Cómo se educa hoy a los niños pequeños

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Un estudio sobre valores y pautas de los padres españoles
Si se preguntara a cualquier padre o madre qué importancia da a la educación de sus hijos, daría la máxima calificación. Sin embargo, para ir más allá de lo obvio, habría que averiguar en qué valores fundamenta su misión formativa, qué medios considera más adecuados y en qué medida se corresponde lo que hace con lo que pretende. A eso va un estudio (1) sobre los padres españoles con hijos menores de 6 años, que se ha publicado hace poco. Valores y pautas de crianza familiar detecta en ellos excelentes intenciones, gran preocupación por el desarrollo físico y moral de los niños, junto con algunos errores y lagunas.

El estudio se ha hecho mediante encuestas a 1.200 padres (70% madres y 30% padres) con hijos menores de 6 años. Las familias con niños de esas edades constituyen aproximadamente el 20% de los hogares españoles. La elección de este universo se justifica por la especial influencia de los padres durante esa etapa de la vida, en que se sientan las bases del desarrollo posterior. Sin que esto signifique que en esa etapa esté, como algunos han sostenido, la clave de todo el desarrollo de la persona.

En la encuesta se preguntaba sobre creencias, saberes, actitudes y hábitos que los padres dicen tener en relación con sus hijos pequeños, para descubrir las pautas de crianza y educación que siguen las familias. Con acierto, los autores distinguen entre crianza (atención al desarrollo orgánico y físico) y educación (lo formativo e informativo).

Se descubre que, en general, los padres actuales creen que tener un hijo implica la necesidad de prestarle mucha atención, con la consiguiente pérdida de independencia, y un gasto económico nada despreciable. Así, muchos piensan en los hijos en términos de inversión: tener menos hijos significa ofrecerles los mejores cuidados y educación posibles, lo que consideran «rentable» en el futuro para toda la familia. De modo que el 65,5% de los encuestados sostienen que basta tener sólo uno o dos hijos, porque criarlos hoy cuesta mucho dinero. Aparte de que, por otro lado, el 14,5% piensan que hoy se atiende mejor a los niños, y por eso no es posible cuidar bien de muchos.

En busca de recetas

Síntoma de esta preocupación por la correcta educación de los hijos es que los padres sienten necesidad de consejo, y recurren a otros para afrontar las cuestiones que se les plantean. Sin embargo, es significativo -y en algunos casos sorprendente- comprobar cuáles son sus fuentes de información. Confían ciegamente en el médico (85,6%) y en la educación recibida (67,3%). Las revistas específicas de divulgación tienen un enorme poder (60,4%), punto que resulta preocupante, pues en ellas hay muchos artículos sin una clara fundamentación científica, en gran parte sujetos a los vaivenes de la moda. Le siguen los libros sobre educación familiar (59,9%), los consejos de los padres o suegros (57,8%), de hermanas o amigas con hijos de edades similares (50,2%). Y, por fin, aparecen los especialistas en este campo (profesores, pedagogos, psicólogos…), con sólo un 39,2%, y las escuelas de padres (9,3%).

De aquí se puede inferir que la primera preocupación de los padres es la salud del niño, cosa muy comprensible. Pero resulta que se dejan influir por planteamientos a veces contradictorios: sus propias experiencias, o ajenas, y las modas de la divulgación. Siguen utilizando, para criar y educar, muchos métodos basados en creencias tradicionales, sin tener pruebas de que sean las más correctas. En general, podemos afirmar que lo que más buscan son «recetas», como se puede comprobar echando una ojeada por cualquier librería.

