La escena de un niño que se revuelca por el suelo –en la calle, en una tienda o en el metro–, mientras pega unos gritos de mezzosoprano y reclama un dulce, un juguete o, en definitiva, que se haga su voluntad en algún asunto, pone en aprieto a más de un padre que no sabe qué hacer: si darle un coscorrón –con lo que se arriesga a la desaprobación del público– o satisfacer inmediatamente su capricho con tal de que se calle.
“Los adolescentes que perciben que sus padres les tienen en mayor consideración tienen menos posibilidades de fumar o beber”
Lo que sí sorprendería, ante la pataleta, es que el padre se acuclille y le pida un abrazo al muchacho. Y asombraría aun más que, como resultado, el chiquillo se calmara. Pero sucede. Al menos es l…
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