Lorenzo Silva: “La literatura sirve para dar cauce, forma y expresión a la conversación social”

publicado
DURACIÓN LECTURA: 18min.
Lorenzo Silva

Fotos: Getafe Negro

 

Lorenzo Silva (Madrid, 1966) escribe desde 1980 con arte, aprovechamiento, prestigio, éxito, constancia, conciencia, personalidad, compromiso, audacia, tinta perenne y novedad. En su arsenal bibliográfico conviven más de 80 libros de categorías diferentes donde reinan las novelas. Premio Nadal (El alquimista impaciente, 2000). Premio Planeta (La marca del meridiano, 2012). Premio habitual de un público transgeneracional que encumbra sus textos en las listas de los más leídos cada vez que sus obras recién nacidas asoman por las librerías.

En lo que va de 2022 ha publicado La forja de una rebelde, La mano de Esther y Nadie por delante. Y ya tiene claro por dónde irán sus líneas durante los próximos dos años. Horas. Cabeza. Inmersión. Sentido y sensibilidad. Jurisprudencia literaria. Conocimiento de causa. Sus míticos personajes Bevilacqua y Chamorro, consagrados en las primeras estanterías de la literatura española contemporánea, saldrán de ronda a finales de este mes en el volumen decimotercero de sus aventuras: La llama de Focea.

Estos días está entre Getafe e Illescas. Madrid y La Mancha. Hace solo unos días ha enviado su nueva novela a la cancha del editor, mientras rehace esencialmente su vida, porque su madre ha fallecido en los primeros compases de este verano y esa herida es un punto de inflexión universal. Mira al horizonte. Reflexivo. Estío y esperanza. Decidido a aprender a vivir el resto de su historia sin el ancla que le trajo al mundo sobre la tierra. De ella nacieron también su escritura y su forma de leer el mundo. De ella son también los premios y la trayectoria, la honestidad y la ilusión profesional de un escritor en la fragua ardiente, obrero, desde hace más de cuarenta septiembres, y esa inquietud espiritual que aletea habitualmente en sus palabras y en sus textos.

— ¿Qué tiene en la cabeza en relación con la literatura?

— Tengo la cabeza en la necesidad de escribir literatura sobre todo y por encima de todo. He escrito todo lo que puede escribirse. Y después de picotear aquí y allá, cada vez creo más en la literatura y menos en todo lo demás. La otra idea que me ronda permanentemente es qué debo hacer dentro de la literatura. Tengo claro que no puedo hacer lo que ya he hecho, porque eso es morir. La literatura necesita un qué interesante y atractivo, emocionante y entretenido, si no, para qué, pero, al final, la literatura es, sobre todo, un cómo. Eso lo están olvidando algunas personas que se dedican a este oficio. Hay gente que cree que una historia es una sucesión de hechos impactantes contados de cualquier manera, y yo en eso no puedo estar de acuerdo.

— ¿Qué es un escritor y que es un sucedáneo?

— Tengo una intuición un poco alarmante en estos tiempos y la he contrastado muchas veces. Creo que últimamente hay personas que se están equivocando de carril. Leo novelas donde el contenido en lecturas y literatura es bajísimo. Tan bajo, que tengo la convicción personal de que están escritas por personas que no leen literatura y, sin embargo, la escriben, lo cual es bastante grandioso… Al leerles, te das cuenta de que toda esa literatura que no está se ha reemplazado por sucedáneos, generalmente recursos extraídos de lo audiovisual. ¡Escribir una novela no es componer capítulos para una serie de Netflix! Conozco el lenguaje audiovisual, y es otro código, por eso digo que se equivocan de vía.

“Leo novelas donde el contenido en lecturas y literatura es bajísimo. Tan bajo, que tengo la convicción personal de que están escritas por personas que no leen”

— ¿Es uno de los detonantes que le llevan a obsesionarse con la exclusividad de la literatura?

