Fotografía: Javier Bergasa
Ignacio López-Goñi es catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra y uno de los divulgadores científicos más destacados del panorama nacional desde antes de la pandemia. Academia y asfalto. Lecciones y propuestas. Ciencia básica y educación pública. Solvencia e influencia.
Acaba de recibir el primer Premio de Divulgación Científica Fundación Lilly-Apadrina la Ciencia, un galardón que “reconoce y apoya la labor de los investigadores que dedican parte de su esfuerzo a la difusión del conocimiento científico”, al menos antes de que Miguel Bosé o Belén Esteban se hagan también con los micrófonos de la tele para hablar de antivirus.
Es un influencer con carrera, método, libros, contactos, lecturas, análisis, libertad, prestigio, cintura, conocimiento de causa y conocimiento del medio. Su blog sobre noticias y curiosidades microbiológicas es una publicación de alto impacto digital.
Hace medio año, cuando surfeábamos la segunda ola, publicó Preparados para la próxima pandemia, porque cuando la inercia va, los expertos ya estaban oteando el futuro. Hace unas semanas el director de The Lancet, Richard Horton, trajo a las librerías Covid-19. La catástrofe. Qué hicimos mal y cómo impedir que vuelva a suceder. Casi todo lo que dice en primavera desde Reino Unido, ya lo dijo López-Goñi el pasado otoño con visión universal desde el observatorio español.
Entre vacunas, esperanzas, cansancios, la gesta de la ciencia, las muertes, la epopeya de los profesionales sanitarios, los papers, los bulos y un liderazgo público con metástasis aguda, bisturí para extirpar lo que sobra e hilo para coser lo que se pueda en el quirófano de un analista de bata blanca.
— Enhorabuena por el premio. ¿Ciencia y sociedad saldrán más unidas de la pandemia?
— Ojalá todo esto sirva para que la sociedad se dé cuenta del valor de la ciencia y para que aprendamos que solo la ciencia, el conocimiento y la cooperación, a todos los niveles, acortarán los tiempos de la pandemia.
— ¿Cómo ve la pandemia en España a mayo de 2021?
— Con un moderado optimismo. Los virus mutan a una velocidad impresionante y eso genera una cierta incertidumbre, pero creo que lo peor ya ha pasado. Es probable que, a partir de ahora, el virus se vaya adaptando al nuevo hospedador, que somos nosotros, y quizá disminuya su letalidad y su virulencia. Progresivamente nos iremos inmunizando, este coronavirus dejará de ser “nuevo” para nuestro sistema inmune, también por el efecto de la vacunación, hasta acabar siendo un virus endémico con una prevalencia normalizada, que cause un número de muertos “socialmente aceptable” que no colapse el sistema.
— Vemos que la ciencia es básica para el rearme social tras la pandemia. ¿Tiene sentido que a estas alturas de la tragedia no exista en España un consejo asesor estatal de salud y evidencia científica?
— Ninguno. La gestión de la pandemia en España se ha politizado de manera excesiva, y eso ha tenido su eco científico. Lo ideal habría sido crear desde el principio un consejo independiente que asesorara al Gobierno de manera transparente, pero hoy los comités de expertos propuestos por la Administración están tan desprestigiados que pocas personas están dispuestas a asumir nombramientos de este estilo… Hemos decidido construir un país descentralizado, pero eso no significa que tenga que ser descoordinado, y un comité nacional de estas características nos ayudaría a ir todos en la misma dirección. La falta de liderazgo y de un comité científico independiente durante la pandemia ha sido la tónica habitual en gran parte del mundo.
“Solo la ciencia, el conocimiento y la cooperación, a todos los niveles, acortarán los tiempos de la pandemia”
— ¿Hemos sabido abordar un problema de salud global como un problema de salud global?
— En los últimos años estábamos inmersos en medio de una tendencia política cada vez más patriótica que global, y la pandemia nos ha sobrevenido con el pie cambiado. En vez de fomentar la coordinación y las sinergias internacionales, cada país ha hecho lo que ha podido. En España, además, se acentúa el caos en la gestión, porque las competencias sanitarias están en manos de las comunidades autónomas. Hay tres razones por las que los ciudadanos deberíamos exigir con contundencia un gran Pacto de Estado: los motivos sanitarios, porque hemos sufrido un colapso del Sistema Nacional de Salud; los motivos económicos, porque vamos a pagar esta pandemia durante los próximos años, y, en tercer lugar, la defensa de la libertad: desde hace cincuenta años, jamás en este país habíamos sufrido este recorte de libertades básicas y esta situación no es normal. Lógicamente, el control de la pandemia exigía tomar medidas, pero sin atropellar. Por razones sanitarias, económicas y de derechos fundamentales, tenemos que salir de aquí cuanto antes, y lo más reforzados posible.
