Un libro de una profesora de origen chino de la Universidad de Yale, que desafía los cánones occidentales sobre la educación de los niños, ha dado lugar a columnas de opinión y cientos de comentarios en los foros de varios periódicos americanos.
El libro de Amy Chua, Battle hymn of the tiger mother, se atreve a poner en duda ideas que prácticamente se consideran dogmas entre los padres actuales, como el temor a lesionar la autoestima de los niños, la sobreprotección para evitar lo que les pueda dañar o molestar, y la tendencia creciente a favorecer sus gustos y preferencias.
Frente a esa visión generalizada, Chua plantea un modo de educar diametralmente opuesto, y que -según afirma- prepara mejor para la vida. ¿Por qué los orientales acaparan los premios de los concursos matemáticos o de los certámenes musicales para niños? En opinión de la autora, por las pautas educativas que siguen sus padres, que hasta “pueden hacer cosas que parecerían inimaginables -incluso denunciables- a los occidentales”, asegura. Todo se basa en la exigencia, en la repetición hasta alcanzar el resultado, en un control férreo y en hacer caso omiso de otros intereses del niño.
La crudeza con la que Amy Chua plantea estas cuestiones en los capítulos del libro, del que se adelantó un extracto en The Wall Street Journal, ha recibido ya numerosas contestaciones. En unos casos, se desmiente el retrato blando que se ofrece de los padres occidentales y se ataca los efectos de la severidad china sobre el equilibrio psicológico de los hijos.
Otras respuestas llegan del modelo de persona al que conduce la excesiva severidad. Ni tienen flexibilidad suficiente para actividades que exigen creatividad ni se preparan para dialogar con los amigos ni para el trabajo en grupo.
¿Qué significa “triunfar”?
La escritora Mary Hasson ve las cosas de otra manera. A su juicio, el interés despertado por el libro de Chua revela dos cosas. “En primer lugar, que estamos completamente perdidos, como sociedad, sobre lo que significa ser ‘buenos padres’. Y segundo, derivado de lo anterior, que no sabemos muy bien qué significa el ‘éxito’”, escribe en su blog wordsfromcana.wordpress.com.
Sin duda, el método disciplinado de Chua -con el que se ha ganado a pulso el calificativo de “mamá tigre”- puede conducir a la perfección. Pero es una perfección que sólo brillará en las aulas y en la sala de conciertos.
¿Y qué quieren los padres occidentales? Pues que sus hijos sean felices. Por eso les desagrada tanto el “método tigre”. ¿Cómo van a ser felices, se preguntan los críticos de Chua, unos niños a los que se les han cortado las alas de la innovación, de la independencia y de la creatividad?
Dictar a un hijo lo que ha de hacer en cada momento sería limitar su potencial como trabajadores, algo muy valorado por los padres occidentales. Por otra parte, la dedicación de tiempo que les exigiría llevar a la práctica el “método tigre” con sus hijos es un lujo que la mayoría de los padres no se pueden permitir.
Llegados a este punto, Hasson da su opinión: tanto Chua como sus críticos se equivocan. Los padres occidentales a menudo fracasan al fijar unas metas para sus hijos demasiado mediocres. O bien se lo ponen todo tan fácil, les consienten tanto, que cualquier esfuerzo les resulta heroico o tedioso. En esto, Chua tiene razón.
Pero el manifiesto de Chua a favor del “método tigre” se equivoca de cabo a rabo al identificar el éxito con los logros. “Sin un propósito de fondo noble y sin un adecuado desarrollo del carácter, unos logros admirables no serían más que el fruto de aspiraciones narcisistas, de la codicia o del ensimismamiento. Y creo que todos estaremos de acuerdo en que no hay nada de bueno en esto”.
Y concluye: “La medida de nuestro éxito como padres no es lo que nuestros hijos hagan o consigan, sino en qué clase de persona se convierten. Al final, tiene que ver con lo que uno es y no tanto con lo que hace”.