Dentro de sus catequesis sobre la familia, en la audiencia del 27 de mayo el Papa Francisco reflexionó sobre el noviazgo, como camino de maduración en el amor hasta el matrimonio. Recogemos sus palabras.
El noviazgo –como indica la palabra (en italiano se dice ‘fidanzamento’ ndr.)– tiene con ver con la confianza, la confidencia, la fiabilidad. Confianza con la vocación que Dios dona, porque el matrimonio es sobre todo el descubrimiento de una llamada de Dios. Ciertamente es algo hermoso que hoy los jóvenes puedan elegir casarse sobre la base de un amor recíproco.
Pero precisamente la libertad de la unión requiere una consciente armonía en la decisión, no solo el simple acuerdo de la atracción o del sentimiento de un momento, de un tiempo breve. Requiere un camino. El noviazgo, en otros términos, es el tiempo en el que los dos están llamados a hacer un buen trabajo sobre el amor, un trabajo partícipe y compartido, que va a lo profundo.
Se van descubriendo el uno al otro: el hombre entiende a la mujer aprendiendo de esta mujer, su novia; y la mujer entiende del hombre aprendiendo de este hombre, su novio. No infravaloremos la importancia de este aprendizaje: es un compromiso hermoso, y el amor mismo lo requiere, porque no es solamente una felicidad despreocupada, una emoción encantada. (…)
Una alianza que no se improvisa
La alianza de amor entre el hombre y la mujer, alianza para la vida, no se improvisa, no se hace de un día para otro, no hay matrimonio exprés: es necesario trabajar el amor. Es necesario caminar. La alianza del amor entre el hombre y la mujer se aprende y se afina. Me permito decir, es una alianza artesanal. Hacer de dos vidas una vida sola. Es también casi un milagro. Un milagro de la libertad y del corazón, confiado a la fe.
Tendríamos quizá que comprometernos más en este punto, porque nuestras “coordinadas sentimentales” están un poco confusas. Quien quiere todo y enseguida, después también cede todo –y enseguida– a la primera dificultad, o a la primera ocasión. No hay esperanza para la confianza y la felicidad del don de sí, si prevalece la costumbre de consumar el amor como algo que completa el bienestar psico-físico. ¡El amor no es esto! El noviazgo se centra en la voluntad de cuidar juntos algo que nunca deberá ser comprado o vendido, traicionado o abandonado, por tentadora que pueda resultar la oferta.
También Dios, cuando habla de la alianza con su pueblo lo hace, algunas veces en la Biblia, en términos de noviazgo. En el libro de Jeremías, hablando al pueblo que se había alejado de Él, dice así en el capítulo 2: “Yo recuerdo el tiempo de tu juventud, el tiempo de tu noviazgo”, cuando el Pueblo era la novia de Dios y Dios ha hecho este recorrido de noviazgo.
Hace también una promesa, en el libro de Oseas. “Te haré mi esposa para siempre, y te daré como dote el derecho y la justicia, en el amor y la compasión. Te daré como dote mi fidelidad, y entonces conocerás al Señor”. Es un largo recorrido que el Señor hace con su Pueblo en este camino de noviazgo. Al final Dios se casa con su Pueblo, en Jesucristo, se casa en Jesús con la Iglesia, el Pueblo de Dios es la esposa de Jesús.
Pero hay mucho camino. Los italianos tenéis, en vuestra literatura, una obra maestra sobre el noviazgo (se refiere a I promessi sposi, de Alessandro Manzoni). Es necesario que los jóvenes la conozcan, la lean. Es una obra maestra donde se cuenta la historia de los novios que han sufrido mucho, han hecho un camino con muchas dificultades hasta llegar al final, al matrimonio. (…)
Un camino de maduración
La Iglesia, en su sabiduría, cuida la distinción entre el ser novios y ser esposos, precisamente en vista de la delicadeza y la profundidad de esta verificación. Estemos atentos a no despreciar a la ligera esta sabia enseñanza, que se nutre también de la experiencia del amor conyugal felizmente vivido. Los símbolos fuertes del cuerpo conservan las claves del alma: no podemos tratar los vínculos de la carne con ligereza, sin abrir alguna herida duradera en el espíritu (1 Cor 6,15-20).
Cierto, la cultura y la sociedad de ahora se han convertido lamentablemente indiferentes a la delicadeza y a la seriedad de este pasaje. Y por otro lado, no se puede decir que sean generosos con los jóvenes que tienen serias intenciones de formar una familia y traer hijos al mundo. Es más, a menudo ponen mil obstáculos, mentales y prácticos.
El noviazgo es un recorrido de vida, que debe madurar, como la fruta. Es un camino de maduración, en el amor, hasta el momento en el que se convierte precisamente en matrimonio.
Los cursos prematrimoniales son una expresión especial de la preparación. Y vemos muchas parejas, que quizá llegan al curso un poco sin ganas. “Estos sacerdotes nos obligan a hacer este curso, pero ¿por qué? Nosotros ya sabemos…” Y van de mala gana. Pero después están contentos y dan las gracias, porque de hecho han encontrado allí una ocasión –a menudo la única– para reflexionar sobre su experiencia en términos no banales.
Sí, muchas parejas están juntas desde hace tiempo, quizá también en la intimidad, a veces viviendo juntos, pero no se conocen verdaderamente. Parece extraño, pero la experiencia demuestra que es así Por eso, se debe revalorizar el noviazgo como tiempo de conocimiento recíproco y de compartir un proyecto.
Un tiempo de iniciación
El camino de preparación al matrimonio viene configurado en esta perspectiva, valiéndose también del testimonio sencillo pero intenso de cónyuges cristianos. Y centrándose también aquí en lo esencial: la Biblia, que hay que redescubrir juntos, de forma consciente; la oración en su dimensión litúrgica, pero también esa oración “doméstica”, que se vive en familia. La vida sacramental, la confesión, la comunión en la cual el Señor viene a morar en los novios y les prepara para acogerse verdaderamente el uno al otro con la gracia de Cristo; y a la fraternidad con los pobres y con los necesitados, que nos invitan a la sobriedad y a compartir. Los novios que se comprometen en esto, crecen, y esto les lleva a preparar una bonita celebración del matrimonio, de manera diferente, no mundana, sino de forma cristiana.
Pensemos en estas palabras de Dios que hemos escuchado cuando Él habla a su pueblo, como el novio a la novia. “Te haré mi esposa para siempre, y te daré como dote el derecho y la justicia, en el amor y la compasión. Te daré como dote mi fidelidad, y entonces conocerás al Señor”.
Cada pareja de novios piense en esto y diga el uno al otro “te haré mi esposa, te haré mi esposo”. Esperar ese momento es un recorrido que va despacio hacia adelante y es un recorrido de maduración. No deben quemarse las etapas del camino. La maduración se hace así, paso a paso.
El tiempo del noviazgo puede convertirse de verdad en un tiempo de iniciación. ¿A qué? A la sorpresa de los dones espirituales con los cuales el Señor, a través de la Iglesia, enriquece el horizonte de la nueva familia que se dispone a vivir en su bendición. (…)