El Pacto de Estado por la Sanidad debe ser una reivindicación básica por parte de todos los ciudadanos, pero aquí cada político ha ido a su revolución, a su república, a sus elecciones, a sus mociones de censura o a sus banderitas. Mire cómo se arrojan los muertos entre bandos como si fueran carnaza… Sé que un gran pacto es muy difícil, casi imposible con los políticos actuales, pero los ciudadanos debemos exigirlo.
— Las vacunas. ¿La única salida? La esperanza real. Un caos. Un arma electoral. Los científicos hicieron lo difícil: crearlas. Los políticos han hecho lo imposible: gestionarlas regular-mal. Me interesa su lectura de esta paradoja en voz alta.
— Quedará en los anales de la comunicación política e institucional todo el lío con la vacuna de AstraZeneca, que ha sido un caos en su gestión desde el primer minuto. Es importante matizar que estamos dando la impresión de que la única solución es la vacuna, y merece la pena ser cautelosos. Es evidente que para salir de esta es fundamental la vacunación, pero combinada con otras medidas: habrá que seguir haciendo test, test y más test; continuar guardando las medidas de prudencia, insistir en evitar lugares cerrados, mal ventilados y concurridos; el mensaje de los aerosoles, persistir con el rastreo, secuenciar para hacer un seguimiento del virus y seguir reforzando la sanidad. De momento, en la historia de la humanidad solo hemos erradicado el virus de la viruela –después de doscientos años de vacunas– y el de la peste bovina. La vacunación no es la única solución.
— ¿Es posible que ahora haya más población antivacunas que antes de la pandemia?
— Es posible, porque se ha apostado muchísimo por las vacunas, pero no se ha tenido en cuenta cómo hay que comunicarlas con acierto. Estamos viviendo un auténtico reality show de la ciencia y hemos presenciado casi en directo, por ejemplo, cómo se evalúa un medicamento, un proceso habitual que en una pandemia se coloca en prime time y despierta el interés de todos los medios, como es lógico. A diario se estudia la viabilidad de diferentes productos farmacéuticos en la Agencia Europea del Medicamento, pero esta vez todos los focos y todos los micrófonos han apuntado hacia esas idas y venidas propias de la ciencia, y eso requería un plan de comunicación adecuado a las dimensiones de la cobertura informativa. Probablemente, esos dimes y diretes han generado mayor incertidumbre con respecto a la vacunación, aunque en España no tanto, porque es un país con mucha tradición de confianza en las vacunas. El efecto del rechazo a las vacunas es un problema que preocupa a la comunidad internacional.
— Sobre la mesa de la opinión pública parece que se ha puesto, de pronto, el dilema entre la rapidez de sacar adelante una vacuna y las grietas de su seguridad.
— La mala comunicación ha hecho pensar a una parte de la opinión pública que ir rápido no era seguro: hemos sido veloces, pero eso no es un problema. Es más, ha sido un gran éxito de la ciencia, pero había que explicarlo. Contábamos con un background, porque se llevaba muchos años investigando y trabajando en vacunas similares, y se ha invertido muchísimo para responder con eficacia lo antes posible, pero esa rapidez no ha sacrificado la seguridad de las vacunas. Se han hecho ensayos clínicos con muchos más voluntarios, más diversos y más internacionales que nunca y, justamente, eso ha sido una garantía de seguridad.
“Las noticias sobre los trombos producidos por algunas vacunas las leo como un ejercicio de transparencia: nos están diciendo que el sistema de evaluación y vigilancia funciona”
— ¿Este ritmo acelerado de la ciencia ha venido para quedarse?
