“¿Matrimonio? Sí, pero cuando la situación sea más estable”. Este es un razonamiento típico entre la juventud actual. Sin embargo, la precipitación en las relaciones de pareja hace improbable que algún día se llegue a esa pretendida estabilidad con la que muchos jóvenes asocian –quizá idealizándolo– el momento de casarse.
Los millennials, como se suele llamar en el ámbito anglosajón a los nacidos entre comienzos de los ochenta y el año 2000, se casan menos y más tarde. Aunque también tienen menos hijos que las generaciones anteriores, el número de los que nacen fuera del matrimonio es mayor, ya que la cohabitación está muy extendida. También lo están las separaciones, porque, según datos del National Survey of Family Growth (una encuesta sobre datos familiares y de salud hecha en EE.UU.), la probabilidad de que una pareja se rompa antes de que el primer hijo de ambos cumpla cinco años es tres veces superior entre las que cohabitan que entre las que están casadas.
La laxitud en las relaciones sexuales ha traído confusión a las afectivas
Varios factores cooperan para que se retrase el matrimonio, al que siguen aspirando (y a uno estable) la mayoría de los millennials. Las investigaciones frecuentemente han puesto el foco en las causas económicas: la crisis, y después un modelo de recuperación que no ha repercutido apenas en los salarios de una parte importante de la población, dibuja un horizonte de incertidumbre que disuade a muchos de dar el paso definitivo.
A vivir juntos porque toca
Según Amber Lapp, investigadora del Institute for Family Studies, aunque las razones económicas inclinan a retrasar el matrimonio, también influyen factores culturales. Y los de este tipo, que no han recibido tanta atención por parte de los investigadores, aumentan considerablemente el riesgo de que la pareja se rompa.
Uno de ellos, que afecta especialmente a las parejas que cohabitan, es que muchas veces la relación se ha desarrollado de manera precipitada y poco consciente. Un patrón se repite con frecuencia: el chico y la chica se conocen, y empiezan a mantener relaciones sexuales muy pronto, antes de que se hayan parado a pensar si realmente quieren convivir. La intimidad física puede crear un vínculo afectivo incipiente que les mueve a vivir juntos. Pero falta experiencia y compromiso, y es más fácil que se produzca la ruptura.
Una cosa que llamó la atención de Lapp y su marido cuando entrevistaron a jóvenes sobre la naturaleza de sus relaciones es que con bastante frecuencia no sabían precisar exactamente qué tipo de vínculo les unía a su pareja, ni cuándo se inició. Muchos simplemente señalaban que “estaban juntos”. Al recordar el proceso de emparejamiento, solían describirlo como algo que “les sucedió”, más que como una decisión consciente.
Darnos tiempo… para lo imposible
No obstante, al mismo tiempo que reconocían una cierta precipitación en cuanto al proceso desde que se conocieron hasta que se fueron a vivir juntos, muchos repetían como un mantra su intención de “tomárselo con calma”, y “darnos tiempo”. Era frecuente oírles decir que querían que su futuro matrimonio fuera “el único en su vida”. Sin embargo, estos nobles deseos no se correspondían con el modo en que se habían producido sus decisiones previas. Como comenta Lapp, daba la impresión de que el “tomárselo con calma” simplemente significaba retrasar indefinidamente el momento de casarse.
La cohabitación llega frecuentemente “por inercia”, más que como parte de un proyecto de futuro
Estos ejemplos apuntan a un fenómeno frecuente entre los jóvenes: la laxitud sexual, unida a unas expectativas sobre el matrimonio rayanas en la idealización y muy dadas al sentimentalismo, hacen que muchos se embarquen –y se estanquen– en la cohabitación sin un proyecto de futuro. Cuando estas uniones se rompen, cosa que ocurre con frecuencia, se refuerza la idea de que posponer el matrimonio es lo más sensato.
Además de los factores culturales ya señalados, Bradford Wilcox – director del National Marriage Project en la Universidad de Virginia– enumera algunos más en una reciente colaboración para Family Studies: un individualismo rampante, que pone siempre los intereses personales por encima de los “públicos”; un feminismo de segunda ola centrado en la emancipación de la mujer; el creciente número de millennials criados en hogares rotos y que han heredado una cierta sospecha hacia el “para siempre”. Por último, añade un cambio en la forma de entender el matrimonio: en vez de considerarlo el comienzo de una etapa (la madurez) en la que seguir aprendiendo, se percibe como la coronación de unas expectativas personales de tipo afectivo, que cuando no se cumplen dejan sin sentido el vínculo.
Creo en el amor, creo en el matrimonio
Para romper el círculo vicioso del “estamos juntos” (que tiende a perpetuar una situación de fragilidad), y proponer una forma de noviazgo más constructiva y consciente, nació el portal ibelieveinlove.com, en el que jóvenes comparten sus historias sobre cohabitación, matrimonio, amor y sexo.
La mayoría de los jóvenes sigue aspirando al matrimonio, y a que este sea estable, pero su historial afectivo no ayuda
Se trata de desenmascarar la idea de que el matrimonio no es para los millennials, y a la vez de ayudar a preparase para él. En el apartado “misión”, los administradores de la web señalan que, aunque muchos de los jóvenes actuales hayan sufrido considerables “pruebas para el amor” (divorcio de sus padres, inestabilidad financiera, relaciones de pareja tormentosas), “creemos que el amor duradero que se encuentra en el matrimonio y la familia puede proporcionar la fortaleza para afrontar esos retos”.
Sin embargo, para eso hace falta prepararse bien, y la cultura del todo vale en materia de sexualidad no ayuda: “Los programas de educación sexual, los medios y la opinión pública nos han enseñado a practicar ‘sexo seguro’. No nos dijeron que los preservativos y otros anticonceptivos no protegen frente al desengaño, la confusión y la humillación que el sexo sin compromiso puede provocar. Hemos descubierto que las relaciones sexuales implican a nuestro cuerpo, mente y alma. Nuestros hijos se merecen que sus padres se quieran con un amor duradero. Por eso, consideramos que el sexo es verdaderamente constructivo cuando se da dentro del matrimonio”.