— Por supuesto. En otros lenguajes artísticos es bueno ir a favor de las olas, porque enriquece el alcance. Rosalía, por ejemplo, maneja muy bien las redes sociales, y sus conciertos ya están diseñados para ser instangrameables. Es muy inteligente, porque en su mundo eso funciona muy bien. Para ser una gran diva interplanetaria de la música lo está haciendo de fábula. Pero la literatura avanza justo al revés. Es Marcel Proust escribiendo libros que todos sus coetáneos consideraban absurdos. Es Kafka escribiendo solo libros que no leía nadie, mientras el resto de autores relevantes del imperio austrohúngaro se reían de él; autores, por otra parte, que nadie lee ya. En mi modestísimo caso, hacer literatura era escribir novela policiaca cuando nadie lo hacía en España, y contando con guardias civiles, cuando los guardias civiles eran personajes apestados para todo el mundo. La literatura está en hacer lo que no se debe hacer.

— Sus novelas son cada vez más corales.

— En la última, que llegará a las librerías el 28 de septiembre, calculo que hay medio centenar de personajes. Realmente, a mí no me interesa solo afinar mi voz como narrador, sino afinar la voz de todos y cada uno de los personajes para que el coro tenga armonía, dimensión y profundidad. En esto también me han ayudado mucho las lecturas. Una autora que me inspira profundamente en esta línea es Svetlana Aleksiévich: la mejor escritora viva y la que mejor sabe darle forma al coro.

Lo que me fascina de Svetlana es que habla con varias decenas de mujeres de la antigua URSS que vivieron la Segunda Guerra Mundial y te ofrece un fresco que no te había contado nadie. Por supuesto, todas esas voces pasan por su tamiz autoral, pero es ella la que hace que suene la sinfonía. Ese trabajo de escuchar, afinar y reciclar las voces de los personajes de ficción para que suenen con un contenido trasciende la mirada del yo sobre el mundo.

En estos tiempos es muy importante el coro. Como decía Kafka, “solo en el coro hay cierta verdad”. Estamos ante una especie de amontonamiento cacofónico de egos y las voces egóticas son muy pobres. Como también señalaba Kafka, uno solo tiene una pequeña mirilla para ver, pero por ahí se ve muy poco. Lo más que se puede hacer es mantenerla limpia. La excesiva atención a la voz del yo nos ciega.

— ¿Los españoles leemos?

— En la sociedad española siempre ha habido personas que viven absolutamente al margen de la ilustración. Lamentablemente, hemos sido el último país de Europa en lograr la plena alfabetización y eso tiene su repercusión. Leer debe ser un acto voluntario, pero creo que una sociedad desarrollada que mantiene una fracción amplia de su población que jamás se tropieza con un libro, está fracasando. Es entendible que cuando no hay renta, se limita el acceso a la lectura y al pensamiento crítico en medio de una sociedad compleja, pero ahora tenemos la posibilidad de hacer extensible a todo el mundo una oferta cultural, incluso pública.

“Una sociedad desarrollada que mantiene una fracción amplia de su población que jamás se tropieza con un libro, está fracasando”

Entre las personas que leen, hay de todo. Los datos nos cuentan que existe una reducida población de un 10% que manifiesta una evidente pasión por la cultura y por la lectura. Entre quienes conforman ese porcentaje encontramos personas de todas las generaciones, también jóvenes. Ese uno de cada diez es alguien en quien un escritor debe pensar, porque, a veces, se puede tener la tentación de bajar el listón pensando en que así se amplía el coto de lectores que se conforman con que les entretengas un poco y escribas sin faltas de ortografía.

— En la pasada Feria del libro de Madrid, escuché un comentario de una mujer que se preguntaba por qué existen tantas editoriales diferentes y por qué se publican tantos libros, si después leemos poco, y generalmente a los mismos.

— Yo he sido culpable de esa proliferación durante unos años, porque monté una editorial con mi mujer. Publicamos poesía y narrativa de autores españoles no conocidos. Aquella iniciativa no tenía ningún sentido empresarial, y eso lo sabíamos desde el principio, pero asumimos el riesgo. ¿De qué sirvió abrir en 2012 Playa de Ákaba y tenerla abierta hasta 2021? Sirvió para que una serie de personas que trabajaban y tenían talento encontraran un resultado tangible y algunos de esos autores tuviesen una aparición editorial. Algunos, después, han ganado premios importantes y otros han publicado en editoriales grandes. Hicimos de scouts, de exploradores, de olfateadores del terreno, y encontramos mucho valor, pero no ganamos dinero. ¿Qué mal hay en que dos personas se jueguen su capital para dar una oportunidad a otras personas?

