Numerosos estudios constatan las ventajas de comer o de cenar habitualmente en familia. Pero los motivos que aducen son muy variados. La psicóloga Lisa Damour se pregunta en un blog del New York Times por qué esos ratos compartidos en torno a la misma mesa son tan beneficiosos para la vida familiar.
Damour contrasta los estudios que ha leído sobre este tema con su experiencia profesional, y llega a la conclusión de que las comidas familiares son un instrumento perfecto para reforzar la autoridad de los padres, uno de los fundamentos “más antiguos y sólidos del bienestar adolescente”.
Para Damour, educar con autoridad exige combinar la disciplina y el cariño, o como decía en los años setenta la psicóloga Diana Baumrind, “la estructura y la calidez”. Los padres con autoridad son aquellos que saben proponer unas pautas de comportamiento elevadas y que a la vez educan amorosamente a sus hijos.
“Décadas de investigación revelan –escribe Damour–que los adolescentes educados con autoridad por sus padres son los que tienden a sacar mejores notas, los que disfrutan de abundante salud psicológica y se mantienen alejados de problemas. En cambio, a los adolescentes con padres autoritarios (mucha estructura y poca calidez), con padres consentidos (poca estructura y mucha calidez) o con padres negligentes (poco de ambas) no les va tan bien”.
Pues bien, las comidas familiares son un aliado perfecto de la disciplina y del cariño. Hace falta autoridad para sentar a un adolescente a comer con sus padres; pero la calidez es igualmente necesaria si se quiere hacer de la mesa familiar un lugar atractivo. Preparar la comida y poner la mesa juntos también es una forma de disfrutar de la compañía mutua.
Como ocurre en otros ámbitos de la vida familiar, estos ratos compartidos requieren de mucha flexibilidad. Por ejemplo, a las familias cuyos horarios les impiden coincidir en la comida o en la cena, Damour les recomienda probar con los desayunos.