La escritora Batsheva Neuer y su marido, que viven en Nueva York, decidieron que sus hijos crecerían sin televisor, sin tableta, sin videoconsola, sin ordenador. Lejos de condenarlos al atraso –dice–, el “ambiente sin pantallas” está resultándoles muy beneficioso.
Los Neuer querían, explica ella, “retrasar el aislamiento social tecnológicamente inducido y animar a nuestros hijos a desarrollar aptitudes que les serían muy útiles en el mundo real”. La infancia es momento de “fomentar interacciones sociales, alentar la creatividad y responder a estímulos procedentes de la realidad”.
Sus hijos satisfacen su curiosidad consultando una enciclopedia para niños y preguntando a sus padres, a otros parientes, a amigos o a vecinos. “¿Cómo se mueve el sol? Buena pregunta para el tío Ariel, que estudió química en la universidad. ¿Cómo se hace una puerta? Pregunta al tío David, el contratista de obras. ¿Quién creó el mundo? En mi calidad de biblista por designación propia, eso pertenece a mi territorio”.
Un resultado es que los niños tienen mayor capacidad de atención: “Pueden pasar horas escuchando cuentos de los retorcidos y marchitos árboles de Narnia. Han aprendido a ayudar en las tareas de la casa”.
De todas formas, los Neuer admiten excepciones. La única manera de que los niños resistan un largo viaje en automóvil es ponerles vídeos de Barrio Sésamo, y cuando llevan mucho tiempo sin ver a los abuelos, hablan con ellos por videollamada.
Además, el veto a la tecnología es una medida temporal, dice la autora. “En cierto momento, mis hijos tendrán que introducirse en el mundo digital y adquirir las habilidades necesarias para tener éxito también ahí. Sin duda, la dependencia de aparatos está al acecho. Mas, por ahora, me alegra que puedan aprender a depender de su mente y de su corazón, y de los seres humanos que más significan para su vida”.