Liz Truss, ministra de Igualdad del Reino Unido
La ministra de Igualdad del Reino Unido, Liz Truss, ha anunciado que, en el proyecto de reforma de la Ley de Reconocimiento de Género de 2004, que se dará a conocer este verano, habrá una disposición encaminada a prohibir que los menores de 18 años puedan someterse a procesos irreversibles, como la denominada “reasignación de sexo”.
En una intervención el pasado 23 de abril ante el Comité de Mujeres e Igualdad de la Cámara de los Comunes, la política conservadora aseguró creer “firmemente” en la libertad de los adultos para hacer lo que estimen oportuno con su vida personal. “Pero pienso –añadió– que mientras las personas están desarrollando todavía su capacidad de toma de decisiones, debemos protegerlas de adoptar decisiones irreversibles”.
La reforma a la ley trans, refiere The Independent, es el resultado de una consulta iniciada en 2018 por la antecesora de Truss, Penny Mordaunt, y se planteó con el objetivo inicial de facilitar el proceso legal de cambio de género, luego de varios incidentes protagonizados por mujeres trans en espacios reservados solo para mujeres, como baños o vestuarios. Bajo la norma actual, una persona que desee ser reconocida como del sexo contrario tiene que esperar dos años, ser examinada por un especialista y pagar 140 libras para obtener su nueva identidad.
Respecto a la protección de los menores, Mordaunt ordenó hace año y medio un estudio para averiguar por qué había aumentado tanto el número de niños y, sobre todo, niñas que piden cambio de sexo; la investigación no ha concluido aún. Ahora, la iniciativa de su sucesora ya ha recibido las primeras críticas. Una petición en change.org invita a suscribir una queja al Parlamento británico, según la cual la ministra “ha amenazado el futuro de los jóvenes transgénero”.
Por su parte, la asociación pro-LGTBI Mermaids ha acusado a Truss de “introducir una nueva forma de desigualdad en la práctica médica británica”, mientras que Laura Russell, del grupo Stonewall, ha manifestado su disposición a reunirse con la ministra para hablar del tema, pues “todo joven trans debe recibir la asistencia que necesita, de modo informado y solidario, para que pueda llevar una vida feliz y saludable”.
Sobrediagnóstico de disforias
Una muestra de que las decisiones no se han tomado siempre de modo tan “informado y solidario”, y sí con mucha prisa, es el caso de Keira Bell.
La joven pasó por el ya afamado centro londinense de Tavistock and Portman NHS Trust, clínica especializada en el tratamiento de casos disforia de género en menores. Bell recibió allí bloqueadores hormonales a los 16 años, tras solo tres citas en consulta; posteriormente, un tratamiento con hormonas masculinas a los 17, y una doble mastectomía a los 20. Hoy, con 23 años y ya fuera del tratamiento para “asignarle” el sexo masculino, todavía tiene vello facial.
La chica ha terminado demandando a la clínica. “Pienso que el actual sistema de afirmación que aplican en Tavistock es inadecuado, pues no permite explorar esos sentimientos de disforia de género, ni investigar las causas subyacentes de ese trastorno”, sostiene. “No creo que los niños ni los jóvenes deban poder consentir al uso de esos fármacos hormonales experimentales tan fuertes, como hice yo”.
Varios factores apuntan a que, para ser un centro especializado en la materia, Tavistock ha diagnosticado disforias de género a diestra y siniestra con un rigor científico bastante cuestionable. Muestra de ello es que el número de niños y adolescentes tratados allí ha pasado de 72 en 2010 a 2.590 en 2019. De esta última cifra, 1.814 eran menores de 16 años, y 1.740, chicas. Otro dato de interés es que, si hasta 2011 la edad mínima para recibir los bloqueadores hormonales eran los 16 años, de entonces acá basta con tener 11.
Asimismo, según The Telegraph, en tres años han renunciado 35 psicólogos del centro, disconformes con el “sobrediagnóstico” de disforias. Entre las irregularidades denunciadas está la aplicación de bloqueadores hormonales a chicos y chicas que no encajaban realmente en casos de este tipo. Varios especialistas se han quejado además de que muchas veces evitaban valorar adecuadamente los casos por temor a ser tildados de “tránsfobos”.
El número de niños y adolescentes tratados en una clínica de cambio de sexo ha pasado de 72 en 2010 a 2.590 en 2019
“A mí me sonó la alarma –confiesa uno de los que dimitieron–. No me sentía capaz de manifestar mi preocupación, o cuando lo hacía, a menudo otros médicos con perspectiva afirmativa me mandaban callar. Hoy miro atrás y veo que hay chicos y chicas a los que, ahora, no necesariamente habría puesto bajo medicación”.
Superando dogmas impuestos
Contrario a lo que podía esperarse, el anuncio de Truss de que se prohibirá el cambio de sexo a menores de edad no ha despertado gran revuelo en el opositor Partido Laborista, en lo que parece una discreta asunción de que el tema es de sentido común.
El columnista Tom Harris sugiere, en tal sentido, que la izquierda, que ha tenido recientemente un debate interno sobre el tema trans, no parece dispuesta a adentrarse en otro zarzal. “Insistir en los derechos de los menores de edad a someterse a tratamientos de cambio de sexo, o pedir que las mujeres [en prisión] compartan celda con individuos que mantienen cada rasgo físico de su anterior identidad masculina, no es el tipo de asunto del que se espera que anime una campaña electoral”.
La mayor parte de la gente, añade, “estará de acuerdo en que se evite a los niños tomar decisiones que puedan tener un impacto irreversible en su felicidad futura. (…) Que los activistas por los derechos de los trans griten más alto, o que tengan más éxito que otros grupos en silenciar el debate, no implica que representen a la mayoría, ni que tengan el apoyo de esta”.
Por su parte, en The Spectator, James Kirkup, director de la Social Market Foundation, elogia la decisión de la ministra Truss de tomar cartas en el asunto y cuestionar la “ortodoxia dominante” concebida por varios grupos y algunos médicos. Como la afirmación de que no acceder al deseo de los menores con disforia, puede ponerlos al borde del suicidio.
La mayor parte de la gente “estará de acuerdo en que se evite a los niños tomar decisiones que puedan tener un impacto irreversible en su felicidad futura”
Esa narrativa, asegura, “ignora la comorbilidad: muchas personas en esos casos sufren también problemas mentales”, y añade que las tasas de autolesión entre menores con disforia de género están en línea con los de toda la población de niños y adolescentes con problemas mentales, “todavía muy altas y que necesitan ser atendidas”. La propia afirmación de que ser un niño trans supone un riesgo de autolesión, en caso de que no se le permita la transición al otro sexo, es un relato irresponsable y dañino en sí mismo, denuncia.
Para alivio de muchos, el gobierno se desentiende ahora de esos dogmas y somete a una revisión en profundidad el “incontestable derecho” de un menor a pedir el cambio de sexo. “Un niño transgénero es como un gato vegetariano: se sabe quién está tomando las decisiones realmente”, señala Kirkup. Y en Downing Street n.º 10 han captado la idea.