Hasta ahora, en la pugna entre la docencia y la investigación en el seno de las universidades parece ganar esta última. Los rankings más prestigiosos tienen en cuenta las patentes o el número de premios Nobel, y no tanto si los resultados en el aprendizaje son excelentes. Eso ha dado lugar, según explica Jonathan Zimmerman en un nuevo libro, The Amateur Hour: A History of College Teaching in America, a una pérdida de la calidad docente.
Zimmerman estudia el caso en EE. UU., para lo cual revisa la historia de los centros de educación superior en el último siglo. Pero el énfasis en la investigación es común a todos los sistemas educativos. En España, el gobierno prepara un decreto sobre creación de universidades que exige contar con proyectos de investigación y personal con reconocida trayectoria en su campo, pero deja en segundo plano el aprendizaje de los alumnos.
Más allá de si el plan español constituye una manera de poner coto a las instituciones privadas, la sensación es que en la universidad importan menos las cualidades del profesor y su competencia para enseñar. Zimmerman constata, por ejemplo, que, tanto a la hora de contratar como evaluar y premiar a los docentes, lo único que se tiene en cuenta es la investigación, no sus resultados en el aula.
¿Alumnos o clientes?
La razón se encuentra en la dificultad de medir la calidad de un profesor si no se dispone de una prueba nacional que examine, como ocurre en secundaria, la adquisición de conocimientos. ¿Cuáles son los parámetros que permiten diferenciar a un buen docente de otro? En las últimas décadas, se ha puesto de moda la evaluación por parte de los alumnos, pero su fiabilidad resulta muy discutida. Por otro lado, algunos entienden que estas herramientas constituyen una suerte de “encuestas de satisfacción” y que es peligroso emplear la analogía entre proveedor y cliente en el ámbito educativo.
La necesidad de publicar para ascender inclina a los profesores a anteponer la investigación a la enseñanza
A ello se añade cierto tópico, bastante extendido en los departamentos universitarios, según el cual solo es relevante en su disciplina quien investiga, no quien imparte buenas clases. La disyuntiva la expresa el conocido dicho de publish or perish (publicar o morir). Puede que sea difícil compaginar la docencia con la investigación, pero de lo que no hay duda es de que el alumno acude a la universidad para aprender. Y es esto lo que debería estar garantizado.
Existen, por otro lado, varias opciones para evaluar la docencia. Por ejemplo, que fueran otros profesores quien estimaran lo que se hace en el aula. Zimmerman opina que este sería el modo más eficaz para lograr que los docentes dejaran de ser “aficionados” y se convirtieran en verdaderos profesionales de la enseñanza. Pero no confía en la implantación de ese sistema, ya que muchos se oponen a ser evaluados por compañeros.
El propio autor reconoce la dificultad de determinar cuáles son las cualidades necesarias de un buen profesor. Para él, lo importante es la conexión con los alumnos, un rasgo que, confiesa, es difícil de definir. Hace unos años, Ken Bain intentó esbozar un perfil en un famoso libro (Lo que hacen los mejores profesores universitarios) observando a los docentes cuyos alumnos más aprendían. Junto a la exigencia o el conocimiento profundo de lo que enseñaban, quienes destacaban por su labor en el aula concedían la misma importancia a la docencia que a la investigación.
Cambiar de modelo
La investigación predomina en el modelo universitario alemán, al que, según The Amateur Hour, se adaptó la universidad americana porque los profesores viajaban a Europa para formarse. Pero también la calidad de la enseñanza se resintió con la llegada masiva de estudiantes a la universidad, a mediados del siglo pasado. La contratación de profesores no siguió el mismo ritmo y, por tanto, la ratio de alumnos por profesor empeoró, dificultando un aprendizaje eficaz.
De hecho, ha sido la enseñanza personalizada, a través de tutorías, seminarios o cursos en grupos reducidos, uno de los caminos tomados para mejorar la calidad. Tal vez sea este el tipo de docencia por el que apuestan quienes, en España, por ejemplo, se deciden por una universidad privada.
En este sentido, Zimmerman cree que es mucho más difícil lograr la implicación necesaria del alumnado y conectar con el profesor mediante la enseñanza online. Para mostrarlo, recuerda lo que dijo un profesor tras haber probado en los años setenta a dar clase por medio de la televisión: “Mejor un mal profesor en el aula que uno bueno en la televisión”. Sea como fuere, es imprescindible cambiar de modelo y tener en cuenta no solo el número de papers que un profesor publica, sino si los alumnos salen de su clase con la lección aprendida.