Santiago.— Chile ha logrado vacunar en un tiempo muy breve a gran parte de su población, e incluso regala vacunas a sus países amigos, como Ecuador y Paraguay. También ha sido capaz de organizar en plena pandemia una elecciones simultáneas muy complejas (asamblea constituyente, alcaldes, concejales municipales y gobernadores regionales) donde los resultados se conocen con una rapidez que no conoce precedentes en el continente americano.
En los últimos años, Chile ha recibido una inmigración amplísima de venezolanos, peruanos, haitianos, colombianos y argentinos, que llegan a él atraídos por la bonanza económica y los deseos de progreso. Además, en 2018 había elegido por abrumadora mayoría a Sebastián Piñera, un presidente de centroderecha.
Sin embargo, el pasado 16 de mayo ese mismo Chile ha dado un importante respaldo (19%) al Partido Comunista y el Frente Amplio (copia del Podemos español), ha castigado tanto a la socialdemocracia como a la derecha, y ha elegido una asamblea constituyente donde no solo esas agrupaciones radicales tienen una representación significativa, sino que los grupos antisistema han alcanzado el 16% de los elegidos para redactar una nueva carta fundamental.
Todo esto resulta paradójico, porque tanto la izquierda radical como los antisistema eran muy críticos del acuerdo suscrito por el gobierno y la oposición en noviembre del año pasado para redactar una nueva Constitución. Con esta fórmula, los partidos tradicionales buscaban dar una salida política a la persistente violencia que reinaba en el país desde el 18 de octubre de 2019, que significó la quema de estaciones del metro –especialmente en sectores populares–, incendios de supermercados, edificios públicos y bancos, y la destrucción de muchos monumentos. A la izquierda más extrema, en cambio, le parecía que era una maniobra de la desprestigiada clase política para darle una salida institucional a la crisis y dejar en segundo plano las demandas del pueblo.
Los comunistas cambian de táctica
Entonces, los comunistas propusieron “rodear con movilizaciones de masas la convención constituyente” (una expresión que evoca la estrategia leninista de 1918), pero al poco tiempo descubrieron que lo mejor era intentar coparla desde dentro. Con mucha disciplina y una genial utilización de las redes sociales, aprovecharon la altísima abstención (casi el 62%) y obtuvieron unos resultados que jamás habrían imaginado en 2014, cuando la presidente socialista Michelle Bachelet rompió su aislamiento al invitarlos a formar parte de su gobierno. Hasta ese momento, sus exiguos resultados electorales habían dejado al Partido Comunista sin representación parlamentaria.
La volatilidad de los electores muestra que quieren protección estatal e iniciativa privada; igualdad y mérito, pero ven que no consiguen todos los objetivos de una vez
Tanto han cambiado las cosas desde entonces, que a partir de ahora, municipios emblemáticos, como el Centro de Santiago, Valparaíso y Viña del Mar, es decir 3,3 millones de chilenos, estarán gobernados por comunistas o por una izquierda al estilo Podemos, y un comunista figura entre los primeros lugares en las encuestas sobre el próximo presidente, que se elegirá a fines de este año.
Descontento
Se ve que los chilenos no están contentos. Las explicaciones son muy variadas. Para algunos, Chile era el país modelo de América Latina hasta que el 18 de octubre de 2019 sufrió un ataque de grupos radicales, con clara influencia extranjera, que encontró enfrente a un gobierno particularmente débil. El problema sería externo al sistema.
Sin embargo, esta explicación, aunque tiene mucho de verdad, presenta algunos inconvenientes. El principal reside en que esa ola de destrucción y violencia, que solo se interrumpió con la llegada de la pandemia, no experimentó el rechazo de la población, sino que fue asociada a esperanzas de cambio. Al parecer, había cosas que no andaban bien.
¿Qué problemas presentaba el modelo chileno? De partida, se fundaba en la promesa meritocrática, pero el instrumento para hacerla posible era la educación, y esta no satisfacía las expectativas. De 200.000 estudiantes en la enseñanza superior en 1990, Chile pasó a tener 1,2 millones en solo veinticinco años. Como es de esperar, los ansiados títulos universitarios ya no significaron lo mismo, y cundió la frustración en las familias de las nuevas clases medias que se habían endeudado fuertemente para pagar unas esperanzas que no se cumplieron.
¿Cuál es el verdadero Chile? El comportamiento electoral de los chilenos resulta difícilmente predecible. Para los extranjeros resulta sorprendente que hayan elegido consecutivamente como presidente a una socialista (Michelle Bachelet), un liberal conservador (el multimillonario Sebastián Piñera) y luego a una y el otro en el mismo orden. Esa volatilidad muestra a unos electores que quieren protección estatal e iniciativa privada; igualdad y mérito, pero ven que no consiguen todos los objetivos de una vez.
Educación y pensiones
En 2006 y 2011 hubo amplias protestas que tuvieron por bandera la educación. En el último tiempo, en cambio, el centro de la discusión estuvo en el sistema de pensiones