— No. Esto ha sido una anomalía temporal causada por las circunstancias. Hemos vivido una pandemia en tiempo real con una ciencia a alta velocidad. Ahora mismo existen más de 110.000 artículos escritos sobre el SARS-CoV-2 y la covid-19: ¡más que todo lo que hay escrito sobre malaria! Casi todas las universidades y grupos de investigación del mundo tienen a alguien trabajando en este campo, y eso se refleja en este ritmo vertiginoso, que tiene muchas cosas buenas, pero también otros aspectos negativos, porque la ciencia necesita tiempo y reposo, estudios que se desmientan o se confirman. Entre los miles de artículos científicos sobre este coronavirus existen grandes aportaciones y quizás esté allí la solución a nuestros problemas, pero también hemos visto mucha basura, fraude y mediocridad. La ciencia está acostumbrada a avanzar dando dos pasos para adelante y uno para atrás. Es bueno volver a la pausa, al menos, para evitar fake news científicas sin verificar. Espero que lo que haya venido para quedarse sea este afán de cooperación en la ciencia que no habíamos visto jamás.
— ¿Cómo habría divulgado usted la crisis de las vacunas?
— Con altas dosis de transparencia por parte de todos los emisores participantes en un despliegue mundial de este calibre. Los primeros datos que tuvimos fueron informes elaborados por los propios laboratorios: publicidad que puede mover la bolsa, pero no información científica. Eso ya fue un error. El primer paso debería haber sido hacer publicaciones científicas, porque cuanta mayor transparencia exista en todo el proceso de vida de un medicamento –por parte de la empresa, de las agencias, de los gobiernos…–, mejor. La transparencia es contar todo lo que sabes y lo que no sabes. La verdad y la claridad, expresadas con sencillez y honestidad, especialmente en un momento delicado como este, son cruciales para cosechar confianza entre la ciudadanía. Las noticias sobre los trombos producidos por algunas vacunas las leo como un ejercicio de transparencia: nos están diciendo que el sistema de evaluación y vigilancia funciona. Se ha detectado un problema puntual, y se está estudiando todo lo que puede haber detrás. Esto, más que generar alarma, debería darnos seguridad.
— En primavera del año que viene está prevista la salida de la vacuna que trabajan en el CSIC. Sus promotores dicen que será la mejor. ¿Cualquiera que salga más tarde será mejor?
— Ni las primeras ni las últimas tienen por qué ser las mejores. La vacuna que prepara el equipo de Luis Enjuanes e Isabel Sola en el CSIC parte de una estrategia conceptualmente muy atractiva: es una vacuna de RNA que se autoamplifica, de manera que la eficacia puede ser mucho mayor. La administración será por vía intranasal y actuará en el mismo foco de la infección. Claramente, es una propuesta potente, pero habrá que esperar a ver qué dicen los ensayos clínicos, porque es una vacuna que no se ha ensayado antes.
“La ciencia española cuenta con mentes brillantes, pero está sobreregulada e infrafinanciada y por eso juega en tercera regional”
Enjuanes es una de las personas que más sabe de coronavirus en todo el mundo y venía trabajando en esta vacuna desde la época del SARS y del MERS, pero, como aquellas infecciones tuvieron un recorrido muy corto, se paró la inversión y se frenó el proyecto. Es una pena, pero refleja bien el modus operandi de la ciencia en España. Si su equipo hubiera seguido a pleno rendimiento más allá de la urgencia, probablemente hoy estaríamos en un escenario de salud pública nacional muy distinto. Para sacar adelante vacunas como las de Oxford se requiere una inversión de mil millones de euros y cientos de investigadores. En España contamos con una limosnita de unos poquitos millones de euros para agilizar el sistema, y poco más.
— Enjuanes tiene 76 años y está jubilado. Ha vuelto al ruedo por exigencias del guion. ¿Este dato objetivo nos habla sobre la situación de la ciencia española?
— Él tiene un equipo muy potente y muy bueno, pero, sí, es evidente que la ciencia española juega en tercera regional. Otros investigadores que trabajan en primera línea de esta pandemia –Mariano Esteban y Vicente Larraga– también están jubilados. Tiene mucho mérito volver al tajo por amor a la ciencia y a la salud pública en un país que, a veces, maltrata a sus científicos. En la ciencia española hay jubilaciones que han desencadenado el cierre de líneas de investigación y de laboratorios en marcha. España cuenta con científicos punteros jubilados y los que no son punteros y están en un segundo plano, siendo también muy buenos, trabajan en condiciones precarias. Muchos ejercen en puestos que no son permanentes y sus carreras científicas están siempre en el hilo de la incertidumbre confiando en la viabilidad de los proyectos que tienen entre manos.
