Monumento a Ulysses S. Grant en San Francisco, antes de ser derribado el 19-06-2020
El movimiento iconoclasta que recorre EE.UU. y algunos países de Europa en el contexto de las protestas antirracistas, está yendo contra prácticamente todo vestigio monumental de figuras del pasado. Cervantes, Colón, George Washington, Abraham Lincoln, los generales y políticos de la esclavista Confederación sureña … ¿Todos, sin distinción, merecen que sus estatuas sean vandalizadas o retiradas de los espacios públicos?
“El problema es cómo evaluar la vida y el legado de personas que configuraron el país (EE.UU.) al tiempo que participaron de prácticas censurables”, señalan Andrew Restuccia y Paul Kiernan en el Wall Street Journal. Lo ejemplifican con figuras como Washington, que tuvo esclavos hasta el final de sus días, y Ulysses Grant, quien durante la Guerra Civil abogó por armar a soldados negros y, como presidente, trabajó para asegurar los derechos de los antiguos esclavos en el sur, pero que antes de la guerra gestionó una finca en Missouri en la que buena parte del trabajo lo realizaban esclavos.
El debate está en la calle y en el ámbito político. La representante demócrata Eleanor H. Norton ha pedido que se desmantele en la capital el Memorial de la Emancipación, conjunto escultórico que muestra a Abraham Lincoln y, a sus pies, un esclavo encadenado, y que fue casi completamente pagado con donaciones de antiguos esclavos. El también demócrata Steny Hoyer, por su parte, piensa que no se puede trazar una analogía entre los fundadores que poseyeron esclavos –como Washington y Jefferson–, y aquellos que intentaron dividir la Unión Americana en defensa de la esclavitud, “una institución indefendible”.
“¿Cuántas estatuas deben caer?”. Es lo que se preguntan varios estudiantes en el mismo diario. Andrew Ni, de la New York University, subraya que las figuras históricas tienen legados complejos: “A George Washington no se le recuerda o se le reverencia por haber tenido esclavos. Muchos de sus contemporáneos los tenían. Se le recuerda por comandar el Ejército Continental, ganar la Guerra Revolucionaria y servir con honor al país como su primer presidente. Se ha convertido en símbolo de libertad e independencia; por eso se le erigieron estatuas, y por eso deben conservarse donde están”.
“Debemos quitar –añade– solamente las de aquellos cuyo legado fundamental es deplorable. La del alcalde Frank Rizzo en Filadelfia es un buen ejemplo. Exjefe de policía y alcalde, se le recuerda básicamente por su brutalidad, sus expresiones racistas y su oposición a la desegregación. No es una herencia para honrar en la plaza pública. Su estatua, a diferencia de las de Washington, Jefferson y Lincoln, no simboliza los ideales estadounidenses. Bien puede irse, y las otras, quedarse”.
Por su parte, Jada Badillo, del Smith College, opina que no hay líderes históricos infalibles para los estándares del siglo XXI: “Si fuéramos a derribar las estatuas de todas las personas que no cumplen con las normas morales dominantes de nuestra época, no quedaría ninguna en pie. A las personas se les debe juzgar por los contextos en los que nacen. Washington nació en un tiempo, un lugar y una posición en que era común tener esclavos. Se debe enseñar que nunca renunció a sus esclavos en vida; eso no se debe obviar (…). Pero no es justo juzgarlo tan severamente como juzgaríamos a un esclavista en 2020”.
Habría, por tanto, que distinguir. Ryan Mennitt, del Rhodes College, apunta que, durante el movimiento por los derechos civiles de los años 1950 y 1960, se levantaron estatuas a figuras de los Estados Confederados sureños “como una declaración de afirmación de una identidad sureña que no concebía un espacio para los derechos de los negros, y es eso lo que los defensores de los monumentos no ven”. A su juicio, no deberían estar expuestos en terrenos públicos, “sino en los museos, donde se puede explicar totalmente su contexto histórico”.