Clara Georges refleja en Le Monde la inquietud de muchos ante los desastres humanos que asolan el mundo y, en concreto, ante las masacres de niños en los conflictos del Oriente Próximo. “¿Qué clase de mundo les vamos a dejar?”, se decía a sí misma pensando en sus tres hijos: “Estamos locos y somos unos irresponsables, por haber obligado a tres seres humanos a vivir en este mundo. Apenas nacidos, ya están atrapados en un desafío climático y político que parece imposible. ¿Qué pasará cuando nos hayamos ido? ¿Y a sus hijos y nietos?”
Venía así a exponer el argumento de los no kids, que defienden la opción de no tener hijos. Sostienen que la reproducción es un acto egoísta y perjudicial, por razones sociales, ecológicas y políticas. Su reivindicación es una nueva variante de las tesis antinatalistas. La periodista cita el vídeo de un filósofo youtuber: desarrolla el pensamiento del sudafricano David Benatar, que postula que es inmoral procrear, porque los padres hacen un daño a su hijo al traerlo al mundo. Su tesis se basa en la “asimetría moral”: en síntesis, sería mejor no tener un hijo, porque evitarle experiencias negativas es un bien, mientras que evitarle experiencias positivas no es un mal.
Aunque el consejo llega tarde para ella, en cualquier caso, “ningún argumento teórico habría podido convencerme de renunciar a la maternidad”. Y fue a buscar consuelo y argumentos en quienes piensan que procrear no es una locura. No tuvo que ir muy lejos: su colega Jean Birnbaum, responsable de Le Monde des livres, acaba de publicar Seuls les enfants changent le monde (Seuil). El héroe del libro es el bebé, un ser cuya venida al mundo “dinamita uno a uno nuestros prejuicios”. El ensayo mezcla relatos íntimos con reflexiones políticas. “Convertirse en padre o madre de un niño –escribe- es dejarse trastornar por él, al comprobar los múltiples efectos sensibles, intelectuales y políticos de su aparición en nuestras vidas”. Dicho de otra manera, es aceptar que por su mera existencia, sin haber hecho otra cosa que nacer, el hijo da la vuelta al orden del mundo.
Jean Birnbaum recuerda que los griegos llamaban a los niños oi neoi, los nuevos. Y cita a la filósofa Hannah Arendt (1906-1975): “Cada nuevo nacimiento es como una garantía de salvación en el mundo, como una promesa de redención para los que no están ya comenzando”. Y también, lo que es más sorprendente, al rapero francés Booba, de 46 años, al que había entrevistado en Miami (Florida) por su paternidad: “Algo está cambiando, el mundo se vuelve más carnal. Sientes que darías la vida por tu hijo: es como una parte de ti que dormía y se ha puesto en marcha”.
“Más carnal: volví a pensar en esto –comenta Clara Georges– al recibir un vídeo corto de una amiga mía que acababa de tener un bebé. Se ve al recién nacido en la bañera, dirigiendo hacia sus padres una mirada tan intensa que parece locura. Medio en broma, mi amiga dice que estas imágenes tienen fuerza terapéutica. No lo ve como una especie de evasión para olvidar durante un rato el caos, sino todo lo contrario: mirar a la vida de frente, directamente a los ojos, como sólo se atreven a hacer los niños”.