La implantación de la enseñanza mixta en las escuelas públicas se justificó por la necesidad de acabar con los estereotipos sexistas. Lo que ahora se comprueba, cada vez con más claridad, es que niñas y niños no aprenden igual, porque presentan diferencias tan básicas como de constitución y desarrollo del cerebro. Esto es lo que Leonard Sax, médico y psicólogo estadounidense, quiere transmitir a padres y profesores en su libro Why Gender Matters (1).
Cuando Leonard Sax estudiaba en la universidad, era doctrina indiscutida que las diferencias de género (de mentalidad, maneras, inclinaciones y roles entre los sexos) son creaciones sociales, surgidas de que no se educa igual a niños y a niñas. Así, se incita a los chicos a rivalizar, a los deportes duros, a exhibir fuerza; mientras a las chicas se les enseña a colaborar más que a competir, a practicar la danza y a entretenerse en actividades sedentarias. Sin embargo, los sistemas de coeducación recientes no ha logrado la igualdad, como muestra una serie de tres citas consecutivas con que Sax abre el capítulo quinto de su libro.
Dos sexos en desventaja
Primero, Myra y David Sadker denuncian, en una obra de 1994, que en la escuela las chicas están discriminadas. La segunda cita es de Christina Hoff Sommers (ver Aceprensa 60/04), quien en The War Against Boys (2000) afirma que ahora son los chicos las víctimas de discriminación educativa. A renglón seguido figura lo que Jackie Woods, presidenta de la Asociación Americana de Mujeres Universitarias, dijo en una entrevista de 2002: «[La escuela] defrauda tanto a las chicas como a los chicos».
La secuencia refleja el desarrollo del reciente movimiento a favor de la educación diferenciada. Primero, las feministas descubrieron que en los colegios mixtos las alumnas recibían menos atención que los chicos y pocas destacaban en ciencias, mientras que en las escuelas femeninas las chicas tenían mejor rendimiento en todas las materias, también en las consideradas «masculinas» (matemáticas, educación física) según el estereotipo.
Luego fue el otro sexo el que empezó a alarmar. Los chicos rinden menos en la escuela, y la diferencia con las chicas se agranda.
La tercera cita, dice Sax, resume el problema. «La coeducación defrauda tanto a las chicas como a los chicos (…) en mayor o menor grado, por la simple razón de que chicas y chicos realmente aprenden de distintas maneras». Eso se debe, para empezar, a que sus cerebros no son iguales.
Diferencias innatas
Las principales diferencias de género no son producto de ninguna educación «sexista», sino innatas. Ya a los nueve meses, las niñas optan mayoritariamente por las muñecas y los niños, en mayor proporción aún, por los camiones de juguete. Eso no puede ser ninguna creación social, porque a esa edad los bebés no saben de qué sexo son y porque con las crías de chimpancés pasa lo mismo. Desde muy pequeñas, las niñas son más sensibles a los sonidos que los niños. Los recién nacidos no reaccionan todos del mismo modo a lo que entra en su campo visual: las niñas responden a expresiones faciales y los niños, a objetos en movimiento. Hay otras diferencias, que Sax cita, y algunas también se observan en los primates.
En las últimas décadas, la ciencia ha ido hallando las bases orgánicas de esas diferencias, que en la mayor parte de los casos están en el cerebro. En el ser humano y en otras especies, el cerebro masculino difiere claramente del femenino, y además desde el principio, antes de que las hormonas sexuales puedan tener alguna influencia. La raíz está en los cromosomas sexuales. En el tejido cerebral de un hombre abundan proteínas sintetizadas a partir de los genes del cromosoma Y. Tales proteínas no aparecen en el cerebro de una mujer, que en cambio es rico en otras, procedentes del cromosoma X, que a su vez no están en los cerebros masculinos.
Hay, además, diferencias en el desarrollo y funcionamiento del cerebro. En las chicas, las zonas del cerebro implicadas en el lenguaje y en la habilidad motora (como la necesaria para manejar un lapicero) maduran seis años antes que en los chicos; en estos, las zonas implicadas en la visión y la memoria espaciales maduran unos cuatro años antes. Para orientarse e identificar lugares o puntos en el espacio, las chicas emplean la corteza cerebral, y los chicos el hipocampo. Hasta la adolescencia, muchos sentimientos -los negativos, en particular- se corresponden con la actividad de la amígdala, una parte del cerebro profunda y primitiva; después «emigran» a la corteza cerebral… pero solo en las chicas.
