A propósito de las ayudas con fondos públicos a la enseñanza privada en Francia, el articulista Max Clos expone en Le Figaro (17-XII-93) algunas observaciones a las críticas de sectores socialistas.
(…) En el plano religioso, hace mucho tiempo que las escuelas privadas católicas han renunciado al proselitismo. Los alumnos son libres de practicar o no, y nadie les obliga a asistir a clases de religión. En el plano político, los programas, la elección de libros de texto, la selección de profesores de las instituciones que están «concertadas», se realizan bajo el control del Estado. ¿Dónde se ve aquí un «dominio de los curas» o una «tendencia derechista»?
(…) En el plano práctico, sería bueno tener en cuenta los hechos. Entre el 17 y el 20% de los alumnos escolarizados acuden a escuelas privadas, es decir, de pago. ¿Sólo hay en esos colegios hijos de familias «ricas» o «de derechas»? En absoluto. ¿Cuántos antiguos ministros socialistas, cuántos parlamentarios, cuántas familias con «sensibilidad de izquierda» envían a sus retoños a la escuela privada? ¿Cuántos padres de condición modesta se sacrifican para pagar los estudios de sus hijos? Salvo que sean masoquistas, deben de existir algunas razones.
La principal es que la escuela privada ha recogido la antorcha abandonada por bastantes centros de la enseñanza estatal: la de la educación. La escuela privada se preocupa de dar algo más que la simple enseñanza: una educación, es decir, el respeto a las normas, las nociones de orden y disciplina, de cosas tan triviales (pero esenciales) como los buenos modales y el porte correcto, el rechazo a sufrir el chantaje y la violencia, que en otras partes suelen considerarse fenómenos inevitables y casi «normales». Además -hay que decir las cosas como son-, si usted desea que sus hijos escapen de la tentación mortal de la droga, es preferible inscribirles en la escuela privada. Afortunadamente la situación empieza a cambiar, pero todavía muchos profesores de «la pública» mantienen frente a esa plaga la actitud desentendida del «nosotros no somos soplones de la policía».