En ocasiones, los niños pequeños parecen estar dotados de un instinto para desobedecer a sus padres. La oposición a la voluntad de los mayores es, según dice Justin Coulson en su blog, Happy Families, un adelanto del sentido de autonomía de la persona y, por tanto, una etapa importante en la vida de los menores. “Nuestro reto, como padres, es trabajar con ese instinto”, añade.
¿Cómo hacer que los hijos escuchen y obedezcan? “Es una de las preguntas más comunes que me hacen llegar los padres”, afirma el psicólogo australiano, asesor del gobierno de su país en temas de ciberseguridad infantil, y padre de seis hijas. “Si sientes que tienes que hablar hasta la extenuación, y aun así tus niños no te escuchan, no estás solo”, dice, por lo cual aconseja seguir tres sencillos pasos.
El primero, hablar suavemente. “Si alguien empieza a hablarte en alta voz o gritando, tu respuesta inmediata es replicar o escapar. Quieres estar lejos de esa persona. Nuestros hijos no son diferentes. Cuanto más alzamos la voz, menos escuchan”.
Coulson aconseja, pues, hablarles suavemente. “Mientras más despacio y bajo hable una persona, más atención le prestarán los demás. ¡Queremos escuchar lo que podríamos perdernos! (…). Un simple test para probar esta teoría: párese en la puerta de la habitación de su hijo y diga con voz dulce y apacible: ‘¿Quién quiere helado?’”.
Segundo paso: considerar los tiempos del pequeño. “A menudo pedimos a los niños que hagan algo y esperamos que se levanten de un salto a hacerlo, sin reparar en aquello que han estado haciendo. Aunque eso no sea importante para nosotros, a menudo sí es muy importante para ellos, incluso si ‘solo están jugando’ (recuerda que el juego es la cosa más importante que pueden hacer)”.
En tal sentido, el psicólogo sugiere a los padres que vean el asunto desde la perspectiva de los pequeños, y que atraigan su atención de modo calmado y civilizado.
Por último, sugiere que se utilice lo que denomina el “recordatorio amable”. “Esta es mi arma secreta”, bromea, y describe el algoritmo: acercarse a la niña, tomar una de sus manos entre las suyas, con gentileza, y decirle una palabra o dos: “Elena, la toalla”, “Abbie, tus zapatos”.
Según explica, esto les induce a preguntarse de qué están hablando los padres. “Elena puede pensar sobre cómo dejó la toalla en el suelo, y Abby sobre dónde dejó los zapatos y dónde se supone que deberían estar”.
En estas situaciones, “yo no me enfado; estoy hablando suave y amablemente. Las estoy mirando a los ojos y les estoy pidiendo que lo hagan. Sé que tengo su atención y que me han escuchado. Que están escuchando”.
No obstante, si al final todo esto falla, Coulson aconseja con humor: “Siempre puedes decir ‘helado’”.