En un artículo reciente enumeré las tres raíces de la cultura europea: la filosofía griega, el derecho romano y la religión cristiana. Y dos de sus grandes creaciones: la ciencia moderna y la democracia liberal. Las tres primeras no son propiamente creaciones suyas, sino que Europa es más bien heredera. Como afirma Rémi Brague, hay que entender Europa más como un proceso que como una realidad plenamente formada. La europeización es un proceso de apropiación de una tradición ajena. George Steiner considera que entre las más grandes creaciones europeas se encuentran la música, la matemática pura y el pensamiento especulativo. Toda cultura tiene su propia música, pero nada hay comparable a Bach, Mozart y Beethoven.
La crisis europea y la amenaza de la barbarie proceden del olvido o deterioro de estas cinco grandes realidades, y como síntoma, acaso más significativo, la crisis de la Universidad. Nada de lo que viene a continuación debe entenderse como la defensa de la tesis del triunfo de la barbarie, pero sí como una advertencia sobre su posibilidad e incluso de su presencia ya entre nosotros.
La filosofía estuvo a punto de desaparecer durante el siglo XIX a causa del positivismo, el relativismo y la negación de la metafísica. Quedó reducida prácticamente a teoría del conocimiento. En la siguiente centuria vivió una época de plenitud, una verdadera resurrección, pero hay que advertir que las amenazas a la filosofía no han desaparecido y, sobre todo, resulta alarmante la frecuencia con la que se suplanta lo que ella verdaderamente es por otras cosas, sin duda estimables, pero que no son filosofía. En una conferencia pronunciada en Viena poco antes de morir, bajo el título “La filosofía en la crisis de la humanidad europea”, el filósofo Edmund Husserl afirmó que Europa “designa la unidad de una vida espiritual y una actividad creativa”. George Steiner, al glosar esta conferencia en su ensayo La idea de Europa escribe: “Otras culturas y comunidades han hecho descubrimientos científicos e intelectuales. Pero sólo en la antigua Grecia se desarrolla el cultivo de la teoría, del pensamiento especulativo desinteresado a la luz de unas posibilidades infinitas”.
El sentido jurídico de los romanos, que forjó, junto al elemento germánico, el Derecho europeo se ha deteriorado o ha caído en el olvido. En Roma el Derecho clásico distaba de ser una vaga aspiración a una justicia ideal. Era, por el contrario, la decisión del magistrado que ponía fin a la controversia. Era algo muy concreto y tangible, era instancia y recurso. Pero la jurisprudencia era para ellos un arte, un saber prudencial, el arte de lo bueno y de lo justo. El magistrado no busca cualquier solución, sino la solución justa. Por eso, un mero orden de fuerza, la voluntad arbitraria de alguien, incluida la mayoría, no es Derecho. Este sentido jurídico de los romanos entró en crisis en la Europa del siglo XIX con el auge del positivismo.
Europa es ininteligible sin el cristianismo. Así título Novalis un célebre ensayo: Europa, o la Cristiandad. Europa es la Cristiandad. No se trata sólo de un ingrediente cultural imprescindible para conocer la historia y la realidad de Europa. No se trata sólo de que sin una formación cristiana sea imposible entender el arte que alberga, por ejemplo, el museo del Prado o el sentido de una catedral gótica. Se trata del cristianismo como religión. Por supuesto que esto nada tiene que ver con la defensa de un Estado confesional. La pérdida de vigencia del cristianismo y el auge del laicismo radical constituyen una amenaza para Europa. En este sentido, san Benito de Nursia es mucho más que un símbolo. Retirado en la soledad de Subiaco formuló la regla de la vida monástica y salvó de la destrucción los libros clásicos. De este modo, preservó a Europa de la barbarie.
No parece razonable pensar que la ciencia se encuentre en peligro o amenazada por la barbarie, ni que los hombres no reconozcamos los beneficios que proporciona. Zubiri incluyó a la nueva física del XX entre las más formidables producciones del espíritu humano, junto a la metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel. Pero existen dos amenazas que pesan sobre ella. Por un lado, el interés que despierta se dirige más que a ella, como pura forma de conocimiento, a sus consecuencias beneficiosas y, concretamente, a la técnica. Por otro, la física ha llegado a tal nivel de complejidad que sólo unas mentes, muy pocas, llegan a entenderla plenamente. Ortega y Gasset dijo que la física podría llegar a desaparecer si desaparecieran esas pocas cabezas.
No sólo en Europa, sino en el mundo en general, la democracia política se ha convertido en la única forma legítima de gobierno. Incluso los gobiernos autocráticos se pretenden democráticos. Sin embargo, la mayoría de los hombres viven bajo regímenes no democráticos. Por otra parte, debe atenderse al adjetivo “liberal”. La creación de Europa no es la democracia sin más, sino la democracia liberal, basada en el Estado de Derecho, el reconocimiento y defensa de los derechos naturales, la separación de poderes y la igualdad de los ciudadanos ante la ley. En nuestro tiempo tienden a imponerse formas de democracia directa que tienden a destruir la verdadera democracia. Con frecuencia se impone una especie de democracia frenética que aspira no sólo a dirigir la vida política, sino toda la vida social: la ciencia, el arte, la moral, la religión, las costumbres, las formas del sentimiento…
En otra ocasión me ocuparé de la crisis de la Universidad. Lo que está en peligro o detenido o traicionado es el proceso de europeización que nace de la fidelidad a la triple herencia de Atenas, Roma y Jerusalén. Europa dejaría de ser ella misma si traicionara sus propias raíces y fundamentos y sucumbiera a un doble riesgo de signos opuesto: el inmovilismo y la ruptura. Existen amenazas exteriores, sin duda, pero la peor es la interna. Europa sólo perecerá de sí misma, si deja de ser fiel a sí misma. El peligro es, como dijo Husserl, “un gran cansancio”. Y, con él, cabe añadir, la pérdida del entusiasmo y la ilusión.
No cabe olvidar que Europa es también el resultado de un equilibrio inestable nacido de la tensión entre fuerzas contrapuestas: Atenas y Jerusalén, radicalismo y conservadurismo, democracia y aristocracia, espíritu y materia. Me ocuparé muy brevemente de la primera de ellas. Pensadores como Leo Strauss y Lev Shestov han sostenido que ambas forman parte de Europa y, a la vez, son incompatibles entre sí. Europa sería el resultado de la tensión entre esa doble herencia. Pero no sería posible que una misma persona sea, a la vez, el hombre piadoso del Antiguo Testamento que, como Abrahán, considera que el bien consiste en la obediencia absoluta a Dios, y el sabio socrático que busca sin cesar una sabiduría a la que puede acercarse, pero a la que nunca alcanza. Acaso esa antítesis sea cierta con relación al judaísmo, pero no en el caso del cristianismo, ya que en él confluyen las dos tradiciones, la razón y la fe, la filosofía y la religión, y es por ello la religión del logos.
Europa vive un alarmante proceso de “deseuropeización” que urge detener. El problema no consiste en ser o no europeos, sino más bien en cómo llegar verdaderamente a serlo.
Ignacio Sánchez Cámara
Catedrático de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid
Un comentario
Es un artículo muy lúcido y sintomático del tiempo presente