La encuesta revela que los padres se muestran muy atentos a los hábitos de higiene en los primeros años, y luego esta preocupación disminuye paulatinamente a medida que el chico va creciendo y logrando su necesaria autonomía. Pero los padres contemplan esos y otros hábitos de crianza casi exclusivamente desde el punto de vista biológico, ignorando su componente emocional y relacional. Es decir, prestan mucha atención a la salud física del niño, pero no tanta a la salud mental. Así, por ejemplo, con tal que el niño se duerma, durante años le permiten que comparta con ellos habitación o cama, o aceptan que necesite la presencia de alguno de ellos hasta que concilie el sueño. O con tal que coma, le consienten caprichos, sin inculcarles el orden en el horario de comidas, en las dietas… Pero semejantes concesiones son perjudiciales.

Lagunas y errores

En cuanto a los modos de educar, el estudio muestra que los padres tienen una información insuficiente o inadecuada. Por ejemplo, no es raro que les exijan antes de tiempo un aprendizaje determinado, lo que no ayuda al desarrollo del niño -e incluso lo perjudica- o simplemente no contribuye al aprendizaje comprensivo, sino que se queda en un puro amaestramiento (un caso es la enseñanza generalizada de la lectura en la educación infantil). A la vez, se dejan de lado otros aprendizajes, con el resultado de que los niños no asimilan algunos comportamientos o que su progreso es demasiado lento: así ocurre a menudo, según detecta el estudio, con la adquisición de hábitos como el orden.

Por otro lado, es la actitud de los padres lo que, en último término, facilita o estorba ese aprendizaje. Por ello, es importante que los padres sepan moverse en estas coordenadas: paciencia-comprensión-firmeza. Es absolutamente necesario que introduzcan normas de comportamiento, imprescindibles para convivir sin excesivas tensiones. Pero hay que introducir estos aprendizajes sin interferir negativamente en el desarrollo evolutivo del niño, lo que requiere conocer qué es adecuado para cada edad. En este punto, el estudio descubre lagunas y errores bastante extendidos entre los padres.

Por ejemplo, el niño de 2 a 3 años está en pleno desarrollo motor, fase que se caracteriza por movimientos constantes, equilibrio inestable, querer ver todo, hacer todo por sí mismo, etc. El niño todavía no tiene autocontrol. Por tanto, a esa edad, pedirle que se esté quieto es pedirle un imposible. Si los padres asumieran estas condiciones evolutivas, sabrían dónde poner al niño los límites, pocos y claramente marcados, lo que ahorraría muchas situaciones conflictivas.

Niños «desobedientes»

Por otro lado, la mayoría de los padres españoles prefieren inculcar normas de conducta mediante el razonamiento y las reprimendas antes que con castigos físicos. Sólo utilizan éstos en situaciones extremas, cuando no pueden controlar la situación. Aunque se observa que muchas veces este descontrol es consecuencia de una mala decisión de los mismos padres, o de su estado de ánimo negativo. Sin embargo, los padres dicen que los niños más desobedientes son también los de 2 a 3 años.

Si volvemos a repasar la psicología evolutiva, sabremos que a esas edades la capacidad de comprender las normas y aceptar reglas sociales no se da. Estos niños pequeños no son capaces de seguir un razonamiento, por lo que no podemos plantearnos problemas de desobediencia. Es preferible ser con ellos muy claros sobre lo que pueden o no hacer, sin mayores explicaciones, que más adelante habrá que darles de modo paulatino. Es decir, para reforzar los comportamientos positivos basta mostrar cariño y afecto; para reprender basta expresar que una conducta no es correcta y mostrar un gesto enfadado. No más.

La escuela infantil

Otros datos reflejados en el estudio se refieren a la importancia que ha adquirido la escuela en la educación de los niños menores de 6 años. Ciertamente, el niño necesita una estimulación exterior para que vayan apareciendo patrones de conducta deseados.

Es un hecho que las escuelas infantiles surgieron con una clara función asistencial. Sin embargo, en la actualidad esta dimensión ha desaparecido, pues se aprecia el valor y complemento que tales escuelas aportan al desarrollo infantil. Poco a poco, la escuela infantil ha adquirido una finalidad netamente educativa, con una misión imprescindible para el desarrollo adecuado de los más pequeños. Este es uno de los pilares de la igualdad de oportunidades, por lo que no extraña que se hayan extendido estas escuelas, se sistematicen sus programas y se aspire a facilitar el acceso a ellas (la nueva ministra de Educación ha anunciado que su departamento se propone ir ampliando la gratuidad de la enseñanza a la etapa infantil).

