La aspiración a producir “hombres nuevos” –ciudadanos que encarnen a la perfección las cualidades deseadas por una ideología–, es un deseo del que no están libres las sociedades democráticas. La campaña del gobierno español a favor de la diversidad familiar y sexual es un ejemplo.
En un artículo que resume la tesis de su último libro, 100 Years of Identity Crisis: Culture War Over Socialisation, el sociólogo Frank Furedi sitúa a finales del siglo XIX el origen de las batallas culturales que se libran en la actualidad. Fue entonces cuando el movimiento progresista estadounidense llegó al convencimiento –al que luego se sumarían los socialistas y liberales europeos, los eugenistas, los comunistas y los fascistas– de que “la forma más segura de cambiar la cultura y de sustituir los valores tradicionales por valores modernos era cambiar las actitudes de los jóvenes”.
Todos ellos pensaban que “un mundo nuevo requería de hombres nuevos”, y que el camino para forjar a esos ciudadanos modélicos pasaba por liberar a los niños, niñas y jóvenes “de las supersticiones y costumbres irracionales del pasado”. Furedi cita ejemplos que van desde el “superhombre” soviético de León Trotski hasta el nuevo macho de género fluido, que desafía la heteronorma, en la línea del arquetipo que reivindicaba en España hace unos días la ministra de Igualdad, Irene Montero.
Furedi distingue entre el adoctrinamiento en la escuela, para el que reserva la expresión “ingeniería moral” (John Dewey), y la socialización. Mientras esta trata de introducir a las personas en los valores de una sociedad –explica–, la ingeniería moral intenta inculcarles costumbres que carecen de apoyo significativo y cuyo objetivo es crear una demanda.
Cabe añadir otra diferencia a la que señala Furedi: si en la socialización las familias tienen un papel fundamental, en la ingeniería moral el Estado lleva la batuta.
El ideal familiar del gobierno
El problema no es la educación cívica, sino la reeducación en una concreta visión del mundo, que se presenta a los alumnos como la única admisible en una sociedad moderna. Es el truco de todo adoctrinamiento: hacer pasar por valores exigibles a todos lo que en realidad son cuestiones discutidas entre los adultos.
Un ejemplo es la insistencia por llevar a la escuela la enseñanza de que todos los modelos familiares son equivalentes. Pese a que el modelo preferido por la mayoría sigue siendo la familia de madre-padre-hijos, los alumnos de hoy deben crecer pensando que todas las formas de convivencia y de sexualidad son igual de válidas.
Esta es la ingeniería moral a la que aludía Furedi: el ideal familiar vigente en una sociedad va por un lado, pero los gobernantes quieren visibilizar y promover otro. Así, la “Ley de infancia”, aprobada el pasado junio en España, incluye la diversidad familiar entre los contenidos transversales a transmitir “en todas las etapas educativas e independientemente de la titularidad del centro” (artículo 30).
Y del nuevo currículo de la secundaria (ESO), ya ha trascendido que uno de los objetivos del gobierno es que sirva para “conocer y valorar la dimensión humana de la sexualidad en toda su diversidad”, según el borrador del decreto que ha redactado el Ministerio de Educación.
El problema no es la educación cívica, sino la reeducación en una concreta visión del mundo
En teoría, el gobierno abandera esa causa para fomentar el respeto a toda persona, el rechazo a la violencia, a la homofobia, al acoso, a la discriminación por razón de sexo, raza, religión, discapacidad, orientación sexual…, que son, en efecto, valores exigibles a todos. Pero, en la práctica, va más lejos y prescribe la equivalencia de los modelos familiares. Con estas reglas de juego, no es fácil que los alumnos se animen a ejercer el pensamiento crítico. ¿Cómo van a hacerlo si no es correcto preguntarse cosas como si hay estilos de vida más valiosos que otros o si todas las formas de convivencia merecen el mismo trato jurídico, con independencia de cuáles sean sus funciones sociales?
Entretanto, las autoridades sí toman partido y promueven las formas de vida que les parece. Hace unos días, el ayuntamiento de Castellón, gobernado por un tripartito de izquierdas, causó polémica por donar 32 libros de temática LGTB a 11 institutos públicos. Por su parte, el ministerio de Derechos Sociales, liderado por Ione Belarra, quiere aprovechar la futura Ley de diversidad familiar para reforzar la protección de algunos modelos familiares, junto a otras medidas de aplicación general.
Mis valores los elijo yo
Paradójicamente, el mantra de la diversidad familiar no ha traído más variedad de opiniones. Por ejemplo, hoy está mal visto preguntarse qué hay de bueno en ese tipo de diversidad. Cabe la posibilidad de que parte de la variedad venga de las rupturas familiares, en cuyo caso no todos encontrarán motivos de celebración. Y tampoco está claro, como decía Nathan Hitchens, que el matrimonio entre personas del mismo sexo aporte más diversidad a unos hijos que el formado por un padre y una madre.
Otras veces, el discurso sobre la diversidad contribuye a reforzar el estereotipo que convierte automáticamente en homófobos a los partidarios del matrimonio entre hombre y mujer. En este sentido, es interesante la respuesta que dio Ana Samuel, una mujer hispana, casada y madre de seis hijos, doctora en filosofía política, a un popular político homosexual de Estados Unidos, Pete Buttigieg. El entonces alcalde de South Bend (Indiana) y hoy ministro de Transporte, casado con otro hombre, se quejaba de quienes eran amables con él en persona mientras promovían políticas contrarias a su estilo de vida. Lo que supone una idea de tolerancia que obliga a estar de acuerdo con su forma de ver las cosas.
Y Ana Samuele replicó al chantaje, alegando que hoy las personas más necesitadas de tolerancia son las que defienden la familia tradicional: “Así que, por favor, deje de excluirnos de la conversación con el recurso intelectualmente deshonesto de insinuar o decir que somos unos intolerantes. (…) Estamos encantadas de trabajar codo con codo con ustedes, de tenerlos como entrenadores, vecinos y amigos, pero no crucen la línea de decirnos qué valores sexuales estamos obligadas a apreciar y mantener”.
El gobierno de PSOE-Unidas Podemos es un entusiasta de la diversidad familiar, sexual y de género. Pero no lo es tanto de la diversidad de puntos de vista, que es precisamente la que permitiría a los alumnos cuestionar las posiciones que el gobierno promueve en el aula. Si a algo debería contribuir la educación cívica es a enseñar a respetar a quienes piensan y viven de forma diferente, sea Pete Buttigieg o Ana Samuel.
3 Comentarios
La diversidad tiene que ser transversal a la sociedad, y por tanto, reflejar su realidad de manera fiel. La familia es una poderosa herramienta de bienestar social, y como tal debe protegerse.
Muy bueno!! La diversidad es un hecho, ni bueno ni malo. Siempre hay que respetarla y aprender a gestionarla. Pero cuando la diversidad se convierte en objetivo en sí mismo hay que desconfiar
Interesante artículo, da mucho que pensar. Muy recomendable su lectura.