Uno de los temas más discutidos del Sínodo de la Familia está siendo la situación en la Iglesia de los divorciados vueltos a casar. Pero aún más importante es cómo ayudar a los jóvenes que se casan para que comprendan bien el matrimonio cristiano y se eviten las rupturas. Esta medicina preventiva tiene mucho que ver con los cursos de preparación al matrimonio.
Lejos de ser un mero trámite, los cursos prematrimoniales se ven cada vez más necesarios en una sociedad que ha perdido la brújula sobre el sentido del compromiso matrimonial. Este tema fue abordado en el simposio de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz por José M. Galván, profesor de teología moral y sacerdote dedicado a la pastoral familiar en una parroquia romana.
Del amor afectivo al amor esponsal
Según su experiencia, la primera cuestión que se plantean muchos jóvenes es: “¿por qué debo hacer un curso para casarme?”. Se supone que los seres humanos tienen ya un mínimo de condiciones para ser esposos, pues de lo contrario la humanidad habría ya desaparecido hace tiempo. Galván no lo niega, pero señala que el ser humano no es solo miembro de una especie, sino una persona que debe empeñarse libremente para adquirir las virtudes: “La virtud no viene dada por la naturaleza, pero permite y facilita alcanzar lo que es natural a un ser personal”.
Por otra parte, muchos en nuestros días tienden a concebir el amor esponsal solo en clave sentimental. Según esta mentalidad, “para proceder a este tipo de unión no se requerirían grandes preparaciones: basta sentir la llamada, probar e ir adelante mientras vaya bien”. Esto hace que, aun con las mejores intenciones, falte en muchas personas una verdadera comprensión del amor esponsal. Por eso la Relatio (documento de trabajo del Sínodo) afirma en el n. 39.: “El reto para la Iglesia es ayudar a las parejas en la maduración de la dimensión emocional y en el desarrollo afectivo mediante la promoción del diálogo, de las virtudes y de la confianza en el amor misericordioso de Dios”.
“No es fácil en nuestros días, reconoce Galván, pa-sar del amor afectivo ‘a dos’, al verdadero amor esponsal de la donación con el que nace un afecto verdaderamente humano; con el amor de benevolencia se puede fundar el amor afectivo, pero del amor afectivo no surge naturalmente el amor de benevolencia. Esta conciencia, al no estar culturalmente presente en muchas personas, necesita ser adquirida mediante una adecuada formación”.
Muchos en nuestros días tienden a concebir el amor esponsal solo en clave sentimental
Tres cuestiones fundamentales
Entonces, ¿cuál debería ser el contenido de los cursos de preparación al matrimonio?
Para Galván, lo primero que hay que comprender es “la naturaleza del amor esponsal”. “Los contrayentes deben ser conscientes de su vocación ‘personal’ al matrimonio y de su realización en la comunión de personas, así como que esta comunión requiere como condición los tres bienes: unidad, indisolubilidad, procreación”. No es fácil hoy ver estos elementos como condición del amor personal, y es lo primero que debe ilustrar la preparación al matrimonio.
La segunda cosa que hay que abordar en estos cursos son “las virtudes de la vida matrimonial”. “Como estas virtudes se desarrollan a partir de la realización del matrimonio, quizá sería más importante desde el punto de vista pastoral, dice Galván, ofrecer cursos ‘post-matrimoniales’ para ayudar a los jóvenes esposos a desarrollarlas”. En cualquier caso, es fundamental instruir a los futuros esposos en la necesidad de empeñarse por adquirir las virtudes más importantes para la vida en común. Esto puede hacerse de manera más ‘académica’ (por ejemplo, recorriendo el esquema de las virtudes cardinales y viendo cómo se aplican a la vida en común), o de un modo más vital-existencial (insistiendo sobre todo en las virtudes que crean comunión personal, como la sinceridad o la humildad, para pasar después a aquellas más prácticas, como la magnanimidad o la paciencia)”.
En tercer lugar, hay que tener en cuenta que todo amor humano es limitado y que solo podemos encontrar nuestra esperanza en Jesucristo. Como decía san Juan Pablo II: “Toda persona humana es inevitablemente limitada: incluso en los matrimonios más logrados no se puede prescindir de una cierta dosis de desilusión”. Por eso recordaba que solo Jesucristo tiene palabras de vida eterna y es “capaz de satisfacer las aspiraciones más profundas del corazón humano”.
De ahí que en los cursos prematrimoniales los novios deben aprender que “su amor y las virtudes con que lo deben construir no dependen de sus limitadas fuerzas, con solo las cuales estarían sometidos a la desilusión y al desgaste de la historia, sino del hecho de tener en préstamo las palabras de vida eterna de Cristo para decirse su amor: precisamente en esto consiste la realidad sacramental del matrimonio”.
“Esta participación sacramental en la potencia de Cristo se traduce en una nueva dimensión virtuosa, esta vez no adquirida sino recibida, que es la vida teologal. La palabra de vida eterna de Jesús, acogida en la fe, se convierte en la razón de una esperanza teologal que ya no es solo un deseo humano, sino confianza indestructible que lleva a un amor esponsal que es verdadera caridad”.