Los hijos de divorciados abandonan la escuela en una proporción mayor que el doble de la que presentan los hijos de familias intactas. El divorcio de los padres duplica también la probabilidad de que las chicas sean madres solteras en la adolescencia y de que los chicos estén en paro. Esto revela un estudio de la socióloga de Princeton Sara McLanahan, cuyos resultados recoge The Economist.
Las desgracias de los hijos de divorciados están relacionadas, en parte, con el descenso del nivel de vida que les acarrea la ruptura de sus padres. Pero el dinero no explica todo, como muestran dos datos. Primero, los huérfanos sufren los tres problemas estudiados (abandono de la escuela, maternidad en la adolescencia y desempleo) en mucha menor proporción que los hijos de divorciados. Y aunque un nuevo matrimonio tras el divorcio suele restablecer el nivel de renta anterior, eso no significa mejores resultados en los hijos.
Dos estudios realizados en Gran Bretaña (por Kathleen Kiernan, del Family Policy Studies Centre, y por Martin Richards, de la Universidad de Cambridge) confirman estas conclusiones. Los hijos de divorciados abandonan la escuela o el hogar antes de tiempo y tienen hijos extramatrimoniales en mayor proporción que los hijos de familias intactas. También tienen menor probabilidad de hacer estudios universitarios. Los que, tras el divorcio, han conocido un segundo matrimonio de su madre, presentan esos problemas con frecuencia aun mayor. Por ejemplo, cohabitan antes de los 21 años en proporción 4,5 veces mayor que los hijos de matrimonios intactos. Richards concluye que, en general, para los hijos es peor el divorcio que tener unos padres mal avenidos pero que no se separan.
En un editorial que comenta estos datos, The Economist subraya que los gobiernos no pueden ya ignorar las consecuencias negativas del divorcio. El semanario recomienda usar con el divorcio la misma táctica que con el tabaco: «Primero, comprender y explicar el daño que hace; después, intentar cambiar la opinión pública; luego, tal vez, cambiar la legislación».
El editorial concluye: «Para los países donde la sociedad funciona mal, en el próximo siglo la competitividad será tan difícil como para los países con economías en mal estado. Cuando los niños reciben una mala educación, cuando hay que dedicar una parte de la renta nacional a proporcionar vivienda, cuidar o curar a los que no pueden bastarse por sí mismos, cuando hay que gastar una parte no menor en policía y seguridad para protegerse de la delincuencia, entonces será difícil que un país aumente su riqueza. El día de mañana, la autodisciplina social será tan valiosa como la inversión y una buena política económica lo han sido en el pasado».