En la terminología deportiva, se llama “tapado” al equipo o competidor individual que, sin hacer mucho ruido, consigue situarse entre los primeros puestos a base de constancia y regularidad más que de brillo. También en el mundo educativo pueden encontrarse países que responden a este perfil. Portugal lleva años subiendo en el conocido informe PISA, que acaba de publicar los resultados de la última oleada de exámenes.
Uno de los grandes atractivos de este estudio, su amplísima base de datos y la comparabilidad de estos, implica a su vez algunos problemas para quien quiera sacar lecciones de él: por un lado, no resulta fácil conseguir encontrar el detalle significativo entre tanta cifra; por otro, el pormenor con el que se presenta la fotografía del momento presente –que, como cualquier fotografía, congela el movimiento–, puede llevar al analista a perder la perspectiva temporal. Precisamente por esto, uno de los gráficos más interesantes de todo el informe es el que divide a los países participantes en grupos según la evolución de sus resultados desde la primera edición. Aquí destacan Polonia, aunque su crecimiento ha experimentado una cierta desaceleración, y especialmente Portugal, uno de los pocos sistemas educativos que no ha dejado de mejorar.
Ejemplo de remontada
Siguiendo con las metáforas deportivas, se podría decir que Portugal es el ejemplo vivo de “remontada”. Desde el año 2000, el país ha pasado de la zona baja del ranking a situarse por encima de la media, aunque aún lejos de las grandes potencias educativas orientales o europeas, que vuelven a copar los primeros puestos (China, Singapur, Corea del Sur, Finlandia o la sorprendente Estonia). En la última edición de PISA, las notas de Portugal ya están por encima no solo de las del resto de países de su entorno geográfico (entre ellos, España), sino también de otros cuyo rendimiento era tradicionalmente muy superior, como Holanda, Austria o Suiza.
En dos décadas Portugal ha pasado de estar claramente por debajo de la media en rendimiento educativo a situarse por encima
No obstante, los logros portugueses no se limitan a lo académico. Al mismo tiempo que las notas medias, también han mejorado los indicadores sobre la equidad del sistema, medida según el peso que tiene el nivel socioeconómico del estudiante en su desempeño. Esto apunta a que la mejoría no se ha debido fundamentalmente a las clases altas (que los que ya eran buenos han pasado a excelentes), sino a que se ha reducido drásticamente el porcentaje de los que no llegaban al aprobado. Este mismo fenómeno de “crecimiento equitativo” también se aprecia en una prueba de matemáticas que la OCDE realiza a alumnos de 4º de primaria, por lo que se puede afirmar que se trata de una conquista arraigada en todo el sistema educativo.
Un informe publicado por la OCDE el año pasado, íntegramente dedicado a Portugal, destacaba otros méritos educativos que no se miden en un examen. Por ejemplo, en el ámbito de la participación en el sistema educativo, al mismo tiempo que se universalizaba la educación prescolar, el país luso ha conseguido reducir drásticamente la tasa de fracaso escolar (el abandono de los estudios antes de terminar la etapa secundaria) gracias, en entre otras cosas, a la extensión de la escolarización obligatoria.
La escolarización temprana ha aumentado mucho, y se ha reducido también fuertemente el abandono temprano de las aulas
Los números dan cuenta de la efectividad de tal medida: si en 2005 solo la mitad de los jóvenes menores de 25 años tenían el título de bachillerato –o su equivalente en el sector de la formación profesional–, en 2015 el porcentaje había ascendido al 80%.
Retos estructurales
El informe, no obstante, también señala algunos problemas que la educación portuguesa no ha conseguido resolver aún, en parte porque se refieren al diseño estructural del sistema.
Varios de ellos tienen que ver con los profesores. A pesar de que su cualificación y su sueldo (en relación con otros trabajadores con titulaciones superiores) están por encima de la media de la OCDE, los docentes lusos apenas participan en actividades de aprendizaje como la observación de otros profesores en sus clases, una medida que el organismo internacional recomienda especialmente por su efectividad. Lo mismo ocurre con los equipos directivos.
Por otro lado, debido al rígido sistema oficial para seleccionar a los profesores y asignarlos a los respectivos centros, estos tienen muy poca capacidad para reclutar los perfiles profesionales más apropiados para sus necesidades concretas. La falta de correspondencia afecta especialmente a los centros que concentran a un mayor número de alumnos desaventajados, y por tanto tiende a ensanchar la brecha con los estudiantes de entornos más favorecidos. Además, la gran temporalidad en los contratos impide que haya un cuerpo docente estable, algo que también afecta más a los centros con un alumnado más problemático.
Por otra parte, y aunque se ha dicho que Portugal ha mejorado en este aspecto, la desigualdad sigue siendo un problema en el sistema luso: desigualdad entre regiones, por patrimonio económico y cultural de los alumnos, por la condición de inmigrante, por tipo de escuela, etc. Las diferencias siguen siendo grandes y afectan al rendimiento académico.
Inversión inteligente y más autonomía
En cuanto a la financiación, el problema no es la suma total, como se ha dicho, sino la forma de invertirla. El informe de la OCDE señala que los criterios para asignar el dinero público a cada centro no son claros. Además, existen multitud de iniciativas y programas, algunas de los cuales se solapan, y que a pesar de estar financiadas por el Estado, no han sido examinados en términos de coste-efectividad. Por otra parte, las partidas destinadas a reducir las desigualdades se han dedicado a medidas “generalistas” como reducir la ratio alumnos-profesor, cuando hubiera sido mucho más práctico utilizarlas para solucionar las urgencias reales de algunos centros especialmente necesitados.
Una vez cumplido el crecimiento “cuantitativo”, Portugal debe centrarse en las reformas “cualitativas” de su educación
Por último, el informa ve en la poca autonomía de los centros otro aspecto mejorable. La educación portuguesa, a pesar de una aparente descentralización, sigue dependiendo en exceso del gobierno central, y aún sufre de una importante esclerosis burocrática. La OCDE recomienda, en cambio, que los colegios tengan un mayor margen de maniobra en los aspectos más directamente relacionados con el aprendizaje: diseño del currículum, contratación de los profesores y diseño del organigrama; los municipios asumirían las tareas más puramente administrativas, descargando de ellas a los centros, mientras que el papel del Estado se limitaría a la supervisión y apoyo a las instancias anteriores, con el foco especialmente puesto en los entornos desfavorecidos.
Un salto necesario
En economía se habla de “la trampa de los ingresos medios” para referirse a la situación de algunos países que, tras experimentar un rápido desarrollo basado fundamentalmente en la explotación de sus recursos naturales, ven su crecimiento truncado por no dar el salto necesario hacia una producción más basada en el conocimiento y la innovación, que siempre comporta más riesgo, sobre todo en las primeras fases.
De manera análoga, se puede decir que la educación portuguesa ha cubierto una parte del camino, la que tiene que ver con lo cuantitativo: universalizando la matriculación, reduciendo el abandono escolar, exigiendo una mayor titulación a los profesores y pagándoles un buen salario… lo que parece haber redundado en las notas. Sin embargo, para seguir mejorando, es necesario abordar los aspectos cualitativos: mejor formación continua de los docentes, una inversión más inteligente y una mayor autonomía para los centros.