Arthur C. Brooks, experto en felicidad: “Para poder ser más feliz hace falta tener un sentido trascendental”

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Arthur C. Brooks es uno de los mayores expertos en felicidad. Se dedica a ella. A enseñarla. A escribir sobre ella. A hablar sobre qué es y cómo se alcanza. En 2019 empezó a hacerlo desde la tarima de la Harvard Kennedy School y la Harvard Business School. Sus clases tienen una larga lista de espera y además, comenta, sabe de la existencia de un enlace de Zoom pirata por el que acceden centenares de alumnos a la retransmisión de sus cursos. Ellos creen que él no lo conoce, pero sí.

Igual que sus alumnos, también sus lectores quieren aprender sobre la felicidad, y para ello acuden a su columna semanal en The Atlantic. Una de sus lectoras, fascinada, le contactó para escribir un libro conjuntamente. Su nombre es Oprah Winfrey y el título del libro que resultó de esta iniciativa y que vio la luz a finales del año pasado es Build the life you want: The Art and Science of Getting Happier.

Sin embargo, Arthur se inició tarde en el estudio de la felicidad. Antes de ser profesor en Harvard, columnista de renombre y conferenciante de prestigio, Brooks se dedicaba a la música. De forma profesional. Empezó a tocar a los ocho años y decidió que quería ser el mejor trompista del mundo. “Eso es muy americano. La ambición de querer ser el número uno”, nos comenta entre risas desde su casa en Massachusetts.

Con 19 años empezó la universidad, pero a los diez meses vio que ese no era el camino y decidió dedicarse profesionalmente a tocar la trompa, primero en un quinteto y luego “durante dos años en un trío de jazz, con un guitarrista muy famoso de Bossa Nova que se llamaba Charlie Byrd”. Después se apuntó a la orquesta de la ciudad de Barcelona, “pero yo fui allí porque estaba persiguiendo a una chica”. Una chica, Ester, con la que lleva ya 33 años casado y tiene tres hijos en común. Esto explica su buen dominio del castellano, con un acento que baila entre el yanqui y el catalán, y su conocimiento de expresiones tan autóctonas como “a punta pala”.

—Has sido músico profesional, has dirigido durante casi once años el American Enterprise Institute, un think tank de política pública en Washington, DC. ¿Cómo acabas enseñando felicidad en Harvard?

Buena pregunta. Después de dedicarme 10 años a la música, con 28 años, volví a la universidad y me gradué a distancia en el Thomas Edison State College en Economía. Hice el máster y con 31 años dejé la música por completo, porque quería ser economista, quería ser científico social. Era un área que me fascinaba, más incluso que la música. Hice en tres años el doctorado en el Rand Graduate School, y con 34 años salí de la universidad para empezar a trabajar como profesor en Syracuse University. Después de 10 años como profesor, me eligieron para dirigir el American Enterprise Institute y, como bien has dicho, hice esto durante otra década, hasta los 55 años. Entonces dimití.

Durante esta época atravesé un proceso de discernimiento espiritual en el que vi que debía estudiar la felicidad de forma científica, para compartir lo que descubría con la gente. Cuando tomé esta decisión, cuando vi que ese era el camino, empezaron a aparecer muchas oportunidades, unas diez, de diferentes universidades de prestigio. Oxford, Harvard, Princeton, IESE. Escogí Harvard para salir de Washington, porque debes irte del sitio en el que estás para empezar de nuevo, y así empecé a enseñar y escribir sobre la felicidad, y a publicar libros y artículos sobre el tema.

— ¿Y tú eres feliz?

Durante estos cinco años en los que llevo dedicándome a esta labor, mi propia felicidad ha aumentado, soy un 60% más feliz que hace 5 años. Y lo puedo medir científicamente, porque tengo las escalas que entrego a mis alumnos, que yo también hago, y el resultado es que soy un 60% más feliz porque tengo mejores hábitos. No he llegado a la media de felicidad de la población. La gente tiene de media un 5,2 en Estados Unidos, siendo 1 miserable y 7 lo más feliz posible. Yo tengo un 4,5, pero está mucho mejor que antes.

Arthur C. Brooks, con Oprah Winfrey

— Supongo que te han preguntado muchas veces qué es la felicidad, pero, antes que eso, me gustaría preguntarte por el mayor error o malentendido que manejamos sobre el concepto de la felicidad.

El primer error, con diferencia, es pensar que la felicidad es un sentimiento. No lo es. Los sentimientos son indicios de la felicidad, pero no son la felicidad. Es como confundir el olor de la cena con la cena. Tienes el olor de la cena en la casa de tu madre y dices ¡ah, qué bueno!, pero eso no es la cena. Es la evidencia de la existencia de la cena que vas a disfrutar luego. Y eso mismo pasa con la felicidad.