El problema que tenemos es que quizás no funciona bien el sistema de prescriptores de libros y novedades. Una de las cosas que descubrí siendo editor es que ese oficio, en el fondo, es una profesión creativa. Quejarse de que haya muchos libros y muchas editoriales es como quejarse de que haya muchas opiniones o muchas formas de ver la vida. En una sociedad abierta y compleja es sano fomentar el pluralismo, aunque después, el mercado, que es implacable, haga su selección natural de lo que sobrevive.

— Hay un enfoque social en su forma de ser escritor. Puso en marcha una editorial para descubrir talento, ofrece algunos de sus textos gratis en la zona desdinerizada de su web, trata temas como la convivencia, el servicio público, la democracia… ¿Qué significa el tono social de su prosa y su estilo?

— El mérito de una obra artística depende de su ejecución y su capacidad de persuadir y conmover, pero cada cual tiene sus valores y los míos impregnan todo lo que hago: lo que me interesa y lo que no me interesa. Por ejemplo: no me interesan las novelas de psicópatas que se recrean en su crueldad y no hacen nunca nada por nadie, ni las historias de poetas sublimes que dedican su vida solo a cultivar su talento, mientras dan la espalda al mundo, porque les estorba. Me interesan las historias de las personas que sienten que forman parte de una comunidad y que eso significa recibir y dar.

No veo la vida como un puro aprovecharse del resto ilimitadamente sin corresponder a los demás. Me interesa la gente que está en esa órbita, y la que se emplea a fondo en el servicio público y se lo cree, y la que no está en el servicio público, pero ofrece un servicio público. Mi razón es una cuestión biográfica: no provengo de una familia con recursos. He estudiado en el sistema público de principio a fin y he recibido becas para obtener un título superior. Lo que soy y lo que he podido hacer tienen mucho que ver con una educación que pusieron a mi disposición la suma de mis conciudadanos agrupados en la sociedad en la que vivo.

Yo no puedo dar la espalda a esa sociedad, porque estoy persuadido de que lo que he podido conseguir es fruto de la generosidad de otros, no solo de mi esfuerzo. Conozco a personas mucho más talentosas que yo que no han logrado nada, porque no consiguieron aprender a leer. Mi visión de la vida está basada en la gratitud por lo que otros han hecho por mí: mis padres, la sociedad… Siento que tengo una cierta obligación de corresponder, en la medida en que no me ha ido del todo mal y he conseguido un lugar que nunca creí alcanzar. Yo elegí dos caminos: uno más o menos difícil, pero con perspectiva, como la abogacía, y otro, que emprendí en paralelo porque era lo que realmente me importaba, pero sin garantías: la literatura. He encontrado mi lugar en los dos sitios y me siento muy afortunado.

— Ese compromiso social constructivo a veces se echa en falta en el panorama cultural. Muchos artistas, actores, escritores o cantantes expresan un supuesto compromiso social casi exclusivamente en forma de queja y de pancarta. Esa cultura suma poco.

— El compromiso social de la cultura no es quejarse, sino darse hasta que duela. Si no duele, no estás dando. Quejarse duele poco, aunque desahoga. A veces se confunde el compromiso con la sociedad que nos rodea con la autogratificación a través de la expresión del agravio. Hay gente que cree que manifiesta un compromiso social defendiendo su propio cortijo e, incluso, su propio error. Dedicar tiempo y recursos es la mejor expresión del compromiso cultural con la sociedad.

— Dice que “el prejuicio está bien para buscar tu lugar en el mundo, pero no para encontrar tu lugar en la literatura”. A usted le lee gente muy diferente. La literatura no es moral…

—¡Todo es moral!

— Quiero decir que la literatura no es afán moralizador, pero puede ser un puente social contra la ideologización del discurso público diferente.

