La otra conciliación: cuidar a los hijos y cuidar a los amigos

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El tiempo que pasan los padres y las madres con sus hijos aumenta en diferentes países occidentales desde hace unas décadas. Los estudios muestran sus beneficios tanto para la adolescencia como para una madurez estable y unas buenas relaciones paternofiliales. Pero los expertos también advierten de los peligros de la paternidad intensiva; entre ellos, el apagón en la vida social de los progenitores.

Es cierto: hay circunstancias en las que todo parece ir en contra para un plan con amigos o una escapada en pareja –no encontrar a una canguro, tener a la familia lejos, problemas de presupuesto, cansancio…–, pero ¿nos resignamos a que existe una etapa vital así y ya vendrán tiempos mejores, o hay algo que podamos hacer mientras tanto? ¿Es posible conciliar crianza y amistades?

“Los padres están sacrificando su vida social en el altar de la paternidad intensiva” es el título de un artículo de Joshua Coleman, publicado en The Atlantic. Según el autor, algunos padres tienen la creencia de que si sacrifican “sus hobbies, sus intereses y sus amistades para dedicar el mayor tiempo posible y todos los recursos disponibles a la crianza de sus hijos, serán capaces de impulsarles hacia una edad adulta estable”. Coleman, especialista en conflictos intergeneracionales, afirma que aunque esta apuesta por la crianza intensiva a veces vale la pena, los progenitores pueden experimentar un gran sentimiento de pérdida cuando sus hijos crecen y ya no les necesitan.

Según un estudio citado en el artículo, desde 1985 a 2004 se ha reducido un tercio la media de amistades cercanas entre los adultos, una tendencia que confirman otras investigaciones. Al mismo tiempo, las horas que los progenitores pasan con los hijos se han disparado. De 1965 a 2011, los padres casados casi han triplicado el tiempo de atención a los niños (de 2,6 a 7,2 horas a la semana) mientras las madres casadas aumentaron su tiempo casi un tercio (de 10,6 a 14,3 horas semanales), según un informe del Pew Research Center.

¿Lo hacemos por ellos o por nosotros?

Coleman explica que la preocupación por el futuro de los hijos, más incierto que el de las generaciones anteriores, es uno de los factores que está detrás de la paternidad intensiva. La falta de seguridad económica incita “a un frenesí de trabajo y crianza que lleva a tirar por la borda las amistades y otras actividades para asegurarse de tener suficiente tiempo para estar con los niños”.

La esperanza de llegar a ser los mejores amigos de sus hijos es otro motivo por el que ha aumentado la dedicación de los progenitores. Según una encuesta de 2012 elaborada por el Institute for Advanced Studies in Culture, cerca de tres cuartas partes de los padres con niños en edad escolar aspiraban a esto. “Esta esperanza se cumple, en cierto grado”, escribe Coleman. “Los estudios muestran que los padres tienen con sus hijos adultos un contacto mucho más frecuente y cariñoso que hace cuatro décadas”.

Pero también previene de los problemas que el tipo de crianza intensiva puede conllevar: cuando el tiempo escasea, los padres tienden a sacrificar sus amistades. “En muchos sentidos, los padres de hoy parecen esperar que sus hijos les proporcionen el sentido y el apoyo que las generaciones anteriores de padres recibían de los amigos adultos, las aficiones y la pertenencia a organizaciones”.

Esta actitud puede acabar agobiando a los hijos, que desean más independencia a medida que crecen, y dificultar su maduración. La misión de los padres consiste en ir soltando amarras. “Los mejores padres son aquellos que se hacen a sí mismos esencialmente obsoletos porque llega un momento en que sus hijos no les necesitan para responder a cada pregunta ni para ayudarles con cada tarea”, afirma Justin Coulson en el blog del Institute for Family Studies.

