Contrapunto
En las campañas de control de la natalidad se dice siempre que la contracepción es la mejor prevención del aborto. Y, en principio, parece lógico pensar que con la mayor utilización de los anticonceptivos disminuya el número de embarazos no deseados. Sin embargo, cuando se confrontan los datos, se comprueba que contracepción y aborto crecen al mismo tiempo. Así lo reconoce Henri Leridon, director de investigaciones en el Instituto Nacional de Estudios Demográficos francés, en una entrevista publicada en L’Express (24-II-94).
Le preguntan cómo se explica que el número de abortos no se haya reducido en Francia a pesar de la generalización de la contracepción. Y contesta este especialista y defensor de la revolución contraceptiva: «Esas cifras son extraordinariamente frustrantes, pues no han evolucionado desde la aplicación de la ley del aborto, en 1975. Llegamos rápidamente, hacia el fin de los años 70, a los 170.000 abortos, y desde entonces no han bajado. Sin embargo, la contracepción ha llegado al tope: el 90% de las mujeres utilizan la píldora, en un momento u otro de su vida. Muchas se pasan después al DIU. Pero lo paradójico es que, desde el comienzo, había muchas usuarias de la píldora entre las mujeres que pedían abortar».
El fenómeno no tiene nada de extraño. La contracepción crea la mentalidad de que todo debe ser controlado y programado. De modo que un embarazo no planificado, que antes podría dar lugar a un hijo aceptado, ahora resulta intolerable. Así lo reconoce el propio Leridon: «El niño de más ha llegado a ser inaceptable. Antes no se tenía una idea tan fija sobre el tamaño ideal de la familia. Hoy, no se admite ninguna variación respecto al objetivo fijado. Ni en el número ni en la fecha. El niño no debe venir ni demasiado pronto, ni demasiado tarde, ni en mal momento. He aquí la paradoja frustrante: cuanto más se afianza la práctica contraceptiva, más necesario sigue siendo el recurso al aborto».
Lo extraño es que este afán planificador vaya acompañado muchas veces de un desconocimiento de los periodos infecundos de la mujer, que permitirían una regulación natural de la natalidad. «La utilización permanente de la píldora -advierte Leridon- tiene un pequeño efecto perverso: se siente aún menos la necesidad de tener una buena información sobre la fisiología de la reproducción». Y confiesa su sorpresa al haber verificado recientemente en sus estudios que el 10% de las mujeres interrogadas se equivocan respecto a los periodos fértiles del ciclo y el 30% no responden. Son datos que deberían llevar a replantear el enfoque de muchas campañas de educación sexual, tan fértiles en efectos perversos.
Ignacio Aréchaga