Uno y otro sexo tampoco responden igual al peligro y a la tensión. Para los varones pueden muy bien resultar estimulantes, mientras que en las mujeres es más probable un movimiento de aversión. La razón estriba en que en ellos prevalece el efecto de la adrenalina, y en ellas, el de otra hormona, la acetilcolina, que produce una sensación desagradable.
Tampoco todos los pares de ojos son iguales. En las retinas femeninas predominan las llamadas células P, sensibles al color y la textura; en las masculinas hay muchas más células M, que detectan el movimiento.
Refuerzo de estereotipos
En fin, dice Sax, «chicos y chicos no juegan igual, no aprenden igual, no pelean igual, no ven el mundo de la misma manera, no oyen igual». «Hoy sabemos que las diferencias innatas entre chicas y chicos son profundas»; «hay que entenderlas y aprovecharlas, no encubrirlas ni despreciarlas».
Sax, cuyos trabajos han aparecido en revistas científicas como American Psychologist, Behavioral Neuroscience, Journal of the American Medical Association, añade una advertencia importante: gran parte de esas diferencias entre los sexos son mucho más marcadas en la infancia y adolescencia que en la edad adulta, cuando ya se ha completado el desarrollo del cerebro (algunas se mantienen, como la de capacidad auditiva). Sería, en efecto, sexista y falso decir que los hombres son naturalmente peores para las artes plásticas o que las mujeres son unas negadas para las matemáticas. Pero de ahí no se deduce que niños y niñas tengan el mismo modo de aprender las materias. Al contrario, la enseñanza uniformada para los dos sexos provoca que haya muchos menos chicos con inclinación al arte y muchas menos vocaciones científicas entre las chicas. Acaba reforzando, paradójicamente, los estereotipos que pretendía combatir.
Sax argumenta con resultados de estudios publicados (da siempre la referencia) y ejemplos de la vida misma, muchos tomados de su experiencia como médico de familia. Las pruebas científicas son convincentes, aunque no siempre aporten certezas definitivas. Así, Sax cree que la homosexualidad es innata, aunque hasta ahora no se ha encontrado ningún factor cerebral o genético que la determine.
Niños medicados por trastornos imaginarios
Un ejemplo de niño discriminado por la coeducación es el de Matthew, de 5 años, que tenía gran ilusión por comenzar el colegio, pero al poco tiempo de asistir lo odiaba. Su madre lo llevó a la consulta de Sax por recomendación de la escuela, donde sospechaban que padecía trastorno de déficit de atención (ADD). En efecto, el niño estaba en clase siempre distraído, pero Sax no apreció ADD, sino un problema de audición. Los niños oyen peor que las niñas, en especial en las frecuencias de 1.000 a 1.400 hercios, que son cruciales para identificar voces. A Matthew, quizá con oído un poco menos fino que la media de su sexo, lo habían colocado en la última fila; no entendía a la profesora y, naturalmente, desconectaba.
Otra diferencia natural que ignoraba la profesora de Matthew es la relativa a la visión. En consonancia con lo mencionado más arriba sobre las células de la retina, las niñas de preescolar y primaria tienden a dibujar personas, árboles u otras figuras estáticas con muchos colores; los niños tienden a dibujar objetos en movimiento, como un cohete, en blanco y negro o poco más. Según pudo averiguar Sax, en las escuelas de magisterio se enseña que los dibujos «buenos», los que son indicio de progreso en los alumnos de esas edades, son del tipo de los que hacen las niñas. Matthew, aunque no oía bien a su profesora, no tenía dificultad alguna para percatarse de que sus dibujos no le gustaban a ella. No es extraño que la escuela acabara no gustándole a él.
Sax advierte también que, por su peculiar ritmo de maduración cerebral, los niños de 5-6 años tienen menos facilidad que las niñas para aprender a leer y escribir. En las escuelas infantiles saben que no todos los alumnos están igualmente capacitados, de modo que los dividen en dos grupos: uno avanzado, donde naturalmente predominan las niñas, y otro compuesto casi solo por niños, que se dan cuenta de que los han puesto en el pelotón de los torpes.
