William Lloyd Stearman, que fue profesor de Relaciones Internacionales en Georgetown University, y asesor de la Casa Blanca en cuestiones de seguridad nacional, expone en el blog Family Edge los consejos que solía dar en su lección final a sus alumnos para tener éxito en el matrimonio. Él mismo los aplicó en su matrimonio con su esposa con la que lleva casado 30 años. He aquí un resumen.
Por encima de todo, debes estar firmemente convencido de que es la persona adecuada para ti. Además de todos los criterios mencionados más abajo, la mutua atracción física y la compatibilidad de conjunto entre vosotros es fundamental.
Cásate solo con un verdadero amigo. Esto es esencial. He visto demasiados matrimonios en los que las parejas solo se toleran. Una verdadera amistad puede evolucionar hacia un profundo y permanente amor. Normalmente los buenos amigos comparten los mismos valores, las creencias básicas, gustos, objetivos y gran parte del trasfondo vital.
El matrimonio no es una cura para la pasión no correspondida o la soledad. La pasión pasa. Una pareja puede tener unas magníficas relaciones sexuales, pero un mal matrimonio. Por eso, las parejas que verdaderamente quieren casarse deben olvidar el efecto distorsionador del sexo. Como la soledad, puede intensificarse en un matrimonio infeliz.
Mima a tu cónyuge. Una vez casados, mima a tu esposa con pequeños favores que, aunque parezcan prosaicos, son muy apreciados. Trata a tu esposa con amabilidad, cortesía y respeto. Siempre que puedas, felicítala y respáldala, nunca la critiques delante de otros.
Escucha, escucha. La comunicación es de trascendental importancia en el matrimonio. Hay ocasiones en las que las parejas más compatibles no estarán de acuerdo. Pero los amigos pueden resolver las diferencias amigablemente. No riñáis. Las palabras ofensivas son como flechas que no pueden recogerse tras dejar el arco.
La cohabitación es un error, sobre todo para las mujeres. Siempre he dicho a mis alumnas que irse a vivir con un hombre sin casarse es una tontería, aparte del aspecto moral. He oído muchas veces dos mitos populares a este respecto. Uno es que el matrimonio es solo un innecesario “trozo de papel”. Suelo responder que las guerras se han hecho siempre a causa de “trozos de papel”, llamados tratados. Una licencia de matrimonio es un contrato, que por encima de todo protege a las mujeres.
El segundo mito es que hay que vivir antes con la otra persona para saber si son compatibles. Pero la vida no funciona de este modo. Las parejas que han cohabitado antes de casarse tienen una tasa de divorcio significativamente más alta. El matrimonio es a la cohabitación como el póker con apuestas millonarias es al póker con palillos. Parece que se juega a lo mismo, pero psicológicamente hay una diferencia abismal. Cuando uno sabe que una relación puede ser temporal, las discrepancias se barren bajo la alfombra, mientras que comprometerse en una relación contractual a largo plazo puede llevar a magnificar diferencias antes ignoradas, y que en último término pueden destruir un matrimonio.
Además no hay igualdad en la cohabitación. Un hombre juega con ventaja al saber que aunque tenga más años habrá más mujeres disponibles para salir y eventualmente casarse. Pero la fertilidad de una mujer y su probabilidad de encontrar marido se reducen con cada hoja del calendario. Es el colmo de la insensatez para una mujer retirarse de la circulación por el bien de un hombre que no quiere comprometerse. Mi consejo a las mujeres es que, si después de un año, la relación no se dirige hacia el altar, al menos con un compromiso, mejor dejarlo, por doloroso que sea.
Tened hijos. A lo largo de la existencia humana, la primera, si no la principal, finalidad del matrimonio ha sido tener hijos y criarlos (de ahí el absurdo del llamado matrimonio entre personas del mismo sexo que no ha existido en ninguna cultura). De otro lado, les aconsejaría esperar hasta que estén bastante seguros de que su matrimonio es sólido. He conocido muchas parejas con dificultades que creían que un hijo “les uniría más”. Lo contrario suele ser más frecuente, ya que los hijos, en general, añaden tensiones a un matrimonio.