Bicentenario de la independencia de Centroamérica: conmemorar, más que celebrar

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Firma del Acta de Independencia de Centroamérica en Guatemala (pintura de Luis Vergara Ahumada)

 

Guatemala.— Centroamérica conmemora en estos días el bicentenario de la Declaración de Independencia, el 15 de septiembre de 1821, cuando Guatemala, El Salvador, Honduras, Nicaragua y Costa Rica decidieron separarse de la Corona española. El historiador Sajid Alfredo Herrera presenta una visión diferente de la conmemoración de la independencia y nos lleva a reflexionar sobre lo que hemos alcanzado en estos 200 años.

El doctor Herrera, salvadoreño, se graduó en Filosofía en la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas y se doctoró en Historia de América en la Universidad Pablo Olavide, en Sevilla. Trabajó en la Dirección Nacional de Investigación en Cultura y Artes de su país, y  en la Secretaría de Cultura de la Presidencia desde el 2009 hasta hoy.

— ¿Cómo era la situación previa a la declaración de independencia? ¿Era toda igual en Centroamérica?

— Previo a la declaración de independencia, en Centroamérica y en gran parte de la América hispánica se había atravesado un periodo de crisis muy fuerte. Aproximadamente en la década de 1790, Centroamérica, es decir el reino de Guatemala, que comprendía desde Chiapas hasta Costa Rica, sufrió una grave crisis económica, con un impacto considerable sobre todo en la población indígena, mulata y ladina. Hubo varias plagas de langostas que devoraron plantaciones enteras, lo cual provocó una carestía de alimentos y alza en sus precios y, por tanto, hambrunas. A ello se le sumaron varias erupciones volcánicas y las guerras atlánticas, con sus respectivos bloqueos económicos. Como si eso fuera poco, los americanos también cargaron con los costos de las finanzas metropolitanas, al tener que pagar los vales reales a inicios del siglo XIX y, luego, experimentar el vacío de poder con la prisión a la que fue sometido el rey Fernando VII por Napoleón. Lo anterior muestra la magnitud de la crisis económica y política a fines del periodo colonial.

Sajid Alfredo Herrera
Sajid Alfredo Herrera

Esta crisis fue generando un malestar que no brotó repentinamente, sino de manera paulatina. Ello explica los diferentes motines y alzamientos populares que se suscitan entre 1811 y 1814: San Salvador, Granada, Tegucigalpa, la Conjura de Belén en Guatemala, etc. Se trataba de una serie de alzamientos en los cuales los indígenas, los ladinos y los criollos trataron de enfrentarse al régimen colonial bajo lenguajes no solo autonomistas, sino también independentistas. Muchos de los alzados aprovecharon el contexto del constitucionalismo gaditano (1810-1814) para alegar el reconocimiento de derechos, como el de ciudadanía, o la revocación del pago de tributos. Lastimosamente, la experiencia constitucional dura muy poco, y al regreso al trono español, Fernando VII anula los cambios políticos suscitados. Seis años dura este régimen absolutista hasta que en 1820 se obliga al rey a jurar la Constitución de 1812. Es en ese nuevo contexto cuando los criollos aprovecharon para declarar la independencia de la Corona española.

La independencia y las microindependencias

— Hoy en día se hace mucha revisión sobre lo que fueron las causas y motivos de la independencia. Algunos historiadores concuerdan en que no fue “voluntad general del pueblo”, sino que fue promovida por la élite de ese entonces para sus intereses propios. ¿Fue así en Guatemala? ¿Y en los otros países? ¿Qué consecuencias ha traído para la región el que esto haya sido de esta manera?

En los últimos meses he venido subrayando la necesidad de hacer una revisión historiográfica y documental sobre el proceso independentista. Generalmente aprendemos en las escuelas que solo hubo un acta, un acta fundacional que es la partida de nacimiento de los estados nacionales. Esta visión tiene que ver con una construcción nacionalista. Centroamérica buscó la suya, y es el acta del 15 de septiembre de 1821. Por eso se celebra como fecha nacional en todos los países del istmo.

