México, D.F. Cada generación ofrece a la siguiente su propia experiencia moral, de conocimientos y de estructuras sociales que lo arropan; y las nuevas generaciones someten esos valores a una verificación existencial. Esa herencia y renovación es una tarea que nunca puede darse por concluida. El VI Encuentro Mundial de las Familias celebrado en México (14-18 de enero), bajo el lema “La familia como educadora de los valores humanos y cristianos”, fue parte de esa búsqueda, siempre nueva y fatigosa, de la que habla Benedicto XVI en su encíclica sobre la esperanza.
“Chile, mole y picadillo” es una expresión popular mexicana que significa variedad y a la vez cierta unidad de un evento. Y eso fue el Encuentro. Diez mil personas, de 98 países, asistieron al Congreso Teológico-Pastoral sobre la familia. Veinte mil personas participaron en el evento festivo y de testimonio celebrado en la noche del sábado 17 y otras tantas en la misa de clausura del día 18, estos últimos dos en la Basílica de Guadalupe. En todos los eventos podían verse familias de distintos colores, hablando todos los idiomas… había de todo: chile, mole y picadillo.
Valores hechos vida
Desde el principio el tono del mensaje fue el mismo: la Iglesia está interesada en que el amor entre hombres y mujeres y entre generaciones sea auténtico y fructífero. En la inauguración, Ennio Antonelli, presidente del Consejo Pontificio para la Familia, recordó que “la familia es la escuela más eficaz de humanidad y de vida cristiana, transmite los valores humanos y cristianos según su modo, propio y peculiar”. En la familia, “los valores no permanecen teóricos y las normas no son percibidas como una imposición, [sino que son] interiorizadas como exigencias de la vida personal, como la verdad que hace auténticamente libre, se convierten en energías espirituales y virtudes”.
Por su parte, el presidente de México, Felipe Calderón, reconoció que “la proliferación de individuos que hacen de la violencia, del crimen, del odio su forma de vida coincide, por desgracia, en una gran medida con la fragmentación y la disfuncionalidad que afectaron su entorno familiar”.
La enchilada mediática
El Congreso, a la par de la Expo-Familia, se centró en la familia como formadora de personas. Se habló de educación en la sexualidad, los medios de comunicación, el diálogo entre padres e hijos, la migración, la pastoral de la familia, etc.
El profesor de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz Norberto González Gaitano utilizó la “enchilada” como marco de sus reflexiones sobre medios de comunicación y familia. Así como en este platillo se mezcla la tortilla, queso o pollo, y salsa picante, en la “enchilada mediática” de la comunicación se mezcla tecnología, contenidos y cultura. La evolución tecnológica facilita la transmisión de información, pero se corre el riesgo de promover “una visión fragmentaria, parcial, a menudo contradictoria y siempre caleidoscópica del mundo y del hombre”.
En concreto, para González Gaitano, eso ha generado “una nueva identidad cultural [que se] caracteriza por la trivialización de la muerte y de la sexualidad”. El remedio no es quemar los libros, como hicieron con los de don Quijote, o “condenar a los medios, sino aprender a discernir acerca de ellos”. Citando al Papa, González Gaitano recomendó que se ha de poner a “los niños frente a lo que es excelente estética y moralmente, [mientras] se les ayuda a desarrollar la propia opinión, la prudencia y la capacidad de discernimiento (…) La belleza, espejo de lo divino, inspira y vivifica los corazones y las mentes de los jóvenes, mientras la fealdad y la vulgaridad tienen un impacto deprimente en las actitudes y comportamientos”.
La doctora italiana Maria Luisa Di Pietro, profesora de Bioética en la Universidad Católica del Sagrado Corazón de Roma, recordó que la castidad es “la energía espiritual, que sabe defender el amor de los peligros del egoísmo y de la agresividad, y sabe promoverlo hacia su plena realización”. Por eso, esta virtud no sólo evita que las personas se vean como objeto de uso, sino que les permite convertirse en “don de sí mismos en el amor, ese amor verdadero que sabe custodiar la vida”.
De ahí que cuando la Iglesia habla de educación sobre sexualidad, no se refiere únicamente a la instrucción técnica sobre “¿cómo?”, “¿cuándo?” y “¿con quién?”. La Iglesia recuerda que la sexualidad no sólo es operación biológica, sino acción que expresa y configura la persona: hay algo biológico, pero también “alguien” con un objetivo valor ético e histórico.
Al principio no fue así
El mole es un platillo mexicano. Se elabora con chocolate, al menos tres tipos de chile, almendra, pasas y cacahuate. Se sirve con pollo, se adorna con ajonjolí y se acompaña con tortillas y con cebolla curtida en limón. Se preparó por primera vez durante la colonia y utiliza sabores indígenas, españoles y moriscos. Es un platillo barroco: se genera armonía a partir de los contrarios. El barroco expresaba la conciencia de que la existencia humana encontraba su armonía gracias al diálogo entre la debilidad del hombre y la omnipotencia del amor de Dios.
La conferencia inaugural, “Las relaciones y los valores familiares según la Biblia”, del Congreso Teológico Pastoral previo al Encuentro, fue dictada por Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia. Se acusa a la Iglesia -dijo- de ser “retrógrada”; y de alguna manera se señala una verdad fundamental: retrocede a un “al principio no fue así”.
