¿Amor a un clic?

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Diana tiene 28 años, es profesional y trabaja. Para darle el punto de sazón exacto a su vida, solo le falta un compañero, aunque me dice que no es sencillo: “Madrid es una ciudad muy poblada, pero es difícil conocer gente”. Por ello, se apuntó a una web de citas “muy de moda”, en la que podía elegir pareja según sus características físicas y sus aficiones, aspectos con los que podía hacer una pequeña criba. En cuatro meses, conoció a tres candidatos.

La historia no es demasiado extensa: con el primero, se sorprendió de que se pareciera muy poco a la foto que este puso en su perfil en la web —“la gente sube fotos en la que estaba fantásticamente, a lo mejor de hace años”—, y no hubo interés en volverlo a llamar. El segundo, un chico que se decía “demasiado ocupado con sus estudios”, se despidió sin interesarse siquiera por intercambiar números telefónicos, y el tercero, con el que sí hubo cierta sintonía, le hizo saber poco después que había elegido a otra chica, por lo que —“sorry!”—no volverían a verse más.

“Es el problema que tienen estas páginas: hay mucha gente que contacta con varias personas a la vez, y van quedando con ellas, hasta ver cuál les gusta más”, me explica. No piensa volver a hacer uso del portal, o al menos no de momento: “Me parece que cada cita es como una entrevista de trabajo: de dónde eres, cómo te llamas…; intentas mostrar lo mejor de ti, y es siempre igual. No es que conoces a una persona en un grupo y, a medida que pasa el tiempo, te encuentras con ella y ya sabes cómo es. En este caso, nada: ‘no me gustas, no vuelvo a quedar contigo’. Es muy mecánico. Además, a veces es muy evidente que estás compitiendo con más personas. Cuando alguien queda con cinco a la vez, te da la sensación de que estás compitiendo. No, no me ha servido para nada; ni para conocer un amigo”.

Habría un sinnúmero de historias, algunas sencillamente estrambóticas, otras con un final no muy feliz, que aparecen publicadas en los medios y foros. La tentación es fuerte: ¿cómo sustraerse a las invitaciones de la tecnología?: “¿Qué desea: amor? ¿Una relación estable o una ‘cana al aire’? No hay problema: búsquese un ordenador o un smartphone, y con un ¡clic! ya puede comenzar su búsqueda en las decenas de webs o mediante las innumerables apps existentes. ¡No espere más!”.

“Al no haber límites, la necesidad de sentirnos deseados puede llegar a hacernos dependientes de este tipo de aplicaciones”

Quizás le falta decir: “¡Habrá sorpresas!”.

Mujeres con la cesta, hombres en el anaquel

Una de las aplicaciones más utilizadas para buscar pareja es Tinder, aunque no para hallar esposa o esposo. Según explica una bloguera de El País, especializada en estos temas, el asunto es más “informal”, y funciona así: mediante sus filtros, Tinder se encarga de localizar geográficamente a una persona, según las características y aficiones mostradas en Facebook por el que está “a la caza”, y una vez que da con potenciales candidatos, se los enumera al interesado, quien comienza a recibir solicitudes para establecer contacto, y desecha a unos mientras coloca a otros entre sus posibles conquistas.

Ya únicamente le queda pulsar sobre la opción “Match”, y comenzar a chatear con la potencial pareja para conocerse, atisbar coincidencias y, si procede, quedar. Por cierto que, normalmente, los perfiles de los futuros novios suelen ser una ristra de virtudes: buena parte de ellos dicen ser empresarios, amantes de los deportes de riesgo, apasionados, sensibles, etc. O sea, que nadie es desempleado, ni sedentario, ni convulsiona de espanto cuando escucha una serenata de Mozart. Ellas suelen, en cambio, mentir menos —se dice—.

Con Wibbi, una aplicación española de reciente creación, y cuyo lema “Donde quieras, con quien quieras” es de todo menos opaco, sucede más o menos lo mismo que con Tinder, solo que estrecha aún más el rango geográfico de búsqueda… hasta el local (el bar, el club o el espacio de ocio que sea) en que se encuentra el usuario en ese momento, por lo que la interacción de los eventuales interesados es bastante más rápida, si bien digitalmente mediada. Se le agrega como amigo, y a chatear.

