El exceso de proteccionismo sobre los hijos está creando una generación de padres exhaustos que han de ingeniárselas para llegar a todo. Da la impresión de que educar bien a un hijo es llenar cada minuto de su tiempo libre.
Hace unos años, en las escuelas de Estados Unidos triunfó el concepto de los “padres helicóptero”, llamados así porque se lanzaban en picado al mínimo problema (cfr. Aceprensa, 29-03-2006). Bastaba que un chaval se presentara en casa con un suspenso imprevisto, un arañazo o una cara larga para que los padres aterrizasen en el colegio a pedir explicaciones. Pese a su buena voluntad, lo cierto es que los “padres helicóptero” llegaron a ser muy temidos por los docentes.
Contra el exceso de proteccionismo se han rebelado Gever Tulley y Julie Spigler, fundadores de Tinkering School. Se trata de una escuela de verano que pretende fomentar la creatividad de los chavales. Allí aprenden a hacer manualidades e inventos. También hay tiempo para realizar actividades de riesgo, supervisadas siempre por monitores.
Pese a las dificultades que han tenido para encontrar editor, Tulley y Spigler han recogido en un libro algunas de esas experiencias. Escrito con una buena dosis de provocación, Fifty Dangerous Things (you should let your children do) es una guía de juegos “peligrosos” que ofrecen alternativas de ocio a la televisión y los videojuegos.
En realidad, los juegos no son más peligrosos que aquellos a los que seguramente jugaron muchos de los padres de estos chavales: encender una hoguera con una lupa, trepar por un árbol, jugar al fútbol bajo una granizada, etc.
Para desdramatizar el asunto, los autores han optado por un estilo humorístico. Los títulos de los capítulos son deliberadamente provocativos: “Fabrica un explosivo”, “Súbete a un tejado”, “Aprende a jugar con fuego” (“eso sí, fuera de casa”, advierten)…
Al libro no le faltan ideas disparatadas. Pero, al menos, tiene el mérito de poner el dedo en una de las llagas contemporáneas: la obsesión por la seguridad y por evitar a los hijos cualquier mal rato.
El culto al niño
En Gran Bretaña también se está hablando estos días sobre la protección de los hijos. Pero aquí el debate ha comenzado con mal pie. Ante el aumento del vandalismo callejero, a Sir Al Aynsley-Green -comisario de la infancia- se le ocurrió echar la culpa a los padres. Pero no a los padres de los jóvenes que delinquen, sino al resto.
La tesis de Aynsley-Green es que Gran Bretaña es uno de los países del mundo donde la gente se preocupa menos por los hijos de los demás. A su juicio, si un adolescente quema un contenedor o rompe una ventana es porque los adultos del barrio no se implican lo suficiente.
La columnista Judith Woods cree que este reproche es injusto. “¿Cómo vamos a ocuparnos de otros niños, si estamos agotados de cuidar a los nuestros?”, se pregunta en el Daily Telegraph (4-02-2010).
“Nuestra preocupación por los niños roza la histeria. Los padres que conozco tratan a sus hijos como si fueran diosecillos. Los mimamos a cuerpo de rey, alimentamos cuidadosamente sus egos, los llevamos de aquí para allá en Volvos repletos de dispositivos de seguridad…”.
Woods recuerda con agradecimiento el margen de libertad que le daban sus padres: “La diversión era un asunto que debíamos resolver mis cuatro hermanas y yo, normalmente en el jardín. A veces fabricábamos deslumbrantes pelucas con las hojas de los árboles; otras veces, vestíamos al gato; y otras, simplemente nos peleábamos”.
Woods se lamenta de no haber seguido los pasos de sus padres. “Ahora me dedico -admite- a cuidar de mis dos hijos como una loca”. Además de acabar exhausta, se pregunta si eso es lo mejor: “El día de mañana, ¿me querrán más mis hijos por mi dedicación?”
“Me gustaría pensar que sí, pero tengo mis dudas. Lo que las generaciones anteriores veían como un maravilloso privilegio -que los adultos te hagan caso, que se preocupen por ti, que te apoyen-, nuestros hijos lo ven como derechos innegociables. Y así es difícil agradecer las cosas”.
La protección razonable
Cuando se habla sobre los excesos de la hiperprotección, cabe el riesgo de pasarse al extremo contrario: la indiferencia olímpica. No se trata de eso. La prudencia llevará a discernir, en cada caso, lo que de verdad representa una amenaza para los hijos y lo que no lo es.
No deja de ser una imprudencia, por ejemplo, dejar a un niño o a un adolescente que pasen un fin de semana en casa de otro amigo sin enterarse antes del plan (real) que van a hacer o si los padres van a estar en casa. Lo cual exigirá, en la mayoría de los casos, una breve llamada a los padres del amigo anfitrión.
También es razonable enterarse de lo que hacen los hijos en Internet. Además de establecer filtros, los expertos recomiendan a los padres que supervisen el empleo que hacen los niños de las redes sociales (cfr. Aceprensa, 19-01-2009). En la misma línea, es útil aconsejarles que no faciliten datos personales ni difundan sus fotos por la red. Según una encuesta de la Anti-Bullying Alliance de Gran Bretaña, el 20,5% de los niños de 10-11 años han sufrido hostigamiento, amenazas o insultos a través de Internet o del teléfono móvil. En el caso de la red, la vía principal fue las redes sociales, que son usadas por el 59% de los niños (cfr. Aceprensa, 20-11-2009).
La televisión es otro campo para ejercitar una protección razonable. Tras analizar diversos estudios que revelan los efectos que el exceso de televisión produce en niños y adolescentes, la Academia de Pediatría Americana lleva años recomendando entretenimientos alternativos. Asimismo, ha desaconsejado que haya aparatos de televisión en las habitaciones de los niños (cfr. Aceprensa, 5-09-2007).
Algunos padres creen que estas medidas son exageradas. A su juicio, es preferible que los chavales tengan autonomía suficiente para experimentar y equivocarse, también en estos ámbitos. Así, aprenderán a discernir lo bueno de lo malo, lo conveniente de lo que no lo es.
Cuando se trata de proteger a los hijos, hay que saber que hay ámbitos donde los padres tendrán que implicarse más y otros en los que habrán de quitarse de en medio.
Contra la sexualización
Esta es una de las ideas que está detrás de la propuesta realizada por David Cameron, líder del Partido Conservador británico, para proteger a los niños de la creciente oleada de contenidos sexuales en la televisión o en la red.
Cameron, padre de dos hijos, no es ingenuo. Sabe que es muy difícil impedir que los niños tropiecen de pronto con reclamos eróticos. Lo que sí es posible, dice, es adoptar medidas concretas para ayudar a los padres a proteger a sus hijos en este terreno.
“Deberíamos ser capaces -dice Cameron- de garantizar que nuestros hijos viven de verdad la infancia. No queremos que estén expuestos desde pequeños a una innecesaria e inapropiada publicidad ni a la sexualización”.
De momento, el líder tory ha propuesto dos medidas. La primera consiste en penalizar a las empresas publicitarias acusadas de hacer anuncios inapropiados para niños, negándoles la posibilidad de contratar con la Administración durante tres años.
La segunda es crear mecanismos de denuncia on line para que los padres protesten por anuncios o programas con contenido sexual. Además, la nueva web permitiría ver las quejas de los demás padres. “De esta forma -concluye Cameron-, comprobarán que no están solos en esta batalla”.