Necesitamos la infelicidad para aprender, para crecer, para existir en el mundo, para sobrevivir

La felicidad produce sentimientos, pero no es los sentimientos. Por eso decir “yo quiero tener emociones positivas, porque las emociones positivas son la felicidad” es un error total.

El segundo error es pensar que puedes llegar a la felicidad absoluta, porque no lo puedes hacer. Vas a tener experiencias malas y debes tenerlas para crecer, para aprender. También vas a tener emociones negativas, porque son señales de lo que está pasando fuera de ti.

Si no tuviéramos estas emociones, estaríamos muertos. Necesitamos la infelicidad para aprender, para crecer, para existir en el mundo, para sobrevivir. Hay que tener en mente que llegar a la felicidad absoluta es imposible y perseguirla llevará a una profunda frustración. Siempre.

— Karl Jung decía que la base de la felicidad es averiguar en qué crees y vivir acorde con esas creencias. ¿Cuál sería la definición de Arthur C. Brooks de la felicidad?

La felicidad es una combinación de tres fenómenos, podríamos decir de tres macronutrientes: el disfrute, la satisfacción y el sentido. Son las tres experiencias que tienes que tener para ser una persona feliz. Relativamente feliz, porque, como hemos dicho, la felicidad absoluta no es posible.

La gente más feliz es la que disfruta de su vida. Que saca satisfacción de sus logros y experiencias, es decir, que disfrutan tras luchar y haber superado obstáculos. Y, por último, que tienen un sentido vital, que pueden definir para qué están vivos.

Son estas tres experiencias las que construyen la felicidad, y la manera de aumentarla es emplear estrategias para cada uno de estos elementos.

—Hablando del tercer ingrediente, en Occidente da la sensación de que se está expandiendo una cierta orfandad con respecto al sentido vital. ¿Estamos instalados en un pesimismo antropológico?

Por decirlo claro, estamos en una crisis total, y este es el problema número uno que veo entre la gente joven, entre los millennials y Generación Z. Lo veo todos los días. Para saber si has encontrado el sentido a tu vida tienes que poder contestar dos preguntas. La primera es por qué estás vivo, qué razón hay. La segunda es por qué estarías dispuesto a dar tu vida ahora mismo. Estas son dos preguntas indispensables a las que se tiene que poder dar respuesta, pero el problema es que mucha gente no las puede contestar.

Yo lo veo entre mis alumnos. ¿Por qué estoy vivo? Yo qué sé. Por una cuestión biológica, porque había un óvulo y un espermatozoide. Biológicamente, es correcto, pero no tiene sentido.

— ¿Y cómo se define el sentido?

El sentido de la vida está compuesto por tres partes. La primera es la coherencia: las cosas pasan por una razón. La segunda es el significado: la razón de mi existencia, saber por qué importa que esté aquí. Y, por último, el propósito. Mucha gente piensa que el sentido y el propósito son lo mismo, pero no es así. El propósito es la dirección y los retos que tiene tu vida. Para encontrar el sentido a la vida tienes que buscar estas tres partes.

Cada vez menos gente practica una fe, pero para poder ser más feliz hace falta tener un sentido trascendental

— El declive de la felicidad se aceleró en torno a 2008, cuando empezaron a coger más volumen y presencia empresas como Facebook. Sin embargo, la felicidad comenzó a decaer en la década de los 90. ¿Qué fenómenos se dieron para que se iniciase ese descenso?

Tenemos el clima y tenemos las tormentas. El clima se corresponde con los hábitos de la gente feliz, que son la fe, la familia, las amistades y el trabajo. Y este clima empezó a decaer en 1989/90 en Estados Unidos y también por todo Occidente.

Cada vez menos gente practica una fe, pero para poder ser más feliz hace falta tener un sentido trascendental, salir del propio psicodrama, ser pequeño y dejar que el universo sea grande. Yo soy católico y mi fe es lo más importante de mi vida, pero puedes adquirir ese sentido trascendental a través de la meditación, o caminando en el bosque. Hay muchas maneras de hacerlo, pero hace falta tener fe en algo.

La amistad también es muy significativa para la felicidad, pero la gente tiene cada vez menos amigos. Lo mismo pasa con las relaciones familiares. La gente no se está casando, no está teniendo hijos, y el amor familiar es fundamental para la felicidad. Los jóvenes además están perdiendo el sentido de la vocación profesional.

— ¿Y las tormentas?