“Los padres de hoy parecen esperar que sus hijos les proporcionen el sentido y el apoyo que las generaciones anteriores de padres recibían de los amigos” (Joshua Coleman)

Además, los padres que sacrifican sus amistades pueden acabar acusando el aislamiento social. Sobre todo, cuando los hijos son pequeños. Lo corroboran unos datos que aporta la periodista Kawther Alfasi en otro artículo publicado en The Atlantic. El 68% de los participantes de una encuesta a 2.000 padres afirmó que se sentía desconectado de sus amigos, compañeros de trabajo y familia después del nacimiento de un hijo. Las respuestas apuntaban como principales motivos la falta de dinero y lo difícil que resultaba hacer planes fuera de casa cuando todavía tenían niños pequeños.

Otro estudio en Países Bajos mostraba que la solidez de las amistades temblaba con la llegada del primer hijo, una situación que tocaba fondo cuando los niños eran menores de tres años. En esta ocasión se atribuía “al cansancio y al presupuesto ajustado habituales de cuando los hijos son más pequeños”.

Un amigo es un tesoro… también para nuestros hijos

Uno de los problemas que surgen en estas ocasiones es la sensación de vivir escindidos: no queremos renunciar a nada, pero nos topamos diariamente con la realidad de que el tiempo es limitado. La periodista Alicia Gómez-Monedero lo explicaba así: “Entrevistando al psiquiatra Fernando Sarráis le comentaba (…) que hoy en día queremos tener hijos pero también queremos estar al día de las noticias, tener presencia en las redes sociales, hablar con todos y de todo, realizar grandes proyectos laborales y, al final, no hay horas en el día”.

“Entonces, ¿qué hago? ‘Lo primero –me decía él– es saber realmente lo que quieres’”.

Por otra parte, María Calatrava, investigadora del Instituto Cultura y Sociedad de la Universidad de Navarra, advierte de que no hay que dar por hecho que la atención a los amigos y la atención a la familia son dos cosas independientes o contrapuestas –“a veces se pueden conjugar ambas en tiempo y espacio”–, y también recuerda que “la persona, para ser feliz, debe conservar un equilibrio: tiempo personal, tiempo para la familia y tiempo para las amistades. Todos son necesarios”.

Ante los sentimientos de culpa que a veces pueden experimentar algunos progenitores por “quitar tiempo” a sus hijos para dedicarlo a otras personas o actividades, la investigadora se expresa claramente: “Quizá uno puede sentirse culpable si no termina de reconocer el bien que supone cuidar de las amistades. O porque algunos puedan pensar que ser madre o ser padre implica estar 24/7 con los hijos; pero esta creencia es muy limitante. Algo diferente es que te sientas mal porque ese tiempo de ocio no ha sido algo consensuado con la pareja y te das cuenta de que le has dejado en la estacada con los niños… Pero eso se soluciona con buena comunicación, acordando los momentos más adecuados para los planes individuales”.

La experiencia muestra que, después de esos ratos que rompen la cotidianidad, uno vuelve más relajado y con energías renovadas a casa. Ese podría ser el primer beneficio que reciben los niños de la vida social de sus padres. Pero Calatrava va más allá: “La primera ganancia para nuestros hijos es el mensaje que les lanzamos sobre la amistad como algo esencial para la vida. Ver qué tipo de amigos son sus padres les ayudará a apreciar la bondad de cuidar sus futuras relaciones: ven cómo nos esforzamos por sacar tiempo para disfrutar y compartir con quienes queremos, y luego, si ellos están incluidos en el plan, también se percatan de cómo sus padres tratan a sus amigos, la confianza, el respeto; ven relaciones sanas… Así se convierte en un momento ideal para transmitir valores y desarrollar habilidades sociales. Se trata de una grandísima fuente de enriquecimiento tanto personal como a nivel familiar”.