— Yo no creo que todas las ideas sean legítimas, ni que todas sean igual de legítimas. Hay ideas que empujan al abuso o al menoscabo de otros seres humanos, y a mí no me parecen legítimas. Todo tiene un límite. Incluso aunque haya ideas legítimas que se puedan aceptar, algunas son mejores que otras en virtud de sus consecuencias. Dicho esto, he tenido conversaciones de enjundia y con aprendizaje recíproco con personas que están situadas en lugares muy distintos del mundo y de la visión del mundo que tengo yo.

Al contar historias es importante establecer esos diálogos para aprender de personas que ni están en mi sitio, ni piensan como yo. La literatura sirve para darle cauce, forma y expresión a toda esa conversación social. Yo no leo solo libros de gente con quien estoy de acuerdo, y no quiero que a mí me lean solo correligionarios.

Sé que hay gente que me tacha porque hablo bien de guardias civiles, o porque me opuse públicamente al procès. Sé que hay gente que me ha cancelado y profesores que aconsejaban mis libros en Cataluña y desde 2017 me han borrado de sus mapas. ¡Qué le vamos a hacer! Espero que no haya nada en mis libros que los haga absolutamente ilegibles o carentes de interés para alguien que no piensa como yo. ¡Al revés! Desde la literatura, me interesa explorar las formas de estar en el mundo y verlo, incluso aunque no coincidan con las mías. El prejuicio, si es inerte e infundado, no ayuda nunca, ni en la vida, ni en la literatura. Luego hay prejuicios razonables, como el que tengo yo, por ejemplo, contra los hombres que drogan a las mujeres para abusar de ellas, porque eso tiene una base objetiva. Pero los prejuicios contra la literatura no tienen sentido.

“Yo no leo solo libros de gente con quien estoy de acuerdo, y no quiero que a mí me lean solo correligionarios”

— La honestidad de hablar en plata, con mucha personalidad, ¿es una expresión de siempre, o de cuando la carrera se ha consolidado y es más libre?

— He sido siempre libre para escribir, y esta es una de las razones por las que pongo la literatura por encima de todo lo demás. Durante mucho tiempo no he vivido de la literatura, con lo que mi libertad era máxima. Ni siquiera necesitaba vender libros para poder pagar las facturas. Ahora vivo de la literatura, pero de una manera que no me hace sentir ninguna restricción. No vivo de la literatura siendo un escritor oficial, o un escritor subvencionado o a sueldo de un movimiento político, o militante, o regional. He ido escribiendo lo que pensaba que debía y he tenido la suerte de encontrar un cierto número de personas que sintonizan con esas historias que les cuento y están dispuestas, incluso, a pagar por leerlas. Eso me proporciona la manutención que necesito. No tengo ningún yate amarrado en ningún puerto, pero he conseguido construir mi espacio de libertad personal y creativa.

— ¿Cómo ve su horizonte futuro?

— Tengo muy claro que mi ambición en esta segunda mitad avanzada de mi vida es no pifiarla y terminar decorosamente. Solo me planteo que cada cosa nueva que haga no devalúe o degrade lo que he hecho y, a ser posible, lo mejore o lo enriquezca un poco. Al final, un escritor no es más que su obra, y su obra no es más que sus textos. Nada más. Mi objetivo, ahora mismo, son cada uno de mis textos y su máxima dignidad.

— Le leí hace poco que uno de los libros que le ha dejado más huella ha sido El Reino, de Emmanuel Carrère, “que es un libro que poca gente ha leído y ponderado, pero versa sobre lo más importante de todo: la fe”.

— Lo más importante de todo es la fe. Kafka, que pasa por ser un escritor nihilista, dice que “para vivir hay que tener fe”; fe en todo: en lo que está más cerca y en lo que está más lejos.

— Me llamó la atención que pidiera oraciones en Twitter por el alma de su madre sin ser católico practicante. Me pareció el gesto más honesto en esos momentos de desconsuelo.

Raymond Chandler, que es otro de mis grandes referentes, criticaba a los escritores rompedores de su tiempo, que eran muy inteligentes, muy brillantes, capaces de hablar de cualquier cosa, pero que, en el fondo, “son hombres pequeños que han olvidado cómo rezar”. Quien no reza, no asume que el mundo es muy superior a él y que estamos insertos en algo que nos sobrepasa constantemente. Quien no siente el impulso de rezar, de pedir, de dar gracias, ha empequeñecido su alma.

