Fotos: Santi G. Barros
David Cerdá (Sevilla, 1972) es profesor, consultor, conferenciante, escritor y traductor de Shakespeare, Tocqueville, MacIntyre y Rilke. Primera división. Economista, doctor en Filosofía y profesional de la gestión empresarial, la educación y la ética. Estudioso del comportamiento humano, conferenciante y articulista en Disidentia, La Iberia y El Debate.
Hace diez años sacó a las calles de la opinión pública su primer manuscrito. Desde entonces, ha expuesto sus propuestas en formato libro sobre la deriva de la educación superior, los porqués del fútbol o el buen profesional. Acaba de publicar Filosofía andante (Monóculo). El año pasado se puso el casco de faena reflexiva con un libro que sigue dando mucha guerra: Ética para valientes (Rialp). Muchas preguntas de batalla con sus respuestas trascendentales muy de asfalto: la justicia, la verdad, los sentimientos morales, el heroísmo, la ética, la dignidad…
Un alquimista de intereses variados y hondos. Un buen conversador. Un docente divulgador que simplifica las palabras solemnes y reconecta la sabiduría con nuestro tiempo bajando al albero. Como quien baila las cuatro estaciones de una sevillana mirando cara a cara a los problemas y sonriendo propuestas de soluciones.
Aquí le tenemos, sobre el tablao, con la armadura de sus argumentos. Listo para entrar en el campo de lucha constructiva con un escudo que no es de cartón piedra y una lanza que nos catapulta, como jabalina, para ser mejores y alejarnos del cinismo.
— Le gusta provocar pensando en voz alta.
— Me gusta hacer pensar para concluir. Se habla mucho de la filosofía como capacidad para interrogar e interrogarse, y me interesa eso, pero a mí me gusta llegar a ciertas conclusiones, algunas de ellas transitorias y otras más definitivas. El amor a la sabiduría y el pensamiento crítico deben conducir a conclusiones que nos inviten a cambiar y mejorar, tanto nosotros como las circunstancias, porque mi propósito es buscar la mejor versión de la realidad. Vivo en la curiosidad continua. Me apasiona seguir buscando y ensanchar las posibilidades.
— ¿Qué tema prioritario le interpela en estos momentos?
— Lo que más me preocupa en los últimos tiempos es la manera tan poco crítica con la que estamos afrontando la tecnología y cómo nos estamos dejando llevar por un señuelo de progreso irreal. En ese sentido, me inquietan mucho los horizontes de la gente joven. Me preocupa que la filosofía haya abandonado el centro de la vida por culpa, entre otras cosas, de los filósofos, y esté dejando espacio a tanto mamarracho y a tanto coach de vida, tanto seudogurú y tanto vendedor de crecepelo de un nivel ínfimo… Este panorama no me deprime. Es más: hace que se me hinche el pecho hasta tener ganas de pelear.
— Su diagnóstico puede ser negativo, pero su propuesta es esperanzadora.
— Ha habido una intelectualidad muy negativa y muy quejosa con la que no comparto nada. A mí me gusta pelear y solucionar cosas. Además, tengo mucha fe y mucha esperanza en el ser humano, porque asumo un deber de esperanza. De hecho, en los asuntos que trabajo particularmente –la ética, el honor, la dignidad…– empiezo a ver cierto renacimiento. Puede ser una percepción mía, pero encuentro bastantes cabeceos y asentimientos entre quienes escuchan mi discurso. Eso es positivo. La verdad, para ser ocultada, requiere una dosis importante de violencia ideológica o física, y noto, a mi alrededor, sed de avanzar de verdad en el modo de ser mejores personas.
“La valentía es la clave de bóveda de la moral y el centro de gravedad de la bondad”
— He estado leyendo algunas declaraciones que ha hecho últimamente. Me he pintado la idea de que es usted un pulpo de ética con diferentes tentáculos, todos ellos muy ágiles y con la ilusión de llegar al máximo número de personas posible. Pero su discurso arranca con algo básico que parte de nuestro siglo entiende como una provocación moralista: que el “punto cero” de la ética es que hay cosas que están bien y cosas que están mal. Usted mira de frente al relativismo y le dice: ¡Eres una gran mentira!
— Hablar del bien y del mal no puede ser provocador. Cada vez sabemos mejor que el ser humano no viene en blanco. Constatamos que las personas tenemos una inclinación tremenda hacia el bien y hacia la solidaridad. Si no, jamás hubiéramos llegado hasta aquí. Sabemos también que las psicopatías conviven con nosotros en dosis ajustadas. Sabemos un montón de cosas objetivas sobre que el ser humano necesita avanzar en equipo y, en ese progreso, la moral es importantísima. Vemos que el ser humano crece en todos los campos del saber, y el conocimiento moral es otro de esos territorios que perfeccionan el entendimiento sobre nosotros mismos.