Hoy, el 83% de los niños españoles inician la escolaridad antes de los 4 años. Según la encuesta, los padres buscan, entre otras cosas, la oportunidad de que sus hijos compartan experiencias con otros niños (70,4%) y favorecer su desarrollo (57%), además de que adquieran aprendizajes específicos (84,1%). A la vez, sorprende que sólo el 38% de los padres hablen frecuentemente con los profesores sobre la marcha de sus hijos. No hacer así resta eficacia a la educación. Los dos ámbitos -escuela y hogar- se complementan, y se lograría un mejor desarrollo si padres y profesores supieran coordinarse y apoyarse mutuamente.

Valores y estilos de educar

El penúltimo capítulo del estudio examina los estilos educativos de los padres, según los valores que pretenden transmitir a los hijos. En primer lugar, los autores averiguan cuáles son, a juicio de los padres, los valores más importantes que se han de inculcar.

Los valores más apreciados son los morales: el primero, la honradez, que es considerado muy importante por el 95,7% de los encuestados. A continuación figuran, con porcentajes también muy altos, otros como la solidaridad (95,1%), la sinceridad (85,8%) o la lealtad (85%).

En un segundo bloque aparecen valores menos estimados, aunque todos con índices superiores al 50%. Unos son culturales: el estudio (84,1%), la afición a la lectura (77,1%). Otros son prácticos: los que, según los padres, necesitan los niños para «llegar lejos». Así, el 78,4% consideran muy importante enseñar a los niños a «confiar en su esfuerzo y acciones para conseguir lo que quieren»; para el 63%, es muy importante inculcarles que deben «estudiar para ser importantes en la vida». Por encima del 50% figuran también valores relativos a la vida familiar y la convivencia social, la buena educación y la ecología: rechazo de las discriminaciones por razón del sexo, la raza o la clase social (82,5%); participar en la vida de la familia (60,5%); guardar las normas de buena crianza, por ejemplo con respecto a la higiene o las comidas (76,5%); respetar la naturaleza (71,8%).

En el tercer grupo de valores, por debajo de los anteriores, están los estéticos: aficiones como la música o la pintura (45,4%); el uso correcto de la voz (44,7%) o de la escritura (28,3%). No parecen de gran importancia a los padres los valores físicos y deportivos (34,3%), como tampoco la aceptación de la propia condición y aspecto físicos (26,3%: ¿sabrán prevenir a los hijos contra la anorexia?).

Por último, aparecen los valores menos apreciados. Aquí se descubren datos significativos. Los padres no consideran muy necesario inculcar en los hijos una actitud cooperativa (22,9%) o el fair play cuando se trata de competir (24%). Transmitirles valores religiosos es considerado menos importante aún (8,9%), aunque no tan poco como la propia ideología y opinión política (2,2%).

Competitividad

Esta escala de preferencias se presta a análisis, que los autores no omiten. El elevado aprecio por los valores éticos resulta matizado por las buenas puntuaciones que también obtienen valores pragmáticos (los que ayudan a llegar alto en la vida), del segundo bloque. De hecho, el tercer valor más estimado («esforzarse para conseguir sus propósitos», 93,7%) se podría incluir tanto en el primer tipo como en el segundo; lo mismo cabe decir del quinto valor («enseñarles a que tengan seguridad y confianza en sí mismos, y autonomía», 91,6%).

Es cierto, a la vez, que la solidaridad está arriba en la escala; pero la cooperación no. Según parece, concluyen los autores, los padres creen que en la sociedad en que vivimos los niños necesitan aprender a ser competidores duros. Si a esto se añade la escasa consideración que merecen los valores religiosos e ideológicos, se puede pensar que los padres actuales presentan un grado no despreciable de pragmatismo, aunque no se puede negar su preocupación por la formación moral.

