Si hay un objetivo que une a todos los partidos es el de mejorar la educación. Con frecuencia, sin embargo, el discurso se pierde en sueños de grandes transformaciones (nuevas tecnologías, metodologías revolucionarias), cuando, según la investigación, la manera más segura de conseguirlo es cuidar a los profesores. Suele decirse que la docencia es una profesión vocacional, pero eso no significa que las condiciones laborales no importen. Importan, y mucho.
El informe TALIS no es tan conocido como el PISA, aunque en gran medida ayuda a entenderlo. Ambos son elaborados periódicamente por la OCDE, pero si PISA se centra en los alumnos –en concreto, en sus habilidades lingüísticas, matemáticas y científicas a los 15 años–, TALIS está dedicado a la figura del profesor. Su segundo volumen, publicado recientemente, se centra en las condiciones laborales de los docentes de todo el mundo, y describe iniciativas que se han desarrollado en distintos países para facilitarles su tarea.
Según los datos del estudio, el perfil prototipo del profesor de etapas preuniversitarias es el de una mujer (representan más de dos tercios del total, aunque no llegan a la mitad de los directores), de 44 años (uno de cada cinco ya está por encima de los 60), y que lleva 17 años dando clase. Los números en España son parecidos, aunque hay mayor presencia de hombres en los claustros y menor en los despachos de director, y el profesorado en general está un poco más envejecido.
Orgullosos pero estresados
En el conjunto de los países estudiados, apenas uno de cada diez profesores se arrepiente de haber escogido esta profesión. No obstante, casi la mitad dicen sentirse “bastante” o “muy” estresados (30% y 20%, respectivamente), y un cuarto del total se plantea incluso dejar las aulas en los próximos cinco años. La sensación de estrés varía mucho según diversos factores. Por países, las cifras van desde el 70% de “quemados” en Reino Unido y Bélgica al 20% de Rusia o Rumanía, pasando por el 30% de España. Además, por lo general están más estresados los profesores jóvenes, las mujeres y los que trabajan en tres tipos de colegios: públicos, situados en zonas urbanas o con mayor proporción de alumnos desaventajados.
La mitad de los profesores se siente estresado, y un cuarto se plantea dejar la profesión en los próximos años
Entre las fuentes de malestar citan, en primer lugar, la acumulación de tareas administrativas. El tiempo dedicado a papeleo, unas tres horas a la semana de media, es, sin embargo, el que más les cansa y el que les parece menos efectivo. Por detrás está el empleado en corregir tareas, preparar las clases y darlas, en una curiosa relación inversa con la proporción que ocupa cada una de estas labores en la jornada semanal. Algunos países ya han abordado este problema. Para reducir la carga de labores burocráticas, el gobierno de Reino Unido elaboró hace unos años un plan de acción: primero encuestó a los profesores sobre el asunto, luego formó varios grupos de trabajo y en 2018 publicó un informe con instrumentos prácticos para reducir el tiempo poco productivo, con ejemplos de iniciativas concretas desarrolladas en colegios del país. Como resultado, de 2016 a 2019 el tiempo de papeleo se ha reducido en cinco horas semanales.
Ni el número de clases dadas ni la acumulación de alumnos por grupo son mencionados entre los principales motivos de estrés, aunque cuando el informe pide a los profesores que señalen a qué medidas debería dedicarse la financiación prioritariamente, la primera es la contratación de más personal. Entre las fuentes de agobio sí aparece el mantener la disciplina en el aula. España, además, es uno de los países donde un mayor porcentaje de profesores, cuatro de cada diez, se quejan de que durante las clases hay mucho ruido disruptivo.
Francia es otro de ellos. Allí, este problema se da sobre todo en los colegios donde se concentra un alumnado desaventajado, algo que tiene que ver con la elevada estratificación sociocultural por barrios. Para tratar de ayudar a los profesores de estos centros, el gobierno ha reducido el número de clases por profesor a la semana, dejándoles más tiempo para preparar las lecciones, entrevistarse con los padres y diseñar proyectos colaborativos. Además, envía a estos colegios a profesores de apoyo especialmente formados en la docencia en contextos difíciles.