“No hubo una construcción lineal de nuestros países desde la independencia, sino que se tuvo que pasar por múltiples conflictos y fragmentaciones territoriales”

Pero, al revisar la documentación de la época en los archivos, nos damos cuenta de que hubo un efecto dominó, y muchos otros pueblos, entre ellos poblaciones de indios y ladinos, también se declararon independientes. El caso de Teotepeque en la Intendencia de San Salvador es interesante. En 1822 se declaró independiente del gobierno de San Salvador, pues sostenía que este gobierno se inclinaba hacia el régimen republicano y ellos querían abrazar una monarquía constitucional, precisamente el proyecto imperial que Agustín de Iturbide quería en la Nueva España (México).

Aprovechando este contexto del bicentenario de las independencias, es importante analizar y estudiar las fuentes documentales, pero no bajo la lupa teleológica y nacionalista, porque de esa manera nos acercaremos más a lo que sucedió. De hecho, lo que las fuentes nos revelan es que no hubo una construcción lineal de nuestros países desde la independencia, sino que se tuvo que pasar por múltiples conflictos y fragmentaciones territoriales. La revisión de estas actas es valiosa porque nos muestra lo complejo del proceso, al indicarnos que hubo múltiples microindependencias dentro de una temporalidad que va, al menos, de 1821 a 1838.

— ¿Qué llevó a esas declaraciones de independencia? ¿Fue realmente un proceso pacífico?

— Hubo de todo, pero no fue la experiencia de la guerra sangrienta y descomunal que hubo en México y en otras regiones de Sudamérica. Una copia del acta del 15 de septiembre llega a todas las poblaciones hasta Costa Rica, y al recibirla hay celebraciones y se jura la independencia. Hay algunos enfrentamientos armados entre noviembre de 1822 y enero de 1823 de las milicias guatemaltecas y mexicanas contra los republicanos atrincherados en San Salvador. Es un preludio de las guerras federales que posteriormente experimentaría Centroamérica.

“Centroamérica quedó entre dos pretensiones imperiales: la de las viejas monarquías europeas y la de Estados Unidos”

— En el momento de la declaración de independencia, ¿cuál era la situación en España? ¿Cómo se comprendió este hecho ahí?

— En España en ese momento se celebraban las Cortes de Madrid. Los diputados americanos y por la Nueva España apostaban por una monarquía constitucional, pero federada, que también estuviera integrada por pequeñas monarquías en América de tal forma que hubiese una igualdad entre España y América. De pronto llegan las noticias de lo que ocurre en Chiapas y de la declaración del 15 de septiembre de 1821.

España reconoce la independencia de Centroamérica muy tardíamente, a mediados del siglo XIX. Son décadas de negación, pero es comprensible, pues esto ocurre con cualquier imperio. No hay que perder de vista que España, junto con otras monarquías europeas, formaron la llamada Santa Alianza, que era una estrategia de las viejas monarquías europeas para unirse y recuperar aquellos dominios rebeldes que se habían independizado de sus metrópolis. En este contexto de juegos imperiales es que vemos el nacimiento de otra potencia, Estados Unidos, que con la Doctrina Monroe buscó proteger el hemisferio americano de cualquier intervención europea.

Así, Centroamérica quedó entre dos pretensiones imperiales: la de las viejas monarquías europeas y, por otro lado, la de Estados Unidos, que años más tarde fijó sus intereses en el istmo al invadir Nicaragua a mediados del siglo XIX. La independencia, por tanto, no solo fue con respecto de España, sino que debe ubicarse en un contexto más amplio, de múltiples apetencias imperiales.

¿Mujeres y próceres?

— Se oye hablar mucho de Dolores Bedoya y otras mujeres próceres de la independencia, ¿qué papel desempeñaron realmente las mujeres?

— Por lo poco que conocemos, las mujeres, muchas de ellas esposas de los insurgentes, desempeñaron papeles muy diversos como, por ejemplo, llevar comida a los presos, tareas de espionaje y hasta enfrentarse a las autoridades españolas con garrotes y piedras. Se trataba de mujeres que acompañaban a sus maridos en el proceso independentista.

Como historiadores tenemos una deuda historiográfica en Centroamérica para con ellas, y debemos investigar mejor su papel. Sin embargo, por lo que conocemos, tampoco fue un papel protagónico como quisiéramos. Esto tiene sentido, pues ellas se desenvuelven en una sociedad estamental y patriarcal, donde no se les reconocía como sujetos con autonomía, ni mucho menos como ciudadanas. Estos aspectos impedían que muchas pudieran tener un papel más activo, como esperaríamos hoy en día.

