o filántropos de los centros culturales y políticos del país».
Esto no significa que tales instituciones sean paraísos puros ni que sus alumnos sean todos modélicos. Riley no ignora las tensiones que existen en ellas, como en las demás. Pero el ambiente es distinto, como la autora hace ver en su semblanza de los jóvenes que estudian en los campus visitados: «Rechazan la educación vacía de espiritualidad de las escuelas secularistas. (…) Rechazan el relativismo intelectual de los profesores y el relativismo moral de sus coetáneos. No pasan sus años universitarios experimentando con drogas y sexo. (…) Se oponen al sexo fuera del matrimonio y a las relaciones homosexuales. La mayoría visten con modestia y no toman drogas ni fuman. Estudian duro (…). Si bien pueden no estar de acuerdo entre ellos en qué consiste ser una persona religiosa, dan por supuesto que seguir unas normas de conducta, por lo general las que enseña la Escritura, es requisito para llevar una vida moralmente buena, sana y productiva».
Cristianos activos en la Ivy League
Pero el revivir de la fe en la educación superior norteamericana no se reduce a la nueva popularidad que tienen los campus de afiliación religiosa. También en las universidades seculares más elitistas hay cada vez más cristianos comprometidos que no solo forman grupos, sino que además evangelizan sin miedo.
Un artículo reciente del «New York Times» (22-05-2005) describía con detalle un caso: el apostolado de estudiantes evangélicos en Brown University, sostenido por la Christian Union. Esta organización fue fundada hace tres años por algunos antiguos alumnos de universidades de elite con la finalidad expresa de «recuperar la Ivy League para Cristo». El mayor y más antiguo de estos grupos es sin embargo Campus Crusade for Christ, presente en docenas de universidades y con un presupuesto de millones de dólares. Esta y otras organizaciones son especialmente populares entre estudiantes que ya se comprometieron con la fe en sus años de secundaria.
Los universitarios evangélicos se reúnen regularmente para rezar y estudiar la Biblia, y no tienen reparo alguno en buscar activamente nuevos miembros. Estos grupos suelen estar oficialmente reconocidos por las universidades y cada vez es más común que no se identifiquen con ninguna de las confesiones protestantes tradicionales (episcopalianos, luteranos, presbiterianos…). Algunos son fundamentalistas en su interpretación de la Escritura y en su rigorismo moral; otros tienden más a la espiritualidad pentecostal, con abundantes manifestaciones de entusiasmo religioso.
En comparación, la presencia católica es poco visible. Sin embargo, en muchos campus hay capellanías católicas, con uno o dos sacerdotes ayudados por religiosas o laicos. Tras el Concilio Vaticano II, muchas de esas capellanías adoptaron desviaciones litúrgicas y doctrinales, y pusieron el acento en la actividad social por encima de todo. Por fortuna, el largo pontificado de Juan Pablo II ha ido provocando un cambio, y están llegando sacerdotes jóvenes deseosos de evangelizar y de conseguir conversiones y vocaciones. Además, muchos estudiantes católicos han participado en las Jornadas Mundiales de la Juventud o se han implicado con las nuevas realidades eclesiales como Focolares, Comunión y Liberación, Neocatecumenales, Renovación Carismática, Regnum Christi o la prelatura del Opus Dei. Así han surgido grupos que actúan en numerosos campus sin reconocimiento oficial de las universidades.
Evangélicos y católicos suelen trabajar juntos en los grupos pro-vida y otras causas. El crecimiento de «colleges» religiosos y el aumento paralelo de cristianos comprometidos en las universidades seculares son buenos presagios para la «Nueva Evangelización» que impulsaba Juan Pablo II, o el «Great Revival», en versión evangélica.
C. John McCloskey