En el proyecto de Dios, varón y mujer fueron “diseñados” para expresar el “Nosotros” de la Santísima Trinidad, tanto en su relación esponsal como en la procreación de los hijos. Dijo el franciscano: “Abrirse al otro sexo es el primer paso para abrirse al otro, que es el prójimo, hasta el Otro con mayúscula, que es Dios. El matrimonio nace bajo el signo de la humildad; es el reconocimiento de dependencia y por lo tanto de la propia condición de criatura. Enamorarse de una mujer o de un hombre es realizar el acto más radical de humildad. Es hacerse mendigo y decirle al otro: No me basto a mí mismo, necesito de tu ser”.
Dos oscurecimientos
El “retroceso” cristiano hace referencia a otros dos momentos del pasado, afirmó Cantalamesa. Primero, la caída por la que el signo originario de la persona y su masculinidad o feminidad se hace ineficaz y se oscurece su significado. “El predominio [bíblico] del hombre sobre la mujer forma parte del pecado del hombre, no del proyecto de Dios; con aquellas palabras Dios lo preanuncia, no lo aprueba […]”.
El pecado produce dos oscurecimientos. “El primero es que el matrimonio, de ser un fin, pasa a ser un medio. El Antiguo Testamento, en su conjunto, considera el matrimonio como ‘una estructura de autoridad de tipo patriarcal, destinada principalmente a la perpetuación del clan. En este sentido hay que comprender las instituciones del levirato (Dt 25, 5-10), del concubinato (Gn 16) y de la poligamia provisional’. El ideal de una comunión de vida entre el hombre y la mujer, fundada en una relación personal y recíproca, no se olvida, pero pasa a un segundo plano respecto al bien de la prole. El segundo grave oscurecimiento se refiere a la condición de la mujer: de ser compañera del hombre, dotada de igual dignidad, aparece cada vez más subordinada al hombre y en función del hombre”.
Diálogo entre lo divino y lo humano
Pero la Biblia -donde dialoga lo humano con lo divino- no sólo se refiere a esos oscurecimientos. Los profetas en el Antiguo Testamento, continúa Cantalamessa, “tuvieron un papel importante al devolver a la luz el proyecto inicial de Dios sobre el matrimonio, en particular Oseas, Isaías, Jeremías. Asumiendo la unión del hombre y de la mujer como símbolo de la alianza entre Dios y su pueblo, como reflejo volvían a poner en primer plano los valores del amor mutuo, de la fidelidad y de la indisolubilidad que caracterizan la actitud de Dios hacia Israel”.
El segundo momento lo es la recapitulación y redención de todo en Cristo. En su diálogo con los fariseos, Jesús se coloca en continuidad con “el principio”: “Las palabras ‘Lo que Dios unió’ dicen que el matrimonio no es una realidad puramente secular, fruto sólo de voluntad humana; en él hay una dimensión sacra que se remonta a la voluntad divina”. Jesucristo ofrece la redención y la recuperación del signo matrimonial como signo eficaz del amor intratrinitario que también se manifiesta en su amor incondicional por el hombre.
Y a la vez, Jesucristo presenta una novedad para entender la sexualidad humana: el celibato. Sigue diciendo el franciscano: “La institución del celibato y de la virginidad por el Reino ennoblece el matrimonio en el sentido de que hace de él una elección, una vocación, y ya no un sencillo deber moral al que no era lícito sustraerse en Israel, sin exponerse a la acusación de transgredir el mandamiento de Dios. […] Celibato y virginidad significan renuncia al matrimonio, no a la sexualidad, que permanece con toda su riqueza de significado”. En este contexto se puede decir que matrimonio y celibato están llamados a ser signo eficaz y “símbolo de la relación entre Cristo y la Iglesia”.
Cambiar las costumbres
El mundo actual parece “hallar[se] ante una contestación aparentemente global del proyecto bíblico sobre sexualidad, matrimonio y familia”. Ante esta situación, el predicador pontificio señala dos errores que evitar: primero, “pasar todo el tiempo rebatiendo las teorías contrarias, lo que acabaría por darles más importancia de la que merecen”; en cambio, sugiere “sacar provecho hasta de las críticas de quien la combate”. La revolución del gender ofrece a la Iglesia la oportunidad de redescubrir que los “fines objetivos” del matrimonio no oscurecen o minimizan “su valor subjetivo e interpersonal. Todo se pedía a los futuros esposos, excepto que se amaran y se eligieran libremente entre sí”.
El segundo error “consistiría en dirigir todo hacia leyes del Estado para defender los valores cristianos. Los primeros cristianos con sus costumbres cambiaron las leyes del Estado; no podemos esperar hoy cambiar las costumbres con las leyes del Estado”.
Regresar a la familia
Es difícil hablar de familia cuando ésta se reduce a un asunto del exclusivo ejercicio de la propia autonomía o de la organización de la vida de los adultos: independientes, liberados, dueños de su proyecto de vida, en el vigor de su vida profesional y sexual. De esta manera, los temas de familia se reducen al control reproductivo, la equiparación de cualquier unión de adultos a una familia, y la posibilidad de que estos “funcionen” como familia a través de hijos biológicos o legales.
Pero cuando la familia se considera desde el punto de vista de la comunión en función del proyecto originario de Dios -el Encuentro Mundial de las Familias en México volvió a ponerlo de manifiesto-, es posible superar el miedo de la existencia gracias al amor. Por eso, cuando la Iglesia habla del lugar especial de la familia fundada en el amor entre un hombre y una mujer que trasciende el egoísmo del presente, busca, en palabras de Benedicto XVI, “defender el amor contra la sexualidad como consumo, el futuro contra la pretendida exclusiva del presente, y la naturaleza del hombre contra la manipulación” (Discurso a la Curia Romana, 22-12-2008).