Como cualquier movimiento interesado en lograr un cambio social, los profamilia se juegan mucho con sus alianzas. Errar en esto puede conducir a la estampida de potenciales simpatizantes que, si bien conectan con los valores familiares (porque, de hecho, los viven), se resisten a ir del brazo de quienes perciben como hostiles a otros ideales que también aprecian.
No es una simple cuestión de estrategia: la decisión de optar por unos aliados o por otros tiene una influencia decisiva en la identidad de un movimiento, cuyas causas pueden verse desplazadas por las prioridades de los socios sobrevenidos.
Así ha ocurrido con la agenda política de la izquierda, que pasó de poner el énfasis en las condiciones laborales del movimiento obrero a ponerlo en las reivindicaciones “postmaterialistas” o de autoexpresión, vinculadas a movimientos sociales de corte libertario y económicamente mejor situados. Por su parte, los populistas y los libertarios de derechas están cambiando la forma de entender la libertad de expresión de muchos conservadores, para quienes esta libertad nunca había sido un derecho ilimitado.
En ambos casos, hay una ideología-huésped que acaba viviendo, a modo de parásito, a costa del movimiento en que se aloja. Otras veces, es al revés: el movimiento entra a formar parte de una coalición en la que, en teoría, todos sus miembros ganan. Pero, en la práctica, terminan imponiéndose el tono y las maneras de hacer del socio más fuerte. Lo que, a la larga, puede perjudicar la credibilidad del resto, como advierten algunos intelectuales conservadores estadounidenses frente al riesgo de que la causa provida acabe comprometida por su asociación con el “trumpismo”.
Ampliar el foco
No es la primera vez que se da esta confusión de causas en el Partido Republicano. En un reciente artículo publicado en el blog del Institute for Family Studies, el sociólogo Josh McCabe explica cómo el movimiento profamilia ha ido perdiendo influencia en la coalición republicana surgida a principios de los años 80. Su tesis es que los conservadores sociales, más preocupados por los valores familiares, han quedado relegados al papel de socios minoritarios frente a quienes priorizan los intereses de las empresas.
Y menciona como ejemplo la derrota que sufrió una enmienda propuesta por los senadores Marco Rubio y Mike Lee a la Tax Cuts and Jobs Act –la gran reforma fiscal de 2017–, en la que pedían más deducciones fiscales para las familias sin estudios universitarios, hoy las más perjudicadas por una nueva desventaja: la “desigualdad matrimonial”, como se conoce al crecimiento de la inestabilidad entre esas familias por la combinación de una serie de factores culturales, económicos, políticos…
Con este contexto en mente, McCabe se pregunta hasta qué punto le compensa al movimiento profamilia seguir contando, como principal aliado, con los republicanos alérgicos al gasto social. Y aboga, en cambio, por buscar nuevos socios. Para eso, cree que es necesario ampliar el foco de lo que tradicionalmente se ha considerado la agenda profamilia y reforzar su componente social.
Este enfoque permitiría a los profamilia cruzar fronteras ideológicas y tender puentes con quienes se encuentran fuera de su radio habitual de influencia. Y aunque no menciona expresamente al Partido Demócrata, hay que suponer que la propuesta de McCabe de pescar en otras aguas también incluye a la izquierda. En esa línea va la lista de prioridades que propone a los profamilia estadounidenses: mejorar la formación profesional de los jóvenes de clase obrera; incentivar los complementos salariales para los trabajadores pobres; ampliar las deducciones fiscales por hijo; facilitar los permisos familiares; y mejorar el seguro de desempleo para las familias con hijos.
Inestabilidad económica y matrimonial
Se le puede reprochar a McCabe que su lista de prioridades se aleja demasiado de ciertos debates culturales que hasta ahora han dominado la agenda profamilia. Pero su acierto reside en subrayar que la promoción de los valores familiares no puede hacerse de espaldas a la mejora de las condiciones de vida de las familias, un terreno fecundo para aproximar posturas entre rivales políticos.
De hecho, no hay por qué contraponer ambas perspectivas. Así lo recordó, desde la izquierda, el sociólogo y politólogo de Harvard Robert Putnam en un congreso que buscaba rebajar las discrepancias entre republicanos y demócratas: “Los que estamos en el lado más progresista tenemos que preguntarnos: ¿cómo hemos llegado a una situación en la que dos tercios de los nacidos en lo que antes se llamaba clase obrera viven en hogares monoparentales?”. Y añadió: “Si nos preocupa la pobreza, tenemos que interesarnos también por (…) la dimensión familiar de este problema”.
Por su parte, el matrimonio Amber y David Lapp, investigadores del proyecto Love and Marriage in Middle America, lamentan que aquellos “a quienes más preocupa la estabilidad matrimonial tiendan a quedarse al margen” de los debates sobre la pobreza y la desigualdad. Y les recuerdan que la inseguridad económica provocada por la falta de unos ingresos dignos es otro factor de inestabilidad familiar.
Un movimiento transversal
Frente a quienes conciben la sociedad como un juego de suma cero, las perspectivas de Putnam y de los Lapp optan por integrar. Lo que encaja bien con el reto que tienen por delante los profamilia: construir un movimiento transversal que trascienda las líneas partidistas.
No se trata de ignorar las diferencias que surgen en debates de alto voltaje, como los relativos al aborto y al concepto de matrimonio. Más bien, se trata de plantearse si el empuje profamilia tiene que quedar necesariamente truncado ahí, o si es posible avanzar en otras direcciones, sin renunciar a dar la cara en aquellos asuntos.
