Contrapunto
El 1 de abril es en Holanda, como en otros países europeos, el día de las «inocentadas». Pero la foto de bodas que nos llegó de Amsterdam ese día aseguraba ser auténtica: cuatro parejas holandesas (tres de hombres y una de mujeres) se convertían en los primeros «matrimonios homosexuales con plenos derechos». Las cuatro parejas aparecían en el momento de cortar la tarta nupcial. Será la falta de costumbre, pero la tarta me pareció lo más auténtico de la reunión.
Hace falta mucha imaginación para llamar matrimonio a la unión de dos caballeros mayores a punto de compartir la pensión de jubilación, de una pareja de mocetones que se miran tiernamente a los ojos, o de dos novias con velo sin hombre que las desvele. No digo que esas parejas no estén unidas; lo que pongo en duda es que estén unidas en matrimonio. El matrimonio, como la tarta, tiene unos ingredientes que lo hacen ser lo que es. Un cocinero «avanzado» puede optar por hacer un pastel sin azúcar ni harina, y con pasta de soja. Y a lo mejor es una aventura de los sentidos. Pero no debería sentirse discriminado si no se lo admiten a un concurso de pasteles de manzana.
Si los ingredientes del matrimonio pueden cambiarse a gusto del legislador, no sé por qué habría que limitarse a admitir las parejas del mismo sexo. Si el género ya no cuenta, tampoco habría que limitar el número. ¿Por qué discriminar a los tríos de hecho, ya sean ménage à trois o uniones polígamas?
En realidad, ya desde 1998 Holanda había aprobado una ley de contrato de convivencia que reconocía a las parejas de hecho, también a las homosexuales, los mismos derechos fiscales, de herencia, de adopción… que a los matrimonios. El matrimonio ahora reconocido solo añade su valor simbólico. Y la complicación de tener que divorciarse ante el juez.
Así que lo que ha cambiado la ley holandesa no es la discriminación de los homosexuales, sino el concepto de matrimonio. Y es aquí donde el Estado ha invadido un terreno que no le compete. Estar en contra de esta innovación no es muestra de un «prejuicio religioso». El mismo joven Marx escribía en 1832: «Quien contrae matrimonio no crea, no inventa el matrimonio, del mismo modo que el nadador no inventa la naturaleza o las leyes del agua o de la gravedad. Por consiguiente no es el matrimonio el que debe plegarse a su arbitrio, sino su arbitrio al matrimonio».
El matrimonio tiene una estructura originaria, que no es una creación del poder legislativo del Estado. Y cuando el Estado no respeta esta realidad, abre paso a un «karaoke matrimonial», que como toda simulación no aportará nada sólido.
Pero los holandeses han estado más apasionados por el anuncio oficial del compromiso del príncipe heredero, Guillermo Alejandro, con la joven argentina Máxima Zorreguieta. Esta sí que será una boda real. Pero envuelta en la polémica, porque Máxima es hija de Jorge Zorreguieta, que fue ministro de agricultura durante la dictadura del general Jorge Videla (1976-1983). Fuera de la Argentina, nadie se acordaba de este ex ministro, un magnate del azúcar, al que se le pidió que ocupara la cartera de agricultura por sus conocimientos del sector. Nunca tuvo un papel destacado en la política y en ningún momento ha sido inquietado después por la justicia de su país.
Sin el padre de la novia
La que, ciertamente, no tuvo ninguna implicación con la Junta militar fue Máxima, entonces una niña. Sin embargo, durante meses los políticos, la prensa y la opinión pública holandesa han debatido hasta la saciedad si la filiación de la joven argentina la invalida para ser reina. Según las encuestas, la mayoría de los holandeses diferencian entre la actividad del padre y la de la hija, y están a favor de la boda. Pero hay políticos, como Jan van Walsem, miembro de D66, partido de la coalición de gobierno, de rígida observancia: «Con tal padre, Máxima no puede ser mi reina».
La reina Beatriz ha dirigido la maniobra tanto o más que el primer ministro, Wim Kok. Este ha enviado ya a las cámaras una carta en la que solicita formalmente el visto bueno para el matrimonio, requisito exigido a aquellos miembros de la casa real que quieran conservar sus derechos dinásticos. Hábil político, Kok ha remitido junto con la carta un informe elaborado por historiadores sobre la dictadura militar en Argentina y una declaración del propio Zorreguieta. Para que se vea que una democracia no se priva de hacer un expediente de «limpieza de sangre» cuando es necesario. Para no causar ningún problema a su hija, el padre de la novia no asistirá a la boda. Un duro sacrificio en aras de la paz con los bienpensantes. Es como si Máxima fuera hija de madre soltera, y se la aceptara, pero, ¡santo cielo, que no se le ocurra a su madre venir a la boda!
Se comprende que los escrúpulos de los políticos en este caso son un reflejo de la importancia que Holanda atribuye a la defensa de los derechos humanos. Pero, al modo de Chesterton, podría decirse que estamos ante una virtud cristiana que se ha vuelto loca. Pues el primer derecho humano es el derecho a ser juzgado solo por los propios actos.
No sé qué habría sucedido si el príncipe Guillermo Alejandro, en vez de enamorarse de una muchacha de melena rubia, ojos castaños y semblante risueño, se hubiera enamorado de un joven de su mismo sexo, fuera o no de sangre real. Quizá el asunto no hubiera sido tan polémico como la boda con Máxima. ¿Se le podría haber discriminado, ahora que los homosexuales tienen pleno derecho al matrimonio? Si hace falta un heredero, siempre podrían adoptar. Pero Guillermo Alejandro ha tenido el buen gusto de no colocar a los políticos ante tal dilema.
Ignacio Aréchaga