Por esta ignorancia de las diferencias de género, señala Sax, se consideran patológicas conductas normales. Es preocupante, dice, cómo se han multiplicado en pocos años las prescripciones de antidepresivos y otros psicofármacos a niños (varones sobre todo). Pero muchos niños medicados con Ritalin no tienen hiperactividad, sino simplemente sexo masculino y una profesora que habla suave y les aburre.
Cuando el profesor no entiende a las chicas
Para ilustrar las malas prácticas educativas con el otro sexo, Sax relata el caso de Melanie, que podría haber sido científica, si en el último año de secundaria no se hubiera encontrado con un profesor que no entendía a las chicas. Melanie, brillante en las asignaturas de ciencias, se matriculó en un curso avanzado de Física. El primer día de clase, el profesor puso de tarea a los alumnos cinco problemas. En casa, Melanie resolvió fácilmente los tres primeros, pero no vio tan claros los otros. Hizo entonces como suelen hacer las chicas: no quiso perder más tiempo, pasó a sus otros deberes pendientes y decidió consultar los problemas por la mañana al profesor.
Un chico habría intentado resolver los problemas sin acudir al profesor más que como último recurso. Y eso creyó el profesor de Melanie que había hecho ella cuando fue a preguntarle. Por eso pensó que, aun siendo muy trabajadora, no estaba dotada para la asignatura: «La Física no es para todo el mundo», le dijo. Ella interpretó que él no quería tenerla de alumna. Así que se borró de Física y al año siguiente, en la universidad, optó por Economía.
Las chicas, en efecto, tienden a buscar la conexión con los profesores, están más preocupadas de complacerles, se muestran más prontas a consultarles. Hay otras diferencias que los profesores -y los padres- deberían tener en cuenta. Una riña a gritos puede hacer reaccionar a un chico, pero probablemente hará que una chica pierda la confianza con el profesor. Está comprobado que una tensión moderada -como hacer preguntas con un tiempo tasado para responder- mejora el rendimiento de los chicos y perjudica el de las chicas. Para despertar el gusto por la literatura conviene elegir libros distintos para cada sexo: historias personales para las chicas, obras de aventuras o acción para los chicos. Etcétera.
Para reforzar la identidad sexual
«La naturaleza humana está sexuada hasta la médula», dice Sax. Siempre ha sido así, pero ahora es más necesario que antes educar teniendo en cuenta a las diferencias de género. Primero, porque se las niega: «El establishment educativo ha adoctrinado a profesores y padres con el dogma de que a chicas y chicos se debe enseñar las mismas materias de la misma manera y al mismo tiempo». Eso es hacer violencia a la naturaleza, y así los problemas típicos de la enseñanza mixta se han extendido y agravado.
Además, «para todo chico o chica, su género es una gran parte de su identidad»; pero a los chicos hoy les resulta más difícil tener claro qué es ser una mujer o un hombre de verdad. La sociedad ha difuminado las diferencias entre hombres y mujeres en los roles sociales. Por la inestabilidad y atomización de las familias, así como el debilitamiento de vínculos comunitarios, los niños y jóvenes tienen cerca menos adultos de su mismo sexo que les sirvan de referencia. A esto hay que añadir la fuerte presión de un ambiente hipersexualizado, a la que los adolescentes resisten peor en colegios mixtos, como Sax muestra con apoyo en varias experiencias en un capítulo bastante crudo.
Por todo ello, Sax insiste en la educación diferenciada entendida en sentido amplio: no solo en la escuela, sino también en la familia y en todos los ámbitos de la formación hay que tener en cuenta las peculiaridades de cada sexo. Como recomienda a los padres que tengan un hijo (varón) con problemas de identidad sexual: «Si pertenecen a una sinagoga o iglesia o mezquita, entérense de si allí ofrecen retiros solo para varones. Las principales religiones aún recuerdan lo que la mayoría de los norteamericanos de hoy han olvidado: que las diferencias de género son reales, y que -para ambos sexos- es más fácil que se produzca una genuina transformación espiritual en un entorno no mixto».
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(1) Leonard Sax. Why Gender Matters. What Parents and Teachers Need to Know about the Emerging Science of Sex Differences. Doubleday. Nueva York (2005). 312 págs. 24,95 $.Leonard Sax es fundador de la National Association for Single-Sex Public Education (www.singlesexschools.org).Ver también reseña de J.M. Barrio (ed.), Educación diferenciada, una opción razonable.