La “liberación” del ser humano respecto de los vínculos familiares y de su realidad biológica supone, en realidad, una condena: sin identidad sexuada no hay matrimonio, y sin él no hay familia. Lo que significa que el cuerpo se convierte en un “algo” disponible, sujeto a las leyes del mercado. Esta es la tesis que defiende Margaret Harper McCarthy en un artículo publicado en la revista First Things.
McCarthy, profesora de Antropología Teológica en el Pontificio Instituto Juan Pablo II de la Universidad Católica de América y directora de la revista Humanum, traza una analogía con la historia de la esclavitud. Una gran parte de su inhumanidad, explica, consistía en desarraigar a los esclavos de cualquier raigambre familiar: se les prohibía casarse, y en cambio se usaban sus capacidades reproductivas, como “sementales” o “criadoras”, para perpetuar el linaje de trabajadores disponibles para sus amos. De esta manera, quedaban reducidos a mercancía.
También hoy se cuestionan los mismos lazos familiares, aunque desde un presupuesto ideológico aparentemente contrario: la búsqueda de una “libertad radical” del hombre como individuo autónomo. El vaciamiento del matrimonio, de la maternidad o la paternidad, o incluso del mismo concepto de diferenciación sexual se plantean como un movimiento de liberación.
En cuanto a la fundamentación teórica de estos planteamientos, McCarthy se remonta hasta el filósofo inglés del siglo XVIII John Locke, pasando por el feminismo de raíz marxista de los años 70 del siglo XX, que ya se fijaba como objetivo final “la eliminación de la diferencia sexual en sí misma” y un tipo de reproducción asistida por la que, en palabras de Shulamith Firestone, “los niños nacerían de hombres y mujeres indistintamente, o independientemente de ambos sexos”.
Frente a estas posturas, McCarthy reivindica la dignidad incomparable que proporciona a la persona el hecho de nacer en el seno de una familia: “Los seres humanos son engendrados, no fabricados. Una libertad que se base en cancelar nuestra propia naturaleza, transgrediéndola o convirtiéndola en algo ‘fluido’, no nos hará en absoluto más libres”.
El planteamiento de McCarthy –su reivindicación de los “derechos de la carne y de la sangre”– recuerda mucho a lo señalado recientemente por Gregor Puppinck acerca de la “desencarnación” de los derechos humanos. Según ambos, la “libertad radical” del hombre moderno supone, en realidad, una esclavitud.