Entre las diferencias sociales que se han revelado con la actual crisis económica no han pasado desapercibidas las relativas al género. Sin embargo, en el contexto de la empresa y de los estudios no siempre son las mujeres quienes llevan las de perder. Por el contrario, los estudiosos encuentran que el sentido de la responsabilidad, la disciplina y la capacidad de adaptación del sexo femenino constituyen papeletas especialmente valiosas para enfrentar con éxito las adversidades del mercado laboral y, en términos generales, de otros aspectos de la vida donde los hombres se quedan cada vez más rezagados.
Kevin Ryan, profesor emérito y fundador del Center for the Advancement of Ethics and Character en la Universidad de Boston, se remite a su propia experiencia docente, confirmada por sus colegas: las chicas asisten a todas las clases, toman apuntes cuidadosamente y entregan a tiempo los trabajos que tienen asignados. ¿Cuál es en cambio el patrón de conducta más frecuente entre los chicos? Algunos se cuentan entre los estudiantes más brillantes —reconocen los profesores―, comprometidos, inquisitivos y llenos de creatividad, pero con frecuencia los alumnos varones se muestran irregulares en la atención que prestan, se limitan a oír la clase de manera pasiva y entregan tarde y descuidadamente sus deberes. “Mis informantes de la universidad retratan al estudiante varón de estos tiempos como alguien irresponsable e inmaduro, frente a sus más asertivas y seguras compañeras de clase”, concluye Ryan (MercatorNet, 15-07-2009).
Padres ausentes, o como si lo estuvieran
Según el catedrático, es en la actual constitución de la familia donde debe buscarse la clave de este comportamiento negligente por parte de los chicos. Para el caso de Estados Unidos, el 40% de los niños que nacen tienen madres solteras, que deben asumir su crianza desde el primer momento sin contar muchas veces con una formación completa o con buenas armas para defenderse en el mercado de trabajo. Este cuadro resulta especialmente representativo entre las comunidades de color, donde aquel porcentaje se eleva hasta el 70% y donde, afirma Ryan, los hombres se refieren a sus mujeres llamándolas “my baby’s mama”. Junto a esta estampa normalmente vinculada a la pobreza, las mujeres con un buen nivel educativo y de ingresos se enfrentan con frecuencia a dificultades para encontrar pareja apropiada, o simplemente no tienen tiempo para establecer un hogar, de modo que pueden decantarse por un banco de esperma y buscar un bebé de diseño.
Pero incluso para los hijos de matrimonio el padre se convierte, muchas veces, en una figura episódica. El ritmo de vida y de trabajo podría alienar completamente la figura paterna de la presencia doméstica, y reducirla a alguien que los hijos ven por las noches, cuando vuelve a casa con el único propósito de relajarse y mirar la televisión. “Es raro ―resume el profesor de Boston— que los chicos adquieran en el hogar destrezas que les son fundamentales: cómo trabajar, cómo competir y, sobre todo, cómo brindar protección a la mujer”.
La figura masculina en la escuela
La ausencia de un referente masculino no sólo se aprecia en los hogares, sino también en la escuela. El catedrático emérito recuerda los tiempos en que era común la figura de un maestro capaz de proyectar sobre sus alumnos varones una imagen enérgica y respetable; algo cada vez menos frecuente en una profesión que tiende a quedarse sólo en manos femeninas. Por otra parte, señala Ryan, aunque subsistan algunos hombres a cargo de la educación secundaria, ésta se ha vuelto algo burocrático y resulta rara una auténtica preocupación por el desarrollo de los chicos.
A propósito de esto, programas como Team Focus se abocan en Estados Unidos a conectar a jóvenes desprovistos de la figura paterna con voluntarios dispuestos a proporcionales este modelo. El proyecto, que comprende un programa de duración anual y un campamento de verano de cuatro días, ha trabajado ya con más de 1.500 muchachos (desde el año 2000, cuando se implantó), y se ha expandido a nivel nacional después de unos modestos comienzos en Alabama por iniciativa de Mike Gottfried, un entrenador de fútbol americano en la Universidad de Pittsburgh que perdió a su padre cuando tenía 11 años.
“Es una inversión para el futuro”, asegura Keith Howard, director de Team Focus DC. “Si puedo ser ese padre sustituto, y acompañar a un chico proporcionándole la autoridad y el afecto que necesita, estaré haciendo una inversión” (The Washington Post, 21-07-2009). En el campamento, los muchachos consumen la mitad del día en juegos como el baloncesto o el softball, y luego asisten a charlas donde se trata una variedad de temas que tocan desde las consecuencias emocionales de la falta de padre, hasta modales, hábitos de estudio y de cuidado personal. También disponen de un capellán para orientarlos sobre la lectura de la Biblia y sobre la oración.