Desde 2000, se han sumado tres tormentas que han provocado un cataclismo en la felicidad. La primera tormenta se dio en torno a 2008, 2009, y no se trata de la crisis financiera, que, como economista, era mi intuición inicial. Fue cuando todo el mundo se compró el iPhone y empezó a pasar el día frente a una pantalla. Ahí fue cuando empezaron a disminuir las relaciones en persona y a aumentar el uso de redes sociales.

La segunda tormenta fue la pandemia por el COVID, que ha debilitado las relaciones personales y maltrecho la habilidad de entablar relaciones entre la gente joven en su periodo más neuroplástico. Ahora hay mucha gente de 22, 23 años que no ha podido formar amistades adultas porque en la época más propensa para ello estaban solos en casa mirando una pantalla.

Y la tercera es la polarización ideológica. En casi todos los países hay más populismo, más polarización. Esto ha aumentado mucho, sobre todo, entre la gente joven, porque tratan y adoptan los movimientos ideológicos como si fueran una religión. Principalmente, porque somos seres hechos para tener una religión, no ha habido ninguna cultura en la historia de la humanidad que no la haya tenido.

— En los últimos años se ha generado, principalmente en redes sociales, una especie de cultura terapéutica, una cultura de la autoayuda, en la que se persigue la felicidad como un fin en sí mismo, sobre todo entre los jóvenes. Lo paradójico es que, viendo las cifras, parece que estamos en el polo opuesto, con unas tasas alarmantes de depresión y ansiedad, con más soledad y sí, infelicidad.

Es muy interesante lo que está pasando en las redes sociales, porque están produciendo infelicidad e intentando a la vez tratar sus síntomas.

La gente se siente muy sola, en parte porque no tienen relaciones offline, en la vida real. No tienen contacto visual, no tienen contacto físico y viven enganchados a estas tecnologías, con cada vez menos relaciones personales y, por ello, con menores niveles de oxitocina, una hormona que no se puede producir a través de una pantalla. Sufren, y para aliviar los síntomas de la depresión, de la ansiedad y la soledad, acuden a las redes sociales. Es un círculo vicioso.

Además, uno de los problemas de esta cultura terapéutica es que hay victimismo a punta pala. Por otro lado, cada vez hay menos sentido de la vocación profesional. Es normal que entonces pase lo que estamos viendo.

Hace unas semanas se publicó el World Happiness Report 2024. Como era de esperar, los países más felices son los nórdicos. ¿Qué opinas de este tipo de informes?

Estas comparaciones entre países no valen nada. Lo que sí vale es el cambio dentro de un mismo país a lo largo de los años. España era más feliz hace 30 años, eso es verdad. Pero no puedes comparar España con Japón. No lo puedes hacer porque los españoles contestan las preguntas sobre la felicidad de forma diferente a los japoneses.

El gobierno no puede aumentar la felicidad de los ciudadanos

En los países nórdicos se contestan las preguntas a través del concepto de satisfacción o contentamiento. Y esto es diferente a cómo se contesta, por ejemplo, en Estados Unidos, porque aquí lo hacemos a través de la idea de emprendimiento. Es muy importante tener en cuenta estas diferencias, porque todos los países tienen culturas diferentes y valoran la felicidad a través de prismas diferentes. Por ello, comparativas así son inútiles.

— ¿Y cuánto pueden los gobiernos intervenir en la felicidad de la ciudadanía? Es conocido que en los países nórdicos tienen políticas sociales bastante robustas.

Buenísima pregunta. El gobierno no puede aumentar la felicidad de los ciudadanos. Cuando un político te dice “yo te voy a aumentar la felicidad”, tienes que desconfiar. Lo que sí pueden hacer los gobiernos es disminuir las fuentes de la infelicidad. Hay factores que nos impiden llegar a la felicidad, como el hambre, la falta de educación o la falta de salud. Es ahí donde los gobiernos pueden intervenir para aliviar las carencias y ofrecer servicios públicos que faciliten su acceso.

— Hace unos meses publicaste con Oprah Winfrey el libro Build the life you want, donde introducís el concepto de “happierness” (combinación entre happier y happiness). En español se podría traducir como ser más feliz. ¿Es eso a lo que deberíamos aspirar en esta vida, a procurar ser un poco más felices de lo que lo somos ahora mismo?

El ser humano quiere progresar y es muy importante tener en cuenta esta tendencia cuando hablamos de la felicidad. El objetivo es ser más feliz que ayer, más feliz que el año pasado. Esa es la esperanza. Ser más feliz, porque la felicidad absoluta no es posible aquí en la tierra.

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