La opinión pública norteamericana, desde hace tiempo preocupada por la situación de los niños del país, ha recibido un nuevo toque de atención con un informe de la fundación Carnegie. Gran parte de los datos aportados en esta ocasión proceden de diversos estudios anteriores, por lo que eran ya conocidos; pero impresiona verlos todos reunidos.
El objeto del estudio recién publicado son los niños norteamericanos menores de tres años. Resalta que la mortalidad infantil (fallecidos antes de cumplir un año) es de 9 por mil nacidos vivos, tasa muy alta para un país desarrollado. A los dos años, el 60% de los niños no están aún vacunados contra las enfermedades infantiles más comunes. Casi la cuarta parte viven en familias con ingresos inferiores al nivel mínimo oficial de pobreza.
Éstos son algunos síntomas. Otras estadísticas indican por qué tantos niños están mal atendidos. Casi la cuarta parte viven con uno solo de sus padres. Más de la mitad de las mujeres con hijos menores de un año trabajan fuera del hogar, en muchos casos por necesidad: son madres divorciadas o solteras. Además, tienen más dificultades que otras -por falta de recursos económicos o por no disponer de la ayuda de parientes próximos- para encontrar un sustituto durante su jornada laboral.
La primera fuente de problemas
En suma, la primera fuente de los problemas es la desintegración familiar. Esto hace que tantos padres no sepan o no puedan cuidar bien de su descendencia. La crisis de la familia tiene, a su vez, dos orígenes principales: el divorcio y las uniones de hecho, que dan lugar a los hogares de un solo padre, la madre casi siempre. En Estados Unidos es particularmente grave el caso de los nacimientos extramatrimoniales: anualmente, unas 350.000 adolescentes solteras tienen hijos, lo que supone uno de los índices más altos del mundo. Este fenómeno ha provocado un aumento de la indigencia, como muestran los cálculos que se han hecho: en 1960, había un 15% de menores en situación de pobreza; si no hubieran aumentado las familias de un solo padre, hoy la proporción sería del 13,8%, en vez del 20,3% que efectivamente se registra.
La fundación Carnegie propone diversas medidas para aliviar los males de la infancia. Por ejemplo, asistencia e instrucción a las embarazadas y un programa nacional de vacunación y servicios sanitarios a los niños. También, cuatro meses de permiso laboral por parto. Otra propuesta es impartir en las escuelas cursos para enseñar a los adolescentes a ser buenos padres, y a su tiempo, cuando sean mayores. Esto último importa especialmente, porque se ha comprobado que los niños criados en familias de un solo padre sufren más problemas emocionales y de conducta, de modo que son claramente más proclives a la delincuencia.
El matrimonio es la base
Se ve que lo prioritario es fortalecer la familia. Y la base de la familia es el matrimonio. Últimamente se quiere estirar el concepto de familia como si fuera chicle, para incluir diversas clases de agregaciones humanas de tipo afectivo y con componente sexual. Pero, como muestran las consecuencias visibles del divorcio y las uniones de hecho, la crisis de la familia es la crisis del matrimonio.
Hay quienes saludan unos tiempos nuevos en los que las parejas informales -aun homosexuales- estarían equiparadas al matrimonio «tradicional». En realidad, las uniones de hecho son más viejas que la tos (véase la Biblia); incluso algunas sociedades del pasado llegaron más lejos que la nuestra en la regulación legal del concubinato. Lo que no equivalía a confundir o equiparar esta figura con el matrimonio, que es otra cosa.
Por su parte, el matrimonio no es antiguo, sino permanente. El antropólogo norteamericano David W. Murray recuerda (Policy Review, primavera de 1994) una tesis que no es nueva en esta ciencia: «Las culturas presentan muchas diferencias, pero todas las sociedades que sobreviven están fundadas en el matrimonio». Por eso dice que el declive del matrimonio en Estados Unidos es augurio de desdichas.
«El matrimonio -afirma Murray- es la infraestructura cultural de la sociedad, los puentes de interconexión social. La historia de la sociedad humana muestra que cuando la gente deja de casarse, queda amenazada su supervivencia como cultura». A veces, se piensa que distinguir las parejas por su estatuto jurídico obedece a actitudes sociales anticuadas; que lo importante es sólo el afecto, mientras que el matrimonio es un mero papeleo: ¿qué más da inscribirse o no en el registro? Tal opinión merecería un cero en antropología cultural; además, la realidad actual muestra que no da lo mismo.
La solidaridad más básica
Como señala Murray, no es sólo cuestión de consideración social. El matrimonio, a diferencia de la unión fáctica, tiene ciertos efectos sociales objetivos, de los que Murray destaca uno: el parentesco. El matrimonio, dice, crea unos vínculos formales que fundan obligaciones de ayuda mutua. Consecuencia: «La ausencia de matrimonio es uno de los principales motivos por los que las familias de un solo padre se encuentran a menudo en situación de pobreza y sus hijos tantas veces se convierten en víctimas y transgresores solitarios».
Murray ilustra esta tesis con una referencia a la realidad norteamericana. Las parejas casadas pueden contar, en mayor medida que las otras, con el apoyo moral y material de parientes. Por ejemplo, en Estados Unidos, disponer de automóvil contribuye a conseguir y conservar un trabajo. En los barrios deprimidos sólo tienen coche el 18% de los residentes. Allí, las personas con parentela tienen quienes les presten o les ayuden a comprar un automóvil y, por tanto, más facilidades para lograr empleo. Algo análogo hay que decir de las ayudas para conseguir casa y de otros muchos servicios que prestan los familiares.
Esto permite comprender, en gran parte, cómo ha surgido un «Cuarto Mundo» dentro del país más desarrollado del planeta. En los ghettos urbanos de Estados Unidos abundan las uniones de hecho; así, muchos padres y sus hijos apenas tienen parientes que les echen una mano, y fácilmente caen en la penuria. Sin matrimonio no se crea -y con el divorcio se pierde- la «red» de suegros, cuñados, etc., que constituye el entramado de la sociedad. El parentesco funda la solidaridad humana más básica, de la que la providencia pública es un sucedáneo muy imperfecto. Al mismo tiempo, estar vinculados a familiares inculca las primeras lecciones de respeto y ayuda a los demás, asignatura que difícilmente enseña la escuela cuando no se ha aprendido antes. Con estas pruebas se puede juzgar si el matrimonio es algo más que un trozo de papel.
Rafael Serrano