La asignatura pendiente para el Bicentenario

— ¿Qué implicaciones inmediatas tuvo para Guatemala y Centroamérica el desligarse de la Corona española?

— Algunas cosas cambiaron, pero no tantas. La única consecuencia inmediata a la Declaración de Independencia del 15 de septiembre es que todos los que participaron dejaron constancia en el acta de que en marzo del año siguiente (1822) se iba a realizar un congreso en el que se decidirán los términos de la independencia. El documento, por tanto, era ambiguo y dejaba en manos del congreso de 1822 la resolución del futuro político de Centroamérica.

¿Qué ocurrió? Que Agustín de Iturbide comenzó a presionar y a atemorizar a la Junta provisional de Guatemala, al mando de Gavino Gaínza, para que Centroamérica se uniera a México, por lo que las autoridades no podían esperar al año siguiente para decidir a través de un congreso. Por tanto, lo que la Junta guatemalteca hizo fue convocar a todos los pueblos de Centroamérica para que en cabildos abiertos decidieran el futuro político de la región: unirse a México o formar una República federal. El 5 de enero de 1822 llegaron las respuestas de casi todos los pueblos: la decisión mayoritaria fue unirse al Imperio Mexicano. Los republicanos se opusieron a este mecanismo, porque siempre defendieron la realización del congreso de diputados.

“Hay desilusión de los ciudadanos con el modelo parlamentario, cada vez más secuestrado por partidos políticos corruptos”

Ahora bien, ¿qué vemos aquí? A mi modo de ver, tenemos la disputa de dos modelos políticos: por un lado, un modelo de participación popular (los cabildos abiertos) y, por otro lado, el de representación moderna (el congreso de diputados). Esto es fundamental porque, al final de cuentas, uno de ellos triunfa más tarde y triunfa para siempre, hasta el día de hoy.

A partir de julio de 1823, cuando Centroamérica declara ser independiente de España, México y de cualquier otra potencia, el modelo político que se instaura es el representativo, por el que los ciudadanos eligen a sus diputados para que los representen y decidan los asuntos de alta política. Hoy, a 200 años de la elección del modelo triunfante, que es el de la representación moderna, nos debemos plantear si realmente funciona para el beneficio de la sociedad. Y es que cada vez más los ciudadanos no nos sentimos representados por nuestros parlamentos; hay una constante desilusión con dicho modelo, cada vez más secuestrado por partidos políticos corruptos. Conviene, entonces, como ciudadanos, pensar qué podemos hacer desde nuestras propias trincheras. Esta es una de las herencias de la independencia que más nos golpea en la actualidad.

— ¿En qué marco cree que se debe celebrar o, mejor dicho, conmemorar este hecho histórico? ¿A qué debe llevarnos?

— Sí, creo que celebrar no es la palabra, sino generar espacios de reflexión crítica y al margen de lo que los Estados van a hacer para celebrar las fiestas patrias.

¿Qué podemos aprender del proceso de independencia? ¿Qué reflexiones quedan aún pendientes?

— Primero creo que debemos luchar por quitar el velo que permanece sobre los actores que usualmente se desprecian, como es el caso de las mujeres, porque por muy pequeño que haya sido su papel, fue importante.

Por otro lado, propongo replantearnos la independencia con una mirada de “pasado, presente y futuro”. En la medida en que vislumbramos cómo podría ser el futuro, en esa medida tendrá provecho la revisión histórica. De lo contrario, si solo nos quedamos en el pasado, celebrando algo que ya ocurrió, no encontraremos mayor sentido.

Estamos obligados a hacer un análisis que vincule el pasado con el presente y el futuro, y que nos exija plantearnos qué países son los que tenemos y a qué que queremos llegar como naciones fragmentadas. Tenemos que plantearnos, desde este análisis, cómo ser sociedades con más igualdad, justicia, con participación ciudadana y con instituciones que funcionen. En la Centroamérica actual, después de 200 años de independencia, seguimos viendo destellos de autoritarismo. ¿Es eso lo que queremos?

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