Calatrava subraya, además, la importancia de que los hijos sean testigos de cómo sus padres disfrutan “para que nuestra vida les atraiga, que no vean solamente nuestra dedicación, sino que nos vean felices”. Esos momentos de disfrute se dan también en la cotidianidad, por supuesto, pero “a veces en casa podemos mostrar el lado más costoso de la vida: cosas por hacer, trabajo, tareas del hogar… Y es importante transmitirles que la vida también es bella, no solo costosa; y con amigos, más bella aún”.

Adaptarse sin desaparecer

Hay otras situaciones en la vida que pueden hacer que las circunstancias de una amistad se modifiquen. Si un simple cambio de escenario –ya sea una mudanza o un nuevo miembro familiar– lleva a un distanciamiento en la amistad, tal vez indique que ese vínculo que apreciábamos era demasiado frágil.

Cambiarán los planes para hacer conjuntamente, seguramente, pero la esencia de la amistad no tiene por qué cambiar. Esas quedadas con amigos sin mirar el reloj se sustituyen por “tengo un hueco de seis menos diez a siete y cinco” para cuadrar relevo con los niños, horarios escolares, baños, cenas… Las llamadas imprevistas ante una emergencia no siempre encontrarán una disponibilidad 100%; las conversaciones sin interrupciones y mirando a los ojos –y no a un hijo trepando por un columpio o a punto de chocarse contra una mesa– se desarrollarán de otro modo. No es un todo o nada. Ha llegado el momento de descubrir otras maneras de relacionarse con los amigos de siempre.

La vida social con hijos es posible

Entre los consejos no solicitados a padres primerizos no suele faltar ese “Se os acaba vuestra vida social”. ¿Pero es cierto?

Sin duda, la llegada de un hijo a una familia supone una “pequeña gran revolución”, como canta Izal, y así como implica un reajuste para el matrimonio, también para el resto de facetas de los padres. Conservar y seguir cultivando las amistades no sale solo y requiere de un esfuerzo por ambas partes. Hay que asumir que habrá renuncias…, pero eso no implica prescindir de todo y que la identidad de cada cual –e incluso la unidad de la pareja– se diluya en un movimiento centrífugo alrededor del recién nacido. Se hacen adaptaciones, pero no se tira la vida anterior por la borda.

“Hay épocas, por ejemplo, cuando se tienen hijos muy pequeños, en las que las salidas se verán más limitadas, quizá a algún rato los dos juntos, de esos que ayudan a recuperar los gestos de complicidad y las risas que se pierden a veces en la intensidad diaria”, afirma Mercedes Honrubia, mediadora y coach familiar del Instituto Coincidir. En su opinión, las salidas con amigos también benefician al matrimonio. “Esos ratos de complicidad y charla con los verdaderos amigos son un balón de oxígeno. El problema puede surgir si solo salimos con amigos porque ya no tenemos nada que contarnos nosotros”.

Cada pareja debe encontrar las dinámicas que mejor se adapten a ellos, sin olvidar “que el centro es el matrimonio”. En la misma línea, María Calatrava defiende que los amigos ofrecen un acompañamiento en la vida que es complementario al de la familia propia y al de la familia de origen… “Son personas que te quieren y con las que puedes compartir muchísimas cosas. Y es bonito involucrarlas en tu proyecto familiar para que ellas también sigan formando parte de tu vida”, añade.

“Ver qué tipo de amigos son sus padres ayudará a los hijos a apreciar la bondad de cuidar sus futuras relaciones” (María Calatrava)

En las diferentes coyunturas, se trata de jugar en un equilibrio entre la adaptación mutua hijo-padres, el atreverse a probar nuevas situaciones, la flexibilidad y las expectativas realistas. Por ejemplo: ¿por qué no salir con un bebé a cenar una noche? Tal vez haya que adelantar la hora de la reserva para no trastocar mucho el horario y buscar un local no especialmente ruidoso ni estrecho… Si las cosas “se ponen feas”, y el niño empieza a llorar y no se calma con nada… lo peor que puede pasar es que haya que volver a casa antes de lo previsto. ¿Mucho drama? Peor sería no haberlo intentado.

