La marea de divorcios ha pasado en buena parte de Occidente. Subió bruscamente en los pasados años 70 (o en los 80, en algunos países), alcanzó el máximo en la década siguiente y en el nuevo siglo está bajando hacia los niveles anteriores a la crisis. Así se ve en las estadísticas británicas más recientes. Datos menos detallados de otros países indican un descenso similar.
Medir la evolución del divorcio no es fácil. La divorcialidad bruta (divorcios por mil habitantes), que publican todos los organismos estadísticos nacionales, es una instantánea que dice poco, pues la proporción que importa es con respecto a los matrimonios. Pero compararla con la nupcialidad tampoco sirve de mucho, pues en cada año, las parejas que se casan no son las mismas que se divorcian. Solo se obtiene una estimación válida con un estudio longitudinal, que observe las rupturas a lo largo del tiempo dentro de cada cohorte de matrimonios.
Eso es lo que permite hacer la ONS, el instituto estadístico británico. Los últimos datos, publicados a finales de septiembre pasado, reflejan un retroceso del divorcio desde los años 90, como pone de manifiesto el análisis realizado por Harry Benson, de la Marriage Foundation. Benson combina las recientes estadísticas con otras de la ONS para hallar la duración de los matrimonios en el momento de la ruptura. (En todos los casos, las cifras se refieren a Inglaterra y Gales, no a todo el Reino Unido.)
El riesgo está en los primeros años
Resulta así que la variación de la divorcialidad desde 1963 (primer año para el que se dispone de datos completos) está casi por entero en los primeros diez años de matrimonio. Pasado ese momento, la tasa desciende y prácticamente se iguala para todas las cohortes. En suma, lo que pasó es que en las décadas de los 70 y 80 hubo una explosión de divorcios entre parejas recientes; las que resistieron en su primer decenio no se rompieron en mayor proporción que las de antes o después. A mediados de los 90, la ola empezó a remitir, de suerte que los matrimonios formados en el primer decenio del siglo XXI ya están cerca de las tasas de antaño. El gráfico muestra esa evolución.
Para dar una idea del cambio producido, Benson compara las tasas de divorcio de las parejas más recientes con las máximas registradas antes. La reducción más fuerte corresponde a los divorcios dentro del primer trienio de matrimonio: de los celebrados en 2013, tres años más tarde habían roto el 2%; en los celebrados en 1993, la proporción es del 4,4%. O sea, la divorcialidad en los primeros tres años ha bajado un 54%. La tabla muestra también los datos de divorcios a los cinco y a los diez años de matrimonio.
Con la divorcialidad observada hasta el momento, se puede estimar la probabilidad de que un matrimonio acabe divorciado en algún momento (lo que se llama tasa total de divorcios) por cohorte. La mayor tasa final, del 44%, es la de los casados en 1986. En cambio, para las parejas casadas en el último decenio, el riesgo de divorcio es del 37%, el más bajo desde 1973.
Otros países han registrado un fenómeno similar. En Estados Unidos, como muestra un gráfico publicado por el New York Times en 2014, se divorciaron en los primeros diez años más del 20% de las parejas casadas en los años 80, y el 15%, en cambio, de las casadas en la década pasada.
El aumento de los divorcios a partir de los años 70 se debió a que hubo una explosión de rupturas entre parejas recientes
Canadá tuvo también una explosión de divorcios en los años 80, según estadísticas publicadas en 2011. La tasa de divorcios en los primeros diez años de matrimonio, que en 1970 era del 14%, se puso en torno al 20% en 1980 y 1990, y luego empezó a bajar.
Mayor compromiso
¿Qué pasó entonces en aquellos años malos? Los números no lo dicen, pero Benson aventura una hipótesis. Se basa en que prácticamente todo el aumento de divorcios en los primeros diez años responde a divorcios a petición de las mujeres. Los solicitados por los maridos crecieron un poco hasta quedar estabilizados en torno al 6%. Pero los incoados por las esposas, que eran el 6% a mediados de los 60, a finales de los 80 se situaron en el 17%, para bajar al 13% después del año 2000.
Benson cree que cuando el matrimonio era la “opción predeterminada”, los hombres se casaban con menor compromiso afectivo, que es lo que las mujeres valoran especialmente y aquello cuya falta empezaron a tolerar peor tras los cambios de mentalidad de los años 60. Ahora, supone Benson, la decisión de casarse es más seria.
Resulta muy difícil verificar la teoría de Benson. Sea acertada o no, el caso es que ahora la explosión del divorcio parece más un episodio que una tendencia permanente. En cambio, la inestabilidad puede estar ligada en mayor medida a la cohabitación.