La cuestión se vuelve acuciante en un contexto de polarización política como el actual, en donde no es infrecuente que el ascenso de los populismos de derechas liderados por hombres se identifique –como hacía El País en un elocuente editorial– con la vuelta a “ajados discursos sobre valores familiares” que amenazan los derechos de las mujeres. De ahí el efecto rebote que provoca en el otro lado: “¡Ni un paso atrás!”.
En este escenario, es muy fácil que el movimiento profamilia acabe contaminado por su asociación a unas posiciones que no son las suyas. También en este caso hay una ideología-huésped (el nacionalpopulismo) que trata de vampirizar una causa en beneficio propio. Y los genuinos profamilia terminan poniéndose a la defensiva por declaraciones que no han hecho, en vez de soltar lastre y proponer su agenda de forma creativa.
Para salir de esta dinámica de confrontación, son interesantes las iniciativas que toman distancia para buscar nuevos enfoques. Esta es la necesidad a la que quieren dar respuesta los grupos de lectura CanaVox, creados en EE.UU. por un grupo de mujeres y hoy presentes en 16 países: facilitar a las profamilia tiempo para leer, pensar y hablar entre sí sobre temas que les permitan poner las bases intelectuales para construir “una cultura del matrimonio en un ambiente tranquilo y reflexivo, libre de hostilidades”. No para sustraerse del debate público, sino para volver a él con mejores argumentos y soluciones constructivas.
La retórica y las políticas familiares
Ese enfoque proactivo, que opta por tomar la iniciativa en vez de ir a remolque de las polémicas de turno, es el que propuso en 1993 Ralph Reed Jr. para renovar el movimiento profamilia en EE.UU. En su opinión, si hasta entonces este movimiento tenía una influencia limitada, era porque abusaba de una retórica “pobre en políticas públicas y sobrecargada de valores”. Pero apelar a los valores –añadía– no es suficiente para conectar con la mayoría social; hacen falta también “políticas específicas diseñadas para beneficiar a las familias y a los niños”. Según explica McCabe en su artículo, el llamamiento de Reed caló entre los líderes profamilia y de ahí surgió un impulso que logró traducirse en medidas concretas.
Con toda seguridad, las diferencias aflorarán también en el debate sobre qué políticas familiares apoyar, pues “la posición ideológica influye en el modo como se perciben los problemas y las prioridades”, señala a Aceprensa Pablo García Ruiz, profesor titular de Sociología en la Universidad de Zaragoza y experto en políticas públicas. “Por eso, por lo general, los partidos liberales tienden a promover políticas fiscales (deducciones de impuestos, transferencias monetarias tipo cheque bebé), mientras que los partidos socialdemócratas suelen promover servicios de ayuda (escuelas infantiles, ludotecas, residencias y centros de día para personas mayores dependientes)”.
Pero García Ruiz cree que “esta diversidad no representa un obstáculo insalvable para encontrar consensos básicos”. La clave es “distinguir el discurso público de los partidos de las actuaciones efectivas. El discurso público tiende a enfatizar las diferencias para mostrar al electorado razones para obtener su voto en las próximas elecciones. Sin embargo, en la acción de gobierno efectiva, cada gobierno busca el apoyo de las demás fuerzas políticas para sus políticas. Y aquí, para los partidos de la oposición es difícil oponerse a medidas que de hecho ayudan a las familias, ya sean transferencias monetarias o servicios”.
Garcia Ruiz recopiló 32 ejemplos de medidas innovadoras de apoyo a la familia en un informe para The Family Watch, titulado Políticas familiares: buenas prácticas en Europa, llevadas a cabo por entidades públicas, privadas y asociativas. Las hay de muy diversos tipos y con objetivos variados: apoyar a madres y padres primerizos; paliar la soledad de los mayores; facilitar el ocio de los hijos con discapacidad de familias pobres; mejorar las habilidades de comunicación entre los cónyuges y con los hijos; implicar más a los padres en la educación de sus hijos…
Entre las políticas que más consenso pueden suscitar hoy, el sociólogo destaca “las de ayuda a la conciliación trabajo-familia”, entre las que incluye las que facilitan el cuidado de “hijos pequeños y mayores dependientes”. Y cita como ejemplo la ampliación de permisos parentales, que “ha encontrado un consenso más o menos explícito en todo el arco político (aunque en el discurso público cada partido haya de matizar esto o aquello para distinguirse de los demás), porque responde a una demanda social real, importante y urgente”.
A la vista de las prácticas que presentan investigadores como Garcia Ruiz o Mccabe, no parece que la agenda profamilia tenga que agotarse en dos o tres temas. Con más imaginación que ganas de gresca, las posibilidades de llegar a acuerdos son muchas.
Incluso en debates sensibles, como el de la maternidad subrogada, es posible avanzar si se acierta con el enfoque oportuno. Es lo que ha conseguido la campaña Stop Surrogacy Now, al unir a personalidades de distintos países y tendencias ideológicas contra la legalización de los vientres de alquiler. En su lista de firmantes hay especialistas en bioética, partidarios del matrimonio entre hombre y mujer, feministas, activistas LGTB, socialistas, verdes, creyentes, ateos… Y detrás –como un gran pegamento–, la convicción de que, para impulsar una causa, no hace falta ponerse de acuerdo en una infinidad de temas: basta encontrar un punto común y hacer palanca sobre él.