Si uno no se lanza por las incertidumbres –comprensibles y lógicas– sobre cómo se portará el niño, si estará bien, si podrán disfrutar… la tendencia es replegarse cada vez más sobre sí mismo –o sobre el propio núcleo familiar– y cada vez resultará más difícil: más difícil con dos que con uno, más difícil ahora que está en “operación pañal”, más difícil ahora que no calla, más difícil en esta época en la que no para de tirar objetos al suelo…

Tal vez el escenario ideal sea poder salir solos sin necesidad de empujar un carrito ni tener que preocuparse por cambiar pañales intempestivos en sitios poco preparados para bebés… aunque no siempre es sencillo contar con alguien de confianza que cuide de los niños, o no todo el mundo tiene familiares cerca, o el gasto de un canguro suma euros a lo que ya supone un plan fuera de casa.

Otra posibilidad es optar por invitar a nuestros amigos a casa. Sin agobiarse con la organización ni tratar de impresionar; como dicen las creadoras de Everyday Mamas: “El objetivo principal es hacer que vuestros invitados se sientan a gusto en vuestra casa y crear una oportunidad para poder hablar con calma y conectar entre vosotros”. Tal vez para conseguir esa tranquilidad se puede contar con una canguro que cuide de los niños en una habitación de la casa mientras los adultos comen o cenan.

Calatrava también apuesta por aprovechar las oportunidades que surgen con los padres de los compañeros de los hijos cuando empieza la etapa escolar: “Probablemente sea una época idónea para hacer los mejores amigos de tu vida. Además, luego los niños van creciendo y también esas amistades que habéis ido cultivando con ellos. Al final es regalar a los hijos un entorno elegido por vosotros y, por tanto, que habéis considerado bueno para ellos: un entorno seguro de relaciones y enriquecedor”.

Amistades que se construyen y enriquecen

A veces hay amigos poco baby friendly. El cambio de circunstancias vitales puede ser, sin duda, una especie de prueba de fuego de la amistad. Las relaciones de calidad sabrán adaptarse a la nueva circunstancia –un esfuerzo, como decía antes, de ambas partes– sin quejas, ni reproches, con comprensión, flexibilidad y buen humor.

Ser capaz de mantener amistades a lo largo de los años es un bien en sí mismo, pero, además, a esas relaciones entre amigos con hijos y sin hijos se les suma un enriquecimiento recíproco: por un lado, conocer una maternidad –y paternidad– real puede alejar –en un futuro– a nuestros amigos sin hijos de ese binomio polarizado entre “madres perfectas” y “madres arrepentidas” que se da en los últimos años; un ejemplo cercano, realista y de confianza contribuye a desterrar tanto los deseos de perfeccionismo en la crianza como los “A mí nadie me había contado que esto era así”.

Por otra parte, Kawther Alfasi afirma que quienes nos han conocido antes y después de ser padres pueden hacer de guardianes de nuestros hobbies y de nuestras ambiciones, que tal vez hayan quedado relegados ante el nuevo papel que estamos desempeñando.

Es cierto que los cambios se viven de forma diferente si eres el primer amigo en tener hijos, por ejemplo, que si ya una gran mayoría han sido padres. Ese ir abriendo brecha suele ser más solitario y se pueden sufrir más incomprensiones de aquellos que no están en el mismo momento vital. De todos modos, con el paso de los años, la balanza se equilibra y la situación tiende a igualarse entre las amistades. Unos años después, los amigos con hijos pequeños se convierten en amigos con hijos mayores e independientes. Por eso es importante seguir cuidando las relaciones. La amistad no es solo para una época o para una urgencia; es para siempre y, cuando se ha construido con la incondicionalidad que la caracteriza, resiste al tiempo y al espacio.

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