Formación y desarrollo profesional
La formación recibida es otro de los aspectos que los docentes piden mejorar. En concreto, reclaman que los contenidos se adapten más a sus necesidades reales, en vez de acumular cursos y cursos con poca efectividad práctica. Con ese objetivo, el Ministerio de Educación italiano aprobó en 2015 un paquete de medidas llamado La Buona Scola. Dotada de un generoso fondo económico, esta reforma permite a cada profesor escoger los contenidos de su capacitación, y además concede a cada uno un “cheque educativo” de 500 euros anuales para gastar en cursos, congresos, libros u otros recursos útiles para su docencia. Otra iniciativa interesante es el “año sabático” que el gobierno de Corea del Sur concede a cada profesor que lo pida –una sola vez en la vida– bien para formarse o bien simplemente para recuperarse del estrés. El único requisito es llevar más de diez años dando clase.
Otro aspecto que influye directamente sobre la satisfacción de los profesores es su tipo de contrato. Aunque hay excepciones, en general se observa que los docentes con contrato temporal o de jornada parcial –aproximadamente un 20%– se sienten menos seguros de sus capacidades profesionales y menos a gusto en los colegios donde trabajan. En España, la temporalidad es bastante más elevada que la media: uno de cada tres profesores tenía este tipo de contratos en 2018, un porcentaje que subió casi diez puntos desde 2008. También la jornada partida subió diez puntos en este periodo, del 10 al 20%, aunque en este caso se sitúa en la media de la OCDE.
En cuanto a los salarios, los datos del estudio confirman lo esperable: la satisfacción de los profesores con su trabajo es mayor, en general, allí donde los salarios son más altos. No obstante, no solo importa la cantidad percibida. También se ha observado que la progresividad de los sueldos (es decir, su capacidad para aumentar a lo largo del tiempo) influye en la satisfacción de los profesores: en igualdad de dinero percibido, están más conformes aquellos que creen que la experiencia y el rendimiento se reflejan en sus honorarios.
Y es que la sensación de estancamiento, de no avanzar en la carrera profesional, es otro de los factores que generan malestar. Un dato resulta revelador en este aspecto: de los directores encuestados, cerca de un 90% dicen que en sus centros la evaluación de los profesores desemboca “al menos con frecuencia” en la elaboración de un plan de formación para el docente; en cambio, solo en un 50% de los colegios esta evaluación implica “a veces” que el docente sea promocionado, y en seis de cada diez centros nunca afecta al salario. Por muy vocacional que sea la docencia, a los profesores también les atrae poder especializarse en un campo, dirigir un equipo, mejorar su estatus… y cobrar más por ello.
Sigue siendo poco frecuente que la evaluación influya en el desarrollo profesional, lo que desmotiva al profesor
Conscientes de esto, en Eslovaquia han desarrollado un sistema de promoción que permite a los profesores avanzar en vertical o en horizontal. Lo primero se refiere a una progresión jerárquica en cuatro niveles. Los ascensos se consiguen por rendimiento –evaluado por el propio colegio–, años de experiencia o cualificación profesional a través de cursos de formación, y llevan aparejados un aumento de sueldo. Además, cada docente puede optar por especializarse en algún campo de su interés (promoción horizontal), y acabar desempeñando cargos como director de un área (humanidades, ciencias, etc), coordinador de las TIC, profesor tutor, asesor en metodologías, mentor de otros profesores, etc. Esta especialización no implica ganar más, pero sí reduce la carga de horas de clase.
Ambiente colaborativo
Aparte del contrato y de la propia docencia, otro factor que influye en la satisfacción laboral de los profesores es el ambiente entre ellos. Además, según el informe, un clima de colaboración también afecta positivamente a los alumnos, pues existe una relación entre colaborar con otros docentes y emplear en mayor medida metodologías de activación cognitiva: tareas que exigen más pensamiento crítico, imaginación, lógica, y que con frecuencia requieren también de la cooperación entre los propios estudiantes.
Según la OCDE, una práctica colaborativa que ha demostrado ser especialmente enriquecedora es la observación de clases entre profesores (y posterior discusión de lo observado) o el coaching, que implica la intermediación de un experto ajeno al colegio. En Brasil, el programa Ceará combina las dos prácticas. En primer lugar, el profesor recibe formación teórica sobre cómo planificar las clases y cómo mantener a los alumnos interesados. Además, un coordinador pedagógico del propio centro asiste a algunas de sus lecciones, y después comenta con él los posibles puntos de mejora. Por otro lado, cada coordinador mantiene un coaching periódico con un experto vía Skype. Esta iniciativa ha conseguido aumentar el tiempo de instrucción por clase (a base de reducir el dedicado a mantener la disciplina), animar a más profesores a emplear metodologías de activación cognitiva y, lo más importante, mejorar los resultados académicos de los alumnos.