La ciencia, la religión, la filosofía, la psicología y las humanidades nos hablan de aspectos que nos hacen gozar y cuestiones que nos hacen sufrir, situaciones que nos hacen sentir bien y mal. Cualquier persona seria que se para a pensar y sabe algo de historia, biología, sociología, antropología, filosofía, arte, etc. dispone de una enorme información sobre lo que hace que la vida sea buena o no tan buena. Es verdad que existen aspectos morales que, lógicamente, están en disputa. Sucede en todas las ciencias. No conozco ningún campo del saber en el que no haya polémicas y controversias. Así progresa el conocimiento. La gente que no cree que existan realmente el bien y el mal, ¿cómo puede hablar de progreso moral si no parten de unas referencias?
— Hablaba antes de una primavera del interés por la ética…
— Más bien, de un deshielo… Sí, porque la ética siempre ha estado ahí, pero estaba cubierta de hielo y de maleza, y nos hemos dado cuenta de que enterrarla no funciona, porque no nos ha hecho mejores en nada.
— Hay quien piensa que la ética o es postureo, o es eclesial.
— Cada cual está en su derecho de estar equivocado… Yo sólo constato que desde que uno amanece hasta que se acuesta está permanentemente decidiendo entre situaciones morales. La pandemia ha sido un espectáculo ético. Hemos visto a personas que han muerto por nosotros. Hemos sido testigos del esfuerzo y la valentía de profesionales que iban a curar o a reponer los supermercados sin la protección necesaria para salvaguardarse a sí mismos. Hemos visto en directo una demostración ética impresionante de unos dando su vida por otros y de personas tomando decisiones dificilísimas. Todo eso lo hemos vivido con naturalidad. Lo que está bien y lo que está mal ha quedado netamente de manifiesto.
— ¿La pandemia servirá para cambiar el chip de la generación zoomer? ¿Qué futuro social se nos presenta por delante?
— Todos hemos aprendido mejor la necesidad que tenemos de no estar solos, de juntarnos a otras personas. El experimento social forzado que ha sido la pandemia ya está dando lugar a que mucha gente entienda que vamos muy deprisa, que no podemos ir siempre corriendo. Toda experiencia traumática trae consigo una oportunidad de crecimiento humano. Esto beneficiará a la generación zoomer, aunque quizá lo lleven dentro de forma larvada y todo aflore en unos años, con la madurez.
La pandemia ha sido una reedición de El miedo a la libertad, de Erich Fromm, que habla de hasta qué punto estamos dispuestos a renunciar a casi todo cuando tenemos miedo. La pandemia ha sido un tratado sobre el miedo, sobre el abuso de poder, sobre el aislamiento… Ha sido todo tan exagerado que espero que nos ayude de verdad a repensarnos profundamente.
— ¿Qué pinta la valentía en la ética y en todo este contexto social del que hablamos?
— La valentía es la clave de bóveda de la moral. Es el centro de gravedad de la bondad. Los padres insistimos mucho a nuestros hijos en que deben adaptarse, no destacar ni llamar la atención, ser resilientes –una palabra que detesto profundamente–, en que, si hay lío, no se metan… Sin querer, estamos empeñados en que vivan prioritariamente de forma cómoda, y la comodidad es una cobardía. La proporción de prudencia en la educación está siendo exagerada en los últimos tiempos. Tenemos que devolver a la gente joven a la aventura. Les estamos presentando un panorama difícil y tienen miedo a ir hacia atrás. Debemos ofrecerles esperanzas. En el centro de todo esto está la valentía de educar personas buenas y coherentes que aspiren al bien.
“Tenemos que devolver a la gente joven a la aventura y ofrecerles esperanzas. Les estamos presentando un panorama difícil y tienen miedo a ir hacia atrás”
— En Ética para valientes, dice, se ofrecen salidas “a los distintos atolladeros morales a los que la posmodernidad nos ha abocado”. ¿Qué atolladeros? ¿Qué salida?
— El primer atolladero clarísimo es el relativismo, que siempre nos disculpa. La falsa tolerancia y la falsa idea de respeto sería otra calle sin salida. Yo creo que es bueno vivir en un mundo que vigilemos entre todos. No es bueno meterse en con quién se acuestan los demás, pero sí es bueno ser conscientes de que no vivimos solos, de que estamos rodeados de prójimos y de que debemos ayudarnos a que no nos engañen, no nos maltraten o no nos usen. La falsa tolerancia puede, incluso, respetar una agresión, y eso es intolerable.
