El domingo 26 se celebró una nueva “manif por tous”, frase acuñada contra el “mariage por tous”, que ha transformado radicalmente el concepto de matrimonio en el famoso Código de Napoleón, abriéndolo a parejas del mismo sexo. Como de costumbre, no coinciden las cifras, pero sobrecogen: más de un millón según los organizadores, 150.000 según la policía. En todo caso, como titula la newsletter de Le Monde, fue una demostración de fuerza de los “anti-mariage gay”. La presencia de esa multitud se avalora por el hecho de que la ley está ya promulgada, tras su aceptación por el organismo francés de control constitucional.
Nadie podía imaginar que en Francia se produjera un rechazo tan amplio a un proyecto que quiere apelar a la igualdad y la libertad
Lógicamente, los partidos mayoritarios dieron mucha importancia política al evento, aunque los organizadores insisten en que su propósito es estrictamente social y familiar. El ministro del interior, Manuel Valls, llegó a desaconsejar a la gente que acudieran con sus hijos, por razones de orden público: en el fondo, molestan mucho las imágenes de familias amplias, alegres, que defienden con optimismo y buen humor unos modos de vida que, de hecho, no coinciden con los resultados de tantos sondeos de opinión.
Nadie hizo caso al ministro. Más bien, está siendo fuertemente criticado por su intento de limitar la libertad ciudadana, así como por su amenaza de prohibir a algunos de los movimientos surgidos en torno a esta cuestión –acusados de extremismo–, que se han dado a sí mismos el nombre de “primavera francesa”.
La superación del mayo francés de 1968
Más entidad tienen algunos análisis que comparan la situación actual con otra primavera más antigua: el mayo francés. Si algunos principios de aquella gran revuelta en la Francia del general De Gaulle siguen informando hoy las políticas de partidos de la izquierda, las diversas “manif pour tous” han desvelado la existencia de una franja amplia de gente joven que se opone a ese radical individualismo, que está en el origen de otras muchas injusticias.
Los partidos mayoritarios dieron mucha importancia política al evento, aunque los organizadores insisten en que su propósito es estrictamente social y familiar
Desde el poder, se intenta combatir el movimiento apelando al orden público, frente a mínimos incidentes: nada, comparado con los que se produjeron en el Trocadéro con la celebración del campeonato de fútbol ganado por el París-Saint Germain. De otra parte, tratan a esa oposición como si fuera algo propio de la extrema derecha, cuando los hechos demuestran hasta la saciedad que no es así. En fin, pretenden presentarlo como un intento de la Jerarquía católica de influir en la vida pública, que dividiría a los propios creyentes…
Nunca faltan palabras disidentes del resto de un progresismo decadente como el de Témoignage Chrétien (reducido ya a una mínima presencia digital, aunque tiene el eco de Le Monde y La Croix). Pero la realidad es que la postura inequívoca de los obispos franceses poco tiene que ver con viejos confesionalismos: en este punto, se ha producido una coincidencia casi unánime de todas las confesiones religiosas.
Nadie podía imaginar que en Francia se produjera un rechazo tan amplio a un proyecto que invoca ideas tan suyas como las de igualdad y libertad. Queda por ver ahora la intensidad en los próximos meses: la presidente de “Manif por tous”, Ludovine de La Rochère, declaró con fuerza al final de la concentración del domingo que “proseguiremos el combate en toda Francia”.
La incógnita es cómo se articulará esa protesta social en un futuro inmediato
El futuro de la protesta social
La batalla se complica por el interés de algunas formaciones políticas. El apoyo –como el del presidente de UMP, Jean-François Copé– incluye también una cierta invitación a trasladar a la política el serio compromiso social que han desarrollado a lo largo de los últimos meses: en 2014 se celebran elecciones municipales en el país vecino.
No faltan quienes intentan dividir a los católicos, resucitando la vieja cuestión del conservadurismo frente al progreso y la modernidad, con un cierto enfrentamiento hacia la Jerarquía. Mons. Jean-Luc Brunin, encargado de las cuestiones de familia y sociedad en la conferencia episcopal francesa, afirma con claridad: “La Iglesia ha contribuido a la reflexión y a sacar a la sociedad de la uniformidad de pensamiento que se le ha querido imponer”; y matiza que “no se ha colocado en un terreno político ni de confrontación”.
Lo cierto es los militantes de Civitas, organización próxima a los lefebvrianos, tuvieron su propia manifestación en otra parte de París. Los tres cortejos de la “manif por tous”, con participantes que repetían una vez más en su acción de protesta, acabaron juntos en los Invalides después del mediodía y, según informa La Croix, “los movimientos de extrema derecha eran invisibles”. Como declaraba uno de los portavoces, Tugdual Derville, los ultras no mancharán una acción que no obedece a ninguno de los “códigos habituales de los movimientos sociales”: “no defendemos intereses de una categoría, sino a los seres humanos más frágiles. Justamente porque la ley ha sido promulgada, vamos a convertirnos en centinelas de la injusticia”.
En realidad, y a diferencia de las recordadas manifestaciones de 1984 por la libertad de enseñanza frente a Mitterrand, no existe ahora ningún interés particular o inmediato: los participantes defienden una visión de la persona humana en tiempos de crisis de civilización. La incógnita es cómo se articulará esa protesta social en un futuro inmediato. De momento, ha servido para mostrar cómo inciden sobre la familia los debates políticos, sociales y religiosos.