Un acertado programa de educación desde la etapa de la guardería puede evitar a los niños la necesidad de recibir posteriormente educación especial para llenar lagunas en su desarrollo cognitivo y conductual.
Según escribe en The Conversation el profesor de educación especial David Philpott, una revisión de los datos obtenidos de investigaciones desarrolladas a lo largo de 50 años en EE.UU., Canadá y el Reino Unido, demuestra lo que los especialistas llaman la “naturaleza preventiva” de la educación en la primera infancia, pues evita que algunos problemas surjan o resulten más difíciles.
Entre los beneficios detectados por los investigadores en los niños que han recibido educación temprana, están unas habilidades notables para la lectura y el cálculo matemático, así como para el desarrollo del lenguaje, y un mayor control del comportamiento. Los que más rédito sacan a esta estimulación temprana resultan ser los pequeños que viven en familias de bajo poder adquisitivo: precisamente los que, por término medio, presentan luego retraso en lectura y cálculo, así como problemas de conducta.
Para Philpott, los resultados muestran que la educación temprana incide en una exitosa trayectoria académica posterior “y en capacidades emocionales como la autorregulación, la motivación, la implicación y la persistencia”.
En EE.UU, por ejemplo, los investigadores concluyeron que la educación temprana reducía la participación de los menores en programas de refuerzo en más de un 8%, así como en un 8,2% el índice de repetición de curso, e incrementaba la tasa de graduación de secundaria en un 11%.
“Esos niños –dice Philpott– habían mejorado su interacción con otros, su comportamiento social y la habilidad de seguir rutinas y respetar reglas. La mejora en el control de sus conductas y emociones les aseguró un mayor éxito en la escuela”.