Otro atolladero significativo: la educación emocional. Hemos suplantado la educación sentimental y la moral por una educación emocional. Que yo me sienta bien es importante, pero es más relevante que sienta compasión, admiración o vergüenza. ¡Vamos a educar a los jóvenes a lo grande! Cuando les quitamos el afán de aventura vital, los proyectamos en pequeñito. Educar es dar alas para que busquen la verdad, la belleza, el amor o el bien, que son realidades más plenas que nos sacarán de nosotros mismos, porque otro atolladero de la posmodernidad es el imperativo del proyecto personal como autorrealización por encima de todo: el narcisismo, del que se deriva, después, tanta ansiedad, porque invita a la pérdida de sentido y fomenta esta plaga de juguetes rotos.
Me preocupa que hablamos mucho de los síntomas de la salud mental, pero nunca de las causas. Y si no atacamos las causas, las consultas psicológicas seguirán abarrotadas. Una sociedad patológica es el reflejo de muchos fracasos que estamos a tiempo de corregir si somos valientes.
— Un atolladero evidente está en las farmacias: el 11% de la población española de más de 15 años consume ansiolíticos con asiduidad. ¿Eso es posmodernidad con alevosía?
— Lou Marinoff escribió en 1999 un bestseller titulado Más Platón y menos Prozac. No era nada del otro mundo, pero me gustó porque ayudó a popularizar la filosofía. Necesitamos volver a la conversación, al prójimo, a la familia, a la amistad, al sentido… Si esto se convierte en tendencia estable, habrá gente que perderá dinero, pero no pasa nada, porque la economía no se va a hundir. Gastaremos menos en cosas innecesarias y necesitaremos menos dinero. La economía siempre se equilibra.
— ¿Y cómo se equilibran todas las frustraciones que ha generado la posmodernidad?
— Lo primero que debemos hacer es afrontar la frustración, porque evitamos plantarle cara y esas cosas siempre acaban desatascándose por otro lado. Una de las claves de Tinder es el match, con el que ya no hay frustración en el primer paso en una relación. Con esta app, las dos personas ya se han pregustado antes de conocerse y evitan así la incomodidad del acercamiento y del posible rechazo. ¿Por qué los chavales no se llaman por teléfono? Porque no quieren molestar. Mientras tanto, se comunican a través de audios interminables de WhatsApp…
Vivimos en un mundo en el que el fin de no molestarnos gana cada vez más puntos, y, sin embargo, sabemos que la vida buena va justo de lo contrario: de molestar, porque nos importan los demás. Y por eso te llamo, y si no me puedes atender, lo intento en otro momento. No pasa nada. Me importas tanto que te voy a decir que eso que estás diciendo no es cierto o no es oportuno, y que si te expones al sol sin límite estás poniendo en riesgo tu salud, y que ese negocio que lideras es una majadería. Te lo digo y te lo tengo que decir, porque me importas. Pero la cuestión es que no queremos importarles a los demás y eso da lugar a frustraciones más que evidentes. Porque cuando no le importas a nadie, estás profundamente solo.
— ¿Compartimos que el bien nos ayuda a ser más felices?
— El bien y la felicidad son dos cosas distintas, y muchas veces están alineadas, pero no siempre. Muchas personas han sufrido haciendo lo que debían hacer. Buscar obsesivamente la felicidad no está funcionando. Ser feliz persiguiendo el bien hace que duermas tranquilo y dormir tranquilo es una expresión más modesta que ser feliz, pero es una condición maravillosa. Hablar sólo de felicidad no está mejorando nuestras vidas. Dirigirse al bien es un proyecto mucho más estable. Nadie puede despojarte de tu dignidad si tú no quieres y nadie puede hacerte malo. Sin embargo, hay personas que no pueden ser felices. Vivir en torno al bien es mucho más seguro.
— La vida es complicada y está llena de problemas. ¿Cómo conectan la valentía y el sufrimiento?
— El ser humano sufre y se duele, pero sabemos que sufre tanto más cuanto menos entiende el sufrimiento. Duele más el sufrimiento sin explicación que está desconectado del sentido de cada vida. Perder un hijo es, quizá, el dolor más terrible que existe, pero es un dolor con sentido. Conozco pocos padres que se hayan suicidado después de perder a su hijo. La mayoría de ellos, incluso, vive para que su hijo perviva en su memoria. Es una cosa dramática y muy hermosa. Sin embargo, he visto a muchas personas que se han quitado la vida porque, sencillamente, no sabían para qué estaban en el mundo: como no sé por qué estoy aquí, me quito de en medio. Estoy simplificando y no quiero vulgarizar un tema como el suicidio, que es muy complicado.