Para medir la exactitud de esta impresión hace falta relacionar las diversas respuestas sobre valores con los padres que las dan. ¿En cuántas familias predominan efectivamente los valores éticos, o los pragmáticos? Del análisis cruzado de los datos, los autores extraen una tipología familiar aproximada, según los estilos educativos, definidos por la prevalencia de unos u otros valores. Estas son sus conclusiones:

Padres pragmáticos

1) El estilo educativo más extendido, que se da en el 31,25% de las familias españolas, es el que los autores describen como el de «padres comprometidos en el logro», que consideran la educación de sus hijos como una «inversión». Buscan el rendimiento, asegurar el éxito futuro; son «padres activos, que se sienten artífices y responsables de los resultados concretos de sus hijos y de la satisfacción de sus necesidades básicas». Priman la productividad, el mérito y la cualificación; quieren «asegurarles [a los hijos] un mejor y más brillante futuro en el que puedan competir en las mejores condiciones». Se trata, en fin, de «una forma utilitarista y pragmática de entender la educación familiar».

Este modelo se da, en las proporciones más altas, en padres de 30 a 35 años (47%), con un hijo (39%) o dos (47%), de clase media (43%) o alta (31%). Entre todos los grupos, presentan la mayor proporción de titulados superiores.

Padres permisivos

2) En segundo lugar, el 24,51% de los padres son «permisivos», de un tipo muy opuesto al anterior. El valor más apreciado por ellos es la tolerancia. Son antiautoritarios, piensan que «en casa no deben existir normas de conducta» y que se ha de dejar a los niños «que vayan a su aire». En consecuencia, les controlan y les exigen poco.

Los autores comentan que «un estilo educativo basado en la permisividad no favorece el proceso de socialización», que requiere asimilar normas y aprender qué es el bien y el mal. Además, si todo está permitido, «es difícil aprehender el verdadero sentido de la autonomía y la libertad»: en ese caso, no se puede elegir, pues todas las posibilidades son indiferentes. Los padres de este estilo son también, en su mayor parte, de 30 a 35 años (45%), con dos hijos (43%) o uno (39%), y de clase media (57%).

Padres formadores

3) Los que el estudio llama «padres comprometidos en la educación integral» son el 23,5%. Tienen una visión más amplia de la formación. Dan más importancia que la media a los valores estéticos y morales, así como a lograr un clima de afecto dentro de la familia, y al diálogo con los hijos. No estiman tanto la preparación para el éxito y la obtención de resultados; en cambio, dan mayor importancia a la influencia de su propio comportamiento sobre los hijos, para quienes creen que han de ser un modelo.

Estos son los padres más jóvenes, en su mayor parte menores de 30 años, por lo que es menos significativa la proporción de familias pequeñas entre ellos (el 50% tienen un solo hijo y el 34%, dos). Están más repartidos que los otros grupos entre todas las clases sociales (27% de clase alta, 46% de clase media y 27% de clase baja).

Padres invisibles

4) Los «padres invisibles» (20,74%) se caracterizan por la dejación de funciones educativas. Esto no significa que sean antiautoritarios, como los del segundo tipo. Se implican poco en la educación, que dejan en manos del colegio; son quienes en mayor proporción creen que la televisión influye positivamente en el desarrollo de los hijos. Pero son los que exigen más respeto y recurren más a los castigos. En este grupo se registra la mayor proporción de padres de clase baja (36%) y sin estudios (9%).

Ninguno de estos grupos puede considerarse el representante significativo de las familias españolas. Los cuatro conviven, todos presentan formas intermedias. Pero son indicios de tendencias reales.

Marta Ruiz Corbella_________________________(1) Petra María Pérez Alonso-Geta (dir.), Valores y pautas de crianza familiar. El niño de 0 a 6 años. Estudio interdisciplinar, Fundación Santa María, Madrid (1996), 223 págs.

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