— Si la vacuna del CSIC es una bomba –positiva–, eso también indicaría el nivel de la ciencia española…
— La ciencia española cuenta con cabezas muy brillantes, pero escasean los recursos. Uno de sus problemas es la desconexión con la industria. Ahora empieza a construirse un tejido empresarial alrededor de la ciencia que nos hará crecer a más velocidad.
— ¿Hasta qué punto escasean los recursos?
— Como dice el físico Pedro Miguel Echenique, la ciencia española está sobrerregulada e infrafinanciada. Llevamos más de una década estrangulados económicamente y no nos vamos a recuperar de la noche a la mañana. La ciencia necesita un abordaje que trascienda los cuatro años de cada legislatura, pero la política y los planes a largo plazo no se llevan bien… En otros países no conocen este tsunami de burocracia al que nos enfrentamos y la financiación no es un gran problema, por eso somos pocos competitivos. Además, cuentan con una tradición de trabajo en equipo que ha generado grandes grupos de investigación, y aquí todavía somos más individualistas, porque todo depende de la asignación de proyectos.
— ¿Cómo se puede aprovechar esta coyuntura para salir del hoyo?
— Es frustrante que la burocracia ocupe gran parte de la jornada laboral de un científico y urge simplificar todo el proceso. Con respecto a la financiación, lo realmente transformador será una apuesta sincera que logre que el conjunto ciencia-universidad-empresa-industria se convierta en prioridad nacional. Así conseguiríamos que el talento que se va fuera quiera regresar. Ahora mismo, volver a España no es atractivo para quienes se dedican a la ciencia, porque aquí la pelea por una escasa financiación sigue siendo muy desanimante.
— ¿España renuncia a ser locomotora científica?
— Sí, y ese conformismo mediocre lo empapa todo. Tenemos científicos punteros con más de 40 años sin empleo fijo, lo cual demuestra que este tren no funciona. Vemos currículos noveles espectaculares que se pelean cada día por ser casi mileuristas.
— ¿La pandemia está sirviendo para activar la cultura sociocientífica o estamos perdiendo la oportunidad?
— Llevamos más de un año con la ciencia en todos los titulares y en todas las esperanzas, y ojalá eso se traduzca en un respaldo real de la población. Si los políticos perciben esa sensibilidad, no tendrán más remedio que cambiar las prioridades de sus discursos. Una gran demanda social para favorecer, fomentar, cuidar, valorar y respetar la ciencia, tendrá su eco entre los representantes públicos.
“La ciencia es gestionar incertidumbres hasta que se confirmen las tesis. Durante la pandemia hemos visto que muchos no han entendido cómo funciona”
— En España contamos con instituciones como el CSIC, el CNIO, el CNIC, el Instituto de Salud Carlos III y, gracias a ellas, el prestigio de la ciencia biosanitaria española es evidente, pero ¿estamos en condiciones de competir con la ciencia universal?
— En España hay una fuerte tradición biomédica con referentes que han creado escuela y eso se traduce en instituciones con prestigio nacional e internacional, pero hace falta facilitarles las cosas, porque si no se engrasan, podemos oxidarlas para siempre.
— ¿En una sociedad relativista cuaja la importancia de la evidencia científica?
— La ciencia también es relativa. Quizás le hemos exigido certezas –“¿me asegura usted al cien por cien que esta vacuna será eficaz…?”–, cuando en la ciencia pocas personas te ofrecerán un cien por cien de seguridad. La respuesta científica muchas veces es “no lo sé, pero lo más probable es…”. La ciencia es ir gestionando incertidumbres hasta que se confirmen las tesis. Durante la pandemia hemos visto que muchos no han entendido cómo funciona. Hasta ahora, las noticias que teníamos eran el producto final –una enfermedad curada, un medicamento nuevo…–, y durante estos meses largos hemos visto las tripas de la ciencia, cómo progresa –las apuestas, los proyectos, los errores, los vaivenes…–, y eso ha desconcertado. La evidencia científica no es un dogma, por mucho que se venda hasta como sello de fiabilidad en las tapas de un yogur…
— La ciencia no es un dogma, pero sí supone un cierto consenso que garantiza la confianza social. Si ese consenso después se mancha con las decisiones ideológicas de cada gobernante, no sé si la población será capaz de cribar…
— Probablemente, no. La evidencia científica se ha prostituido un poco: “lo que digan los científicos…” –¿quiénes?–; “lo que diga el comité de expertos” –¿cuál?–… Es más: la supuesta evidencia científica se ha convertido en una herramienta política en la gestión de la pandemia para evitar el desaire ciudadano por las decisiones adoptadas. Esta crisis de salud pública nos ha hecho ver la necesidad de un consejo científico independiente que asesore con transparencia a la sociedad, no solo a los políticos. Las decisiones políticas tienen la última palabra, pero son responsabilidad exclusiva de los gobiernos, no de los científicos.