“No nos está permitido perder la esperanza en el mundo. Las distopías son sólo un juego para hacer peliculitas, pero no pueden ser la visión de nuestro tiempo”
¿Qué hace la ética? ¿Qué puede hacer la valentía por tu dolor? Darle un sentido. Hay que venir aquí a sufrir por buenos motivos. Sufrir por sufrir es un proyecto idiota, porque es imposible no sufrir en esta vida. En biografías exclusivamente analgésicas no se puede amar, ni tener pareja, ni hijos, ni amigos, ni un trabajo que importe. Pretender una vida sin dolor es incompatible con vivir vidas con sentido. La valentía nos recuerda todo eso y nos ayuda a pasar por esos valles complicados de miedo que invitan a desistir. La valentía es el asistente principal para que nuestras vidas puedan ser significativas.
— Dice que “los cobardes huyen porque no tienen razones”. ¿Esta crisis de sentido generalizada es de cobardes?
— Desde el arranque de la posmodernidad hasta ahora, muchas realidades se han ido cayendo por el camino y no han sido sustituidas por cosas valiosas. La buena noticia es que solamente se trata de volver al hogar. No hay que inventar nada. Solamente tenemos que recordar. Empiezan a verse muchísimos signos de descontento con el mainstream de la postmodernidad, como leímos muy bien en Feria, de Ana Iris Simón. Ha surgido un movimiento muy interesante de gente que pide darle al stop: oye, vamos a parar un momentito, porque la inercia no es buen camino. Por otro lado, también conviven algunas fuerzas que favorecen que sigamos viviendo a velocidad de crucero.
“Estoy en contra de la educación en valores y a favor de la educación en comportamientos”
— Dice que ni el Lexatin ni los coaches nos sacarán de los agujeros negros. ¿Qué agarraderos podemos tener cerca para tirar del carro con esperanza?
— El primero es, sin duda, el amor. Hablo de amistad, de familia, de pareja… Hablo de padres, hermanos y vínculos estrechos. El amor es una gran fuerza. El segundo asidero es el bien: intentar hacer el mundo mejor siendo buenas personas. No nos está permitido perder la esperanza en el mundo. Las distopías son sólo un juego para hacer peliculitas, pero no pueden ser la visión de nuestro tiempo. Tenemos un deber de esperanza. No vale rendirse. Tercer agarradero: la belleza. Sin lugar a dudas, embellecer el mundo es un proyecto que merece la pena.
— Habla con frecuencia del deber de implicar al corazón en la ética. Dice que una buena persona es la que tiene el corazón educado, que las emociones y los sentimientos pueden ayudar a ser buenas personas. ¿Cuáles son las instrucciones de uso de esa ética sentimental?
— El que hace lo que debe hacer lo hace porque siente que tiene que hacerlo, pero cuidado, que el sentimiento se educa también a través de la cabeza. La distinción emoción-razón es muy antigua. Las conclusiones que tú sacas influyen en las cosas que tú sientes, y en tus actitudes y en tu comportamiento. Es decir, es un continuo. Quien hace las cosas bien, siente bien.
— Mi lectura de sus reflexiones es que habla de una “ética de la digestión” contra la ética de las dos gotitas de perfume. Sólo la que se mastica con libertad se intelectualiza y forma parte intrínseca de nosotros con autenticidad.
— Sólo la ética procesada nos ayuda a ser buenas personas de verdad. La autonomía es un punto muy importante, y yo la entiendo como la capacidad que tengo para descubrir la verdad, no para inventármela. El bien y el mal están ahí fuera. No dependen de mí. La autonomía es un proceso por el que pasamos las verdades por el corazón y las entendemos para actuar bien. Las homilías laicas de educación en valores no sirven para nada. Estoy en contra de la educación en valores y a favor de la educación en comportamientos.
“La posmodernidad ha sido un placebo muy lucrativo”
— Entonces, ¿eso de “el mundo es de los valientes” no es un claim de Mr. Wonderful, sino una verdad lapidaria?
— Es un claim de pico y pala, no de clic. Tenemos que ponernos a hacer cosas distintas en casa, en los hogares, en el Congreso de los Diputados, en las universidades… Hay que hacer muchas cosas para que seamos valientes. El ser humano, por naturaleza, jamás hubiera creado todo esto que tenemos entre manos, que es increíble, sin toda la gente valiente, solidaria y arrojada que nos ha precedido.
— ¿Podemos concluir que la posmodernidad es de cobardes y que ha sido un patético placebo?
— La posmodernidad ha sido un placebo muy lucrativo, especialmente desde los puntos de vista comercial y político. Ha llegado la hora de dejarlo atrás admitiendo que nos hemos pasado de frenada en bastantes cuestiones. Tenemos que recuperar el camino. Siempre he dicho que debemos ser conservadores y progresistas. Todo lo que no sea progresar y conservar es un absurdo. No tiene sentido que todo lo antiguo esté mal y todo lo nuevo esté bien. El error hay que desandarlo para que el camino sea más llevadero. Pasos hacia adelante, pico y pala: esa es la aventura que se merece nuestra vida.
Álvaro Sánchez León
@asanleo