“Yo no tengo fe religiosa, pero creo que quien no siente el impulso de rezar, de pedir, de dar gracias, ha empequeñecido su alma”

No tengo una fe religiosa, pero sí creo que cuando uno reza por alguien está pensando en esa persona y le está transmitiendo algo de lo mejor que tiene, exista o no exista Dios, le llegue o no le llegue esa plegaria. Eso es bueno para quien reza y es bueno para quien tiene una relación con la persona por la que se reza. Y si existe una forma de existencia más allá de la existencia, estoy convencido de que será bueno para la persona por la que se reza.

Yo soy agnóstico. No tengo la intuición cierta de la trascendencia, pero no la descarto. Soy como Protágoras, a quien injustamente criticaron como ateo por decir que sobre los dioses no podía decir si existían o no, porque demasiado oscura era la cuestión, y demasiado breve era la vida humana para esclarecerla. Yo estoy ahí. Y desde ahí pienso que rezar y respetar a quien reza es un valor. No soy religioso, ni clerical, pero tampoco soy anticlerical. Estoy convencido de que hay que tener fe en que todo esto tiene un para qué, que tiene sentido hacer las cosas bien, y que no tiene sentido hacer las cosas mal.

Dice Wittgenstein –no sabría decir ahora si era muy creyente o no– que una vida deshonesta es una vida irracional. Spinoza, que tampoco creía en el Dios de los cristianos, destaca en su ética que no se trata de obrar bien para ir al cielo, o dejar de obrar mal para no ir al infierno, sino que tenemos que hacer el bien, porque cuando uno hace el bien conforme a su naturaleza y a su visión de las cosas honestas, enriquece su existencia.

Cuando uno obra en contra de lo que honestamente cree que debe hacer, degrada su existencia y la envilece, y su vida pierde calidad. El cielo de los actos buenos está en los actos buenos. El infierno de las malas acciones está en las malas acciones. Aunque no te pillen. Aunque no te castiguen. Si perdemos estas ideas esenciales, podemos acabar convirtiéndonos en máquinas de hacer cálculos de coste-beneficio. En cualquier caso, seríamos máquinas de hacer cálculos de coste-beneficio a corto plazo, cuando esos cálculos habría que hacerlos al plazo relevante. Si tengo la certeza absoluta de que me voy a morir mañana, me vale con ganar dinero hoy. Si vivo treinta años más, lo que hoy es rentable, a lo mejor dentro de diez años es un desastre. Si tengo hijos y pienso en ellos, lo que parece rentable para mí, igual no lo es para su futuro…

“El cielo de los actos buenos está en los actos buenos. El infierno de las malas acciones está en las malas acciones. Aunque no te pillen. Aunque no te castiguen”

— Si la vida de un buen autor son sus buenos textos, como decía antes, tiene su coherencia pensar que la buena vida de una buena persona sean, al final, sus obras buenas.

— Totalmente. Y la vida buena no es pasarse los días recogiendo medallas de oro en lo alto del podio. Esa, incluso, si nos descuidamos, tiene momentos de vida mala. He visto a gente recoger medallas de oro en lo alto de un podio que les ubicaba muy fuera del tiesto. La vida buena es lo que dice Spinoza, que me parece lo más inteligente en términos éticos: lo bueno es lo que es conforme a tu naturaleza, aquello que sientes que debes hacer y que, realmente, forma parte de lo que eres. Todo lo que hagas en ese camino, es buen texto para la vida. Todo lo que se salga de esas líneas, lo estropea. Todos hacemos bastantes cosas al margen del texto bueno, y el que diga que no es que no se observa, no es consciente, o está atontado, pero hay que intentar que ese subconjunto inevitable de acciones no se convierta en el centro de gravedad de toda nuestra existencia.

Álvaro Sánchez León
@asanleo

2 Comentarios

  1. Me parece una entrevista sugerente. La percepción de existe una naturaleza a la que nos debemos, me parece un punto de apoyo importante sobre el que se puede construir..

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