Cuando los padres no saben hacerse respetar

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“Los niños que son constantemente alabados, a menudo se convierten en adultos susceptibles que tienen dificultades en su trabajo o en su vida personal debido a sus reacciones negativas”, escribe la psicóloga clínica Patricia Dalton en un artículo publicado por The Washington Post (10-09-07).

“Profesores, pediatras y terapeutas como yo estamos viendo niños de todas las edades que no tienen miedo de sus padres. Ni poco ni mucho. Ni de su poder, ni de su posición, ni de su capacidad para imponer criterios y hacer cumplir sus consecuencias. No estoy defendiendo un comportamiento paterno violento o autoritario, que puede hacer un daño incalculable. No, hablo de un sentimiento que era común a nosotros, generación del baby boom, cuando éramos niños (…): todo lo que mi madre tenía que hacer era lanzarme una mirada. (…) Hoy esa mirada parece haber sido sustituida por un débil asentimiento de aquiescencia paternal… y un convencido reconocimiento por ‘lo difícil que es ser niño hoy en día’”, escribe Dalton, mientras cuenta lamentables ejemplos vividos en su propia consulta. Esta situación “hace que los terapeutas añoren los días del antiguo y bueno complejo de inferioridad”, resume con un punto de ironía.

¿Es que acaso a los padres de hoy no les preocupa la educación de sus hijos? No, “hoy hay mamás y papás que no son solamente padres… creen en la “ciencia de ser padres”. Leen tomos sobre el modo de ser buenos padres y lo ven como un arte y una ciencia que debe ser estudiada y actualizada y practicada conscientemente. Dejar que los niños correteen por el barrio y se aburran a ratos es anatema para ellos.”

“Muchos padres, hoy en día, no esperan que sus hijos colaboren demasiado en casa, aunque sí esperan que lo hagan fuera del hogar. Tienen fuertes convicciones sobre lo que hace a los niños triunfadores y felices ‘por siempre jamás’, y apuntalan esas convicciones en la idea de que ellos -los padres- son de suma importancia en esta búsqueda. Estos padres creen que la autoestima es la llave para el éxito en la vida, y con este fin halagan mucho a sus hijos.”

“Son igualitarios, y creen que sus familias deberían ser democracias. No hace falta decirlo: no dan órdenes. Creen que los niños harán las cosas cuando estén preparados para ello. Preguntan a sus hijos educadamente si harán algo y se sorprenden y consternan cuando la respuesta es ‘no’.”. Y, sin embargo, opina Dalton, difícilmente los profesionales de la educación pueden persuadir a esos padres de que esa manera de educar “no solo no ayuda sino que de hecho hace daño. (…) No quieren tener que oír que sus conceptos New Age para criar niños, además de no funcionar, son realmente recetas para el desastre”.

La autora del artículo cita varios estudios que apoyan su postura. Uno de ellos, realizado en alumnos de una clase de 10 años, los dividía en dos grupos dependiendo de si los investigadores les hacían considerar que su éxito se basaba en su inteligencia o en su esfuerzo. Alabados por su trabajo duro, estos “estaban más inclinados a intentar hacer tareas más difíciles y las efectuaban mejor que aquellos elogiados por su inteligencia”. Otro llevado a cabo con alumnos dos y tres años mayores “confirmaron estos hallazgos”.

Una revisión de 200 estudios sobre autoestima en 1996 hizo aumentar la preocupación al respecto. “Más que promover el éxito, (…) una autovaloración positiva poco realista iba unida a agresión, crimen y violencia”. Por otra parte, “algunas interesantes investigaciones sobre atracción interpersonal han mostrado que la autoconfianza en combinación con algo de vulnerabilidad hace a la persona más atractiva para los demás. Un inquebrantable amor propio supone una desventaja”.

“Los niños sobreprotegidos y con poca disciplina pueden tener también dificultades más tarde, siendo jóvenes adultos, con el proceso de emancipación del hogar y la creación de una vida independiente”, dice Dalton.

Para terminar, sugiere a los padres que hagan suyo este manifiesto: “exijamos más ayuda de nuestros hijos en el hogar y renunciemos a algunos de nuestras frenéticas inversiones en sus logros académicos, deportivos y sociales. Reforcemos los límites y dejémosles ser niños en su propio papel de niños. Permitamos que experimenten algunas de las decepciones de la vida. (…) Empecemos a preocuparnos menos de si nuestros hijos son felices siempre y más de si estamos disfrutando de ellos y de nosotros mismos. Seamos padres en nuestro papel de padres. Y por último, pero no menos importante, resucitemos un viejo concepto: papá y mamá saben más”.

Fuente: Washington post

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