Cada cierto tiempo, el Statitische Bundesamt (Oficina Federal de Estadísticas) toma el pulso al paisaje familiar de Alemania. Tras la publicación de las cifras, se levantan con la misma regularidad los oráculos sobre la cuestión de en qué consiste “la familia moderna”.
“La familia clásica es un modelo en extinción”, proclamó un titular de Die Welt, uno de tantos que difunden un mismo mensaje: el matrimonio con hijos está en declive y pasará pronto a ser una especie protegida. En algunos informes y comentarios resuena incluso una alegría secreta al comprobar que ese modelo vital, asociado a lo retro, por fin parece liquidado.
Si hay personas que fracasan en la puesta en práctica de su ideal familiar, ¿debemos celebrarlo como conquista de la modernidad o tomar medidas?
Es curioso comprobar, sin embargo, que el 70% de todas las familias alemanas resultan corresponder al presentado como “modelo en extinción”. Ciertamente, Die Welt parte de una comparación con las cifras del estudio anterior, del año 1996. En 1996 eran un 81% las familias alemanas encuadrables en el modelo “matrimonio más hijo(s)”. En resumen, la evolución puede resumirse así: el porcentaje de matrimonios con hijos desciende, el porcentaje de padres o madres que educan solos a sus hijos asciende fuertemente, y el porcentaje de parejas no casadas con hijos aumenta también.
La estabilidad sigue siendo el ideal
Se trata de cifras desnudas: las interpretaciones empiezan después. Y también las valoraciones acerca de si se trata de una evolución buena o mala. Y el caso es que ha llegado a ser difícil afirmar que no sea una evolución positiva o que merezca preocupación. Si uno lo hace, se arriesga a ser incluido en las filas de los nostálgicos del patriarcado de los viejos hombres blancos, o en las de los negadores de la modernidad, llenos de prejuicios y refractarios a los cambios, o a que le sean imputados los “miedos de los cristianos ultraconservadores, los que tienen cara de vinagre”.
Pero lo cierto es que las cifras muestran algo muy claro: la familia de padre, madre e hijos es el modelo ideal. Pues de entre el 20% de familias monoparentales, muchas proceden de matrimonios fracasados o relaciones rotas. No empezaron diciendo: “yo de mayor quiero ser madre soltera”. Comenzaron su vida de pareja con la ambición de que fuera “para siempre”, pero la vida a menudo tuerce las cosas en una dirección que uno no esperaba. Y el 10% restante –las parejas no casadas con hijos– corresponden también al esquema padre-madre-niños, aunque no tengan vínculo matrimonial. El puñado de “familias arcoiris”, incluido estadísticamente en ese 10%, es marginal.
Pero el hecho de que algo se dé en la realidad, ¿implica automáticamente que sea bueno? ¿Debemos simplemente gestionar el declive del matrimonio entre hombre y mujer, hasta que el último apague la luz? ¿O existen quizás buenas razones para intentar contrarrestar el declive? A la clase política le cuesta trabajo valorar públicamente esas tendencias, puesto que siempre pende amenazante la espada de Damocles de la “discriminación” si se privilegia estatalmente a una concreta forma de familia, aunque eso es lo que pedía la Constitución.
La ideología siempre es complicada, de manera que el Estado también podría enfocar la cosa de forma pragmática. ¿De qué modelos de familia obtiene la sociedad mayores beneficios? ¿Qué modelos de familia le causan, por el contrario, los mayores esfuerzos financieros? La clase política se lamenta constantemente del “cambio demográfico”: no nacen suficientes niños. Ahora bien, estadísticamente, la probabilidad de la maternidad crece de manera exponencial con el matrimonio. Si los políticos quisieran realmente elevar los índices de natalidad –una voluntad que habría que demostrar– deberían de hecho apostar abiertamente por la promoción del matrimonio, considerada la estadística. Lo mejor sería una campaña mediática: “¡Casaos! ¡Ya!”.
Y si algunos modelos de familia suponen para el Estado –y por tanto para todos nosotros– una carga financiera superior a otros, ¿tiene a pesar de ello que fomentarlos en pie de igualdad con el matrimonio, para no estar expuesto a la acusación de discriminación?
Ayudar a que los matrimonios no fracasen
Tomemos el ejemplo de los padres o madres que educan solos. Casi el 40% de estas familias monoparentales viven de prestaciones estatales, es decir, de la solidaridad de los demás. A ello se suma el hecho de que en la gran mayoría de esas familias falta el padre, lo cual añade dificultades al desarrollo psicológico de los hijos, lo que ha llevado incluso a nuestro Ministerio de Familia a iniciar programas como el de “más hombres en las guarderías”, para compensar esa carencia. ¿Y ahora deberíamos entonces regocijarnos de que el matrimonio se desmorone, y en su lugar cada vez más padres o madres tengan que esforzarse por educar solos bajo condiciones difíciles? Y finalmente, la pregunta herética: ¿tenemos además que promover todo eso, o no deberíamos más bien contrarrestarlo?
El 70% de las parejas alemanas están casadas y tienen hijos; entre las que no lo están, el modelo padre-madre-hijos sigue siendo el preferido
Lo que las cifras del censo sólo captan estadísticamente, pero no interpretan, es que muchos solteros, personas que viven solas, divorciados y padres que crían individualmente a sus hijos no rechazan el concepto de matrimonio, sino que simplemente han fracasado al llevarlo a la práctica, o no lo han alcanzado. El matrimonio era y sigue siendo para muchos el ideal, y de hecho no pocos vuelven a intentar las nupcias por segunda y por tercera vez.
E incluso el número creciente de solteros no es indicio de un rechazo fundamental del matrimonio o de otra relación. Constantemente surgen portales on line sobre encuentros y búsqueda de pareja; los foros de Internet están llenos de solteros que buscan su media naranja. Si cada vez fracasan más personas en la puesta en práctica de su ideal, ¿debemos asumir pasivamente ese fracaso, o incluso celebrarlo como conquista de la modernidad?
La investigación de las razones por las que tantos fracasan en la búsqueda del ideal, y de cómo podríamos impedir ese fracaso, sería también una alternativa. A menudo celebramos a las familias reconstituidas (familias patchwork) como el modelo del futuro. Sí, es cierto que empíricamente hay cada vez más de ésas. Pero, una vez más: ¿es bueno simplemente porque sea la realidad? Las dificultades que ese tipo de familias conllevan tanto para los adultos como para los niños son bien conocidas. ¿Debo celebrarlo, o puede uno mostrar preocupación sin que automáticamente alguien grite “¡discriminación!”?
Toda familia reconstituida surge del fracaso de al menos una familia anterior. También detrás de las familias monoparentales cabe rastrear a menudo el fracaso de una familia biparental anterior. ¿Queremos seguir aclamando el fracaso o ayudar a la gente a realizar el ideal? Cuando se pregunta a los jóvenes sobre sus planes de futuro, la mayoría contesta que casarse y tener hijos es el deseo número uno. ¿Queremos, entonces, ayudar a nuestros jóvenes a alcanzar su ideal, o queremos cambiar sus ideales?
Birgit Kelle es periodista y presidenta de Frau 2000 Plus.
El texto, traducido por Francisco J. Contreras, se publicó originalmente en La batalla por la familia en Europa (Editorial Sekotia, 2016). Reproducido con autorización.