Por último, para acabar con las muestras, está Adopta un tío, ampliamente publicitada en un anuncio de TV . Sí, los “productos” —que así se denomina a los hombres que se inscriben— están clasificados de diferentes maneras, como en los anaqueles de una tienda: barbudos, tímidos, tatuados, cómicos, soñadores, pastores, ingenieros, etc.

Las mujeres cansadas de escuchar las cantinelas de los “superhombres” que toman la iniciativa en otras webs y apps, tienen aquí la opción de “comprar” al que deseen, esto es, hacer clic sobre el que estimen oportuno, y solo desde ese momento el hombre puede interactuar con ella. El “supermercado de citas”, como se autodefine el sitio, comunica que allí las féminas “encuentran buenos chollos”, y su eco mercantil nos provoca una sonrisa, solo interrumpida por el pensamiento de qué sucedería si existiera un sitio llamado “Adopta una tía”, en el que las mujeres fueran exhibidas como latas de fabada.

En los perfiles de los inscritos se suele alterar la realidad y exagerar los rasgos positivos

A un paso de la adicción

Basta con bajar a una estación de metro o sentarse en un parque a ver cómo se desenvuelve la vida real, y el observador caerá en la cuenta de que esa “vida” está transcurriendo cada vez más… en el móvil o en la tablet. El ensimismamiento con lo que sucede ahí, tras el cristal de la pantalla táctil, absorbe la atención de jóvenes y adultos, y la desvía no poco de la otra existencia: la física y relacional.

Con esto, se reducen las habilidades para entablar una comunicación inmediata con los demás, para establecer una relación con ellos. El objetivo, en el caso de quienes buscan pareja, está claro, pero falta el puente, las palabras, los modos, el saber adecuarse a la situación comunicativa… ¿A que es más fácil darse a entender con emoticonos, sin tanta elaboración?

Claro que donde se juega el partido es en el terreno, sin corazoncitos flechados ni caritas amarillas sonrientes, y es ahí donde se necesitan las habilidades de la vida verdaderamente real. Cuando, por otra parte, la potencial pareja no forma parte del círculo inmediato —el centro laboral, la universidad, el barrio—, hay que poner un plus, dar pasos que favorezcan el acercamiento para darse a conocer y conocer a la otra persona. Pero ello supone un esfuerzo de la inteligencia, y si está adormilada por el consumismo, querrá esperar cómodamente que una aplicación digital le presente un catálogo de candidatos-productos, sobre los cuales solo tiene que colocar el índice y pulsar.

Una comodidad, por cierto, que puede crear adicción. El profesor Luis Ayuso, doctor en Sociología por la Universidad de Granada, explica a La Vanguardia que la posibilidad de experimentar vivencias nuevas –mientras el interesado mantenga en su dispositivo la app de “ligues”, seguirá recibiendo candidatos que aceptar o rechazar– puede generar un deseo de ir a más, “algo que puede compararse con el consumo de drogas”: “Al no haber límites, la necesidad de sentirnos deseados puede llegar a hacernos dependientes de este tipo de aplicaciones”.

Diana: “Me parece que cada cita es como una entrevista de trabajo: de dónde eres, cómo te llamas; es siempre igual”

Definitivamente, a menos que se tenga un pie en el día a día tecnológico y otro, bien firme, en el campo de la relación social, habrá riesgos de ese tipo, y cierto extrañamiento para iniciar y conducir una relación de pareja, cuando no sorpresas o decepciones como las de Diana. Son ironías de una modernidad que pretende dictar dogmas sobre sexo y relaciones de pareja, pero que se ha vuelto rehén de aparatitos que caben en un bolsillo.

Y una alerta de IBM…

Un estudio de IBM revela que el 60% de las aplicaciones para citas son vulnerables a los hackers, con lo que no solo los sentimientos, sino también el bolsillo corre peligro.

Muchas de las apps de este tipo tienen acceso a dispositivos del móvil, como la cámara y el micrófono, y a información contenida en él, como su localización por GPS o el estado de las cuentas del usuario. Como este suele bajar la guardia cuando anticipa algún interés de parte de su interlocutor, los hackers pueden aprovechar la ocasión para enviarle alertas falsas, a las que él usuario dará clic sin saber que está descargando un programa maligno. Asimismo, los “ciberpillos” pueden conocer, mediante el GPS, cuál es el itinerario diario del dueño del smartphone, además de robar datos de su perfil y controlar la cámara y el micro incluso cuando aquel no está conectado.

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