Que alguien tenga por actividad diaria quedarse en casa realizando las tareas del hogar, no ha sido visto muchas veces con agrado, ni valorado en todo su mérito. Pero la óptica está cambiando, advierte en un artículo en Family Studies John A. Cuddeback, profesor de Filosofía en el Christendom College de Virginia, EE.UU.
“Las personas están percibiendo que nuestro total abandono de la vida diaria en el hogar ha dejado tras de sí un profundo cráter. Para muchos, el glamur de las nuevas tendencias, las nuevas libertades y las nuevas tecnologías (…) se está volviendo aburrido”.
Estamos descubriendo que una vida doméstica más enriquecedora es primordial e irremplazable para una existencia humana auténtica, apunta Cuddeback, para quien una manifestación clave de esa vida de hogar es la realización de las tareas domésticas, que tradicionalmente han sido relegadas en importancia a medida que la vida laboral del hombre –y después, de la mujer– se ha desarrollado fuera de casa. Los deberes que quedaron atrás –“pensemos: lavar los platos”– eran la escoria, los menos satisfactorios.
“No sorprende que la mujer, los hijos o cualquiera en casa encuentren pesadas estas tareas, que se han visto desconectadas de formas de trabajo más complejas e ingeniosas. (…) El trabajo fuera de casa, generalmente algo más prestigiado y considerado como el contexto de ‘éxito’, puede permitir además que se le pague a otro por mantener el hogar razonablemente en orden”.
Este esquema, apunta, ha funcionado como el ideal durante un tiempo, en el que algunos veían como innecesaria la realización de las tareas domésticas en familia.
Hoy, sin embargo, hay más personas que advierten un problema en este arrinconamiento. “Al haber sido afectada por las continuas cuarentenas y la disminución de las actividades en común de todo tipo, la gente tiene un sentido más agudo acerca de su honda necesidad de relaciones personales ricas y de presencia física”.
Por ello recomienda que cada uno, sin dejar la profesión actual –“muchos no estamos en posición de hacerlo”–, cultive el trabajo en casa. “Podemos empezar enfocándonos en una tarea, sea la jardinería, la preparación o la conservación de los alimentos, la carpintería, la artesanía, la mecánica del coche, la crianza de animales o el bricolaje. Hay un valor especial en este tipo de trabajo, que estimula nuestra creatividad y nos asegura bienes que suplen nuestras necesidades básicas y mejoran la vida”.
En segundo lugar, dice, una vez que se perciba el trabajo en casa como “una manera de vivir” y “una de las formas del amor”, quien lo realiza y quienes lo rodean lo verán de forma distinta. “El trabajo se transforma desde dentro cuando se lo ve como un modo de estar juntos en el amor. De este modo, incluso las más aburridas pero necesarias formas del trabajo se vuelven enriquecedoras y se integran en la más amplia realidad del hogar”.
El profesor cita, por último, al narrador y ensayista Wendell Berry, quien en una de sus obras afirma que “el trabajo es la salud del amor. Para durar, el amor tiene que encarnarse en la materialidad del mundo: producir alimentos, refugio, calor o sombra, rodearse de cuidados, de cosas bien hechas”.
“Una vez más –señala Cuddeback–, Berry señala el camino a algo primordial; algo que nos habla desde lo profundo. El trabajo doméstico nunca está lejos. Podemos elegirlo nuevamente, con cuidado y discernimiento, y así encarnar nuestro amor por aquellos que tenemos más cerca, en la vida diaria de nuestro hogar”.