Una aproximación a las raíces espirituales de Europa puede ser la que ensayé en mi libro Europa y sus bárbaros. 1. El espíritu de la cultura europea.
Escribe Xavier Zubiri en su primer libro, Naturaleza, Historia, Dios: “La metafísica griega, el derecho romano y la religión de Israel (dejando de lado su origen y destino divinos) son los tres productos más gigantescos del espíritu humano. El haberlos absorbido en una unidad radical y trascendente constituye una de las manifestaciones históricas más espléndidas de las posibilidades internas del cristianismo. Sólo la ciencia moderna puede equipararse en grandeza a aquellos tres legados”.
Ortega y Gasset, por su parte, afirma que los dos principios que han promovido el excepcional desarrollo de la sociedad europea en los siglos pasados han sido la ciencia (y su consecuencia, la técnica científica) y la democracia liberal.
Cabría afirmar que estas cinco son las raíces de la cultura europea: metafísica griega, derecho romano, cristianismo, ciencia y democracia liberal. A las que podría añadirse la Universidad como institución europea. Naturalmente, las tres primeras no son creaciones de ella, pero Europa se entiende a sí misma como depositaria de las tres en las que fundamenta su realidad espiritual. Por eso Europa no se entiende sin sus iglesias, plazas, palacios de Justicia, Parlamentos y Universidades.
Si Europa padece una grave crisis, como parece claro, ésta afecta a los seis principios constitutivos de su espíritu.
La hipótesis de la que parto es la posibilidad de la existencia en la Europa actual de una “barbarie interior”. Barbarie se opone a cultura. Culta es la vida sometida a normas y valores, y bárbara es una vida sin normas ni valores. Cabe hablar, con Nietzsche, de una vida ascendente y otra descendente. La barbarie es la vida descendente que renuncia al espíritu, es decir, a la verdadera cultura.
Europa se encuentra hoy amenazada. Los peligros son tanto exteriores como interiores. Pero, muy probablemente, son ahora más graves los interiores. Por eso cabe hablar de una barbarie interior. Como afirmó Alasdair MacIntyre, san Benito, en la soledad de Subiaco, salvó los libros clásicos y preservó a Europa de la barbarie. Pero, continúa, hoy los bárbaros no se encuentran acechándonos al otro lado de nuestras fronteras, sino que viven entre nosotros, incluso, en algunos casos, gobernándonos.
Los principales rasgos y amenazas de esta “barbarie interior” bien pueden ser:
- El olvido de las raíces y fundamentos de la cultura europea, del ser de Europa.
- El rechazo del cristianismo.
- La negación de lo Absoluto.
- El olvido del espíritu.
- La “muerte” de la filosofía.
- La negación de la condición personal del hombre.
- La negación de los valores.
- El relativismo.
- La identificación de la felicidad con el placer.
- La sobrevaloración del diálogo y el consenso en la búsqueda de la verdad moral. La suplantación de la moral por el derecho.
- La degradación de la cultura.
- La educación y el declive y crisis de la Universidad.
- El relativismo estético. La degradación del arte.
- La decadencia del Derecho.
- El cientificismo y el tecnicismo como ideologías.
- La barbarie del especialismo.
- Las negaciones de la libertad.
- La hiperdemocracia.
- La politización.
- El nacionalismo.
La raíz es espiritual y, por ello, se encuentra ante todo en la educación. El sentido y meta de la educación es la formación de la persona. No es posible la educación sin una determinación de los fines de la vida. Por ello la muerte de la finalidad, de la teleología, entraña la destrucción de la educación, pues ella no puede ser meramente instrumental. Jonathan Swift afirmó que “la educación es la experiencia de la grandeza”. La Universidad es la institución de la educación superior. Es una comunidad de maestros y discípulos. Sus misiones constitutivas son tres: la formación en las profesiones que requieren competencia científica; la investigación científica; y la transmisión de la cultura. La Universidad es profesionalismo, investigación y formación. Normalmente se atiende a las dos primeras y se descuida o ignora la tercera. Esta es una de las raíces de la crisis de la institución universitaria. Por otra parte, no siempre se atiende con rigor a los procedimientos de selección del profesorado y al sistema de admisión de alumnos. Las Universidades han ido rebajando sus exigencias. Pero las mayores amenazas provienen de la crisis espiritual que padece Europa y, quizá, el Occidente en general. El avance de la barbarie comienza por deteriorar precisamente a la institución que tiene encomendada la lucha contra ella.
Al final de su ensayo Misión de la Universidad plantea Ortega el problema del “poder espiritual”. Bajo esta expresión cabe referirse a la situación de quienes ejercen influencia sobre los demás, contando con su consentimiento o adhesión, no mediante la fuerza, especialmente en el ámbito de las metas y fines de la vida. Tienen poder espiritual los que influyen en la formación de las conciencias de los demás, quienes les suministran los modelos o pautas para sus vidas. El poder espiritual es influencia, ejemplaridad, dirección intelectual y moral. En este sentido, no hay poder comparable al espiritual.
Después de haber expuesto las misiones que la Universidad tiene encomendadas y de afirmar que la Universidad es distinta pero inseparable de la ciencia, Ortega sostiene que debe ser además otra cosa, tiene que estar abierta a la plena actualidad, tiene que estar en medio de ella, sumergida en ella. La vida pública necesita de la intervención en ella de la Universidad como tal. La razón es que, según Ortega, no hay más poder espiritual que la Prensa. Hoy acaso podríamos hablar de las redes sociales si es que constituyen verdaderamente un poder y, quizá menos, espiritual. La Iglesia ya no ostenta el poder espiritual porque ha abandonado el presente y el Estado tampoco porque al triunfar la democracia ya no gobierna a la opinión pública, sino que es gobernado por ella. La vida pública se ha entregado a la única fuerza espiritual que por oficio se ocupa de la actualidad: la Prensa. Pero el periodismo ocupa el rango inferior en la jerarquía de las realidades espirituales. Hoy acaso haya sido sustituida por otras instancias aún más ínfimas en la jerarquía espiritual. Por todo ello, el filósofo insta a que la Universidad intervenga en la actualidad imponiéndose como un poder espiritual superior a la Prensa. Probablemente la “rebelión de las masas” se haya adueñado de la Universidad y haga enormemente difícil que pueda ejercer el poder espiritual. La politización, la democratización, el relativismo y la masificación han dañado la autoridad intelectual y moral de la Universidad.
Queda aquí bien definido lo que entiende Ortega por poder espiritual, quién lo ejerce en la actualidad y los males derivados de ese ejercicio. Queda también constancia de la invitación a que la Universidad, sin dejar de ser fiel a sus misiones constitutivas, ejerza esa función.
En cualquier caso, resulta claro que no cabe confundir el poder espiritual con el mando o poder político. Éste descansa siempre en la opinión pública. Aquél es ejercido por una minoría ejemplar que está constituida por los mejores, los nobles, los que se exigen más a sí mismos y que, por ello, en las situaciones normales influyen sobre la mayoría. Max Scheler distinguió entre modelos y líderes. Son los primeros los que ejercen esa misión de ejemplaridad. Líder es el que es seguido en algún ámbito social. Los prototipos de modelo son el genio, el héroe y el santo. A los que añade el espíritu-guía de la civilización y el artista del goce.
Sólo el poder espiritual ejercido por una minoría puede salvarnos de la barbarie interior.
Ignacio Sánchez Cámara
Catedrático de Filosofía de la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid