Contrapunto
Cristina Alberdi, ministra española de Asuntos Sociales, ha montado su guerra particular con la pretensión de que las parejas homosexuales puedan adoptar. Parece como si faltaran candidatos a padres adoptivos, cuando lo que realmente escasean son los niños susceptibles de ser adoptados. Pero da la impresión de que esto es la guinda para que los homosexuales estén en sociedad con todos los «derechos».
Lo que pasa es que la adopción no es una cuestión de derechos. No se trata con ella de satisfacer los derechos de una pareja, sino de proporcionar a un niño una familia en la que encuentre el ambiente más apto para educarse.
Cristina Alberdi, en cambio, parece especialmente preocupada por responder a los deseos de las parejas homosexuales (de algunas, que también son minoría en el género). Así, afirma en declaraciones a ABC que su postura -aún minoritaria- responde a la evolución social: «No somos los responsables públicos los que creamos una situación en la que hay una demanda por parte de los homosexuales». ¿Pero qué importa aquí que exista o no una demanda por parte de los homosexuales? De lo que se trata siempre, a la hora de evaluar una demanda de adopción frente a otras, es de ver si esa pareja reúne las condiciones requeridas para que se le confíe ese niño.
Como ha comentado el filósofo José Antonio Marina, lo que hay que proteger son los derechos del niño adoptado: «Tiene derecho a ser entregadoa personas que aseguren, dentro de lo humanamente previsible, su desarrollo y felicidad. Es un asunto de terrible responsabilidad. Mezclarlo con la reivindicación de otros derechos, por justos que puedan ser, es, cuando menos, confuso. La situación, problemas, reivindicaciones de los posibles adoptantes son improcedentes en este asunto».
Puestos a buscar lo mejor para el niño, siempre se ha pensado que la situación óptima es la que reproduce la propia de una familia natural, con un padre y una madre. Pues hay muchos aspectos de la personalidad, conducta y actitudes psicológicas que el niño debe aprender de cada sexo. Y si un niño adoptado tiene que superar ya una desventaja, ¿por qué complicarle más las cosas?
Intentar romper con lo que la naturaleza ha previsto supone utilizar a los niños como conejillos de Indias. Y experimentar con niños pequeños para satisfacer unos presupuestos ideológicos es otra forma de explotación de la infancia.
Ignacio Aréchaga