¿Solo las feministas pueden tener matrimonios de ensueño? A juzgar por el consenso académico y mediático, la respuesta sería: sí. Dado que el reparto igualitario de las tareas en el hogar se ve como una condición para la felicidad conyugal, la presunción es que las parejas más comprometidas con los valores del feminismo son más felices que el resto. Sin embargo, la experiencia de matrimonios como el de Anna y Greg llevó al sociólogo Bradford Wilcox y a sus colaboradores a reexaminar esta hipótesis. Lo cuentan en un artículo publicado en The New York Times.
En la línea de lo que desean en Estados Unidos cerca de dos tercios de madres casadas, Anna renunció a un trabajo a tiempo completo fuera de casa cuando empezaron a tener hijos. La decisión fue posible gracias a que Greg ganaba lo suficiente con su trabajo. Anna también aprecia el modo en que su marido se implica en casa, aunque no siga la regla igualitaria del 50-50. Greg ayuda a los niños con los deberes, saca adelante divertidos planes de ocio familiar y tiene “un papel activo en la vida religiosa de la familia”… Por todo ello, Anna –que es creyente– se siente afortunada y feliz.
Lo mismo que tantas otras mujeres casadas con creyentes que se toman en serio su fe y sus responsabilidades familiares. Así lo muestra el estudio que ha dirigido Wilcox, titulado The Ties That Bind (Los vínculos que unen). La investigación, que emplea datos de 11 países, analiza los efectos de la religión en la vida familiar.
Tras cruzar los datos de varios sondeos y realizar entrevistas en profundidad, los autores del estudio llegan a la conclusión de que, en EE.UU., hay dos grupos de casadas más felices que la media. Uno es el de las mujeres que más se identifican con el feminismo progresista y que han incorporado a su vida familiar el reparto igualitario de tareas domésticas, lo que en principio avala el consenso existente.
Pero el estudio añade otro dato que pasan por alto muchas investigaciones: son incluso más felices las creyentes practicantes que se sienten apoyadas por sus maridos, no como el feminismo les dicta que deben hacerlo sino como ellas desean. Y una forma de apoyo clara es, junto a la implicación en el cuidado de los hijos –no necesariamente igualitaria–, que compartan con ellas el compromiso con la vida de fe.
Esta conclusión les permite aventurar otra hipótesis: en los hogares que siguen un reparto tradicional de tareas en el hogar y en los que la práctica religiosa es escasa, la mayor insatisfacción entre las mujeres casadas –por término medio y en comparación con las practicantes– puede deberse a “que no disfrutan del apoyo social, emocional y práctico para la vida familiar” que brinda una comunidad religiosa. Y también es probable que, en este tipo de hogares, los maridos estén menos implicados de lo que sería deseable según los nuevos ideales de crianza y cuidado de los hijos.
Respecto a los dos grupos de mujeres satisfechas, supuestamente antitéticos, el estudio señala una nota común: en ambos tipos de hogares, encontramos “dedicados hombres de familia”; esto es, maridos y padres que tienden a implicarse en la vida familiar más que los de generaciones precedentes. Como concluyen los investigadores en su artículo del New York Times, “tanto los padres culturalmente progresistas como los conservadores religiosos presentan un compromiso paterno notable”.