— Después de este estirón científico, ¿España estaría en condiciones de sacar la primera vacuna de la próxima pandemia?
— Para ser líderes en la creación de una vacuna hay que poner sobre la mesa mil millones de euros y centenares de investigadores trabajando. Mientras no seamos capaces de eso, podemos seguir teniendo grandes ideas que se desarrollen en otros países…
“Hay que contar con sistemas de vigilancia de la salud, y participar en estrategias globales, porque la unidad epidemiológica ya no es el individuo, sino todo el planeta”
— Avisa de que habrá próximas pandemias.
— No lo digo yo solo: es una evidencia latente. Esta no será la última. Puede haber otros virus en el mundo animal que den el salto a humanos para los que no tengamos tratamiento… El 70% de las infecciones surgen entre animales y vivimos en un mundo globalizado donde el flujo de microorganismos es continuo. Eso puede darnos problemas permanentes. Por eso es importante la estrategia One Health: la salud humana, la salud veterinaria y la salud ambiental tienen que ir de la mano, sobre todo cuando se alteran los ecosistemas con cambios climáticos o variantes similares, porque eso favorece el flujo de patógenos entre el mundo animal y el ser humano. En los últimos cincuenta años lo hemos visto constantemente: el SARS, el MERS, el coronavirus, la gripe, el zika, el ébola, el VIH…
— Con su experiencia global y la adquirida durante este año y pico: ¿Qué debemos tener en cuenta para la próxima pandemia?
— Tenemos que darnos cuenta de que invertir en salud es fundamental. Cada vez somos más, más viejos y más vulnerables. Las consecuencias de los recortes sanitarios –aquí y en otros países del mundo– las hemos padecido particularmente durante esta pandemia. Hay que seguir invirtiendo en ciencia, contar con sistemas de vigilancia de la salud, y participar en estrategias globales, porque la unidad epidemiológica ya no es el individuo, sino todo el planeta. Esa visión global, asentada para el comercio y la economía, debemos integrarla en el abordaje sanitario. Igual que existen unos cascos azules que velan contra las amenazas de la defensa en caso de conflicto, quizás haya que tener unos cascos sanitarios que vigilen los conflictos relacionados con la salud en cualquier parte del mundo para frenar el foco de una infección.
— Eso se supone que era la Organización Mundial de la Salud, pero…
— Quizás es un buen momento para plantear que la OMS sea más ejecutiva que consultiva. Conceptualmente es una buena idea, pero necesita una estructura que la dote de sentido. Al fin y al cabo, su presupuesto es el mismo que el de un gran hospital americano…
— Si de esta pandemia no salimos con una ciencia reforzada y unos sistemas sanitarios preparados para el siglo XXI, entonces, ¿qué?
— Entonces habremos perdido una oportunidad de oro, porque las amenazas siguen ahí y son reales. Todos hemos sufrido la desestabilización generada por un virus. Cuando los sistemas sanitarios apostaban por las enfermedades cardíacas o la medicina personalizada, al final un bichito ha revolucionado el planeta con más impacto que cualquier atentado terrorista. Somos muy vulnerables. Si no ponemos los medios oportunos, pasarán los años y nuestros nietos vivirán la próxima pandemia.
Los países que sufrieron la amenaza del SARS –China y todo Oriente– estaban mucho mejor preparados que nosotros para esta pandemia. Por eso han respondido de otra manera. El SARS fue una llamada de atención en 2003, y ellos se había preparado. Esta vez actuaron con rapidez y contundencia, lo que se ha demostrado que es mucho más eficaz para recuperar la normalidad y la economía. En Occidente esas llamadas de atención las leemos, quizás, de otra manera. En Europa hemos decidido convivir con el coronavirus, en vez de esa otra estrategia “covid-cero”, y así nos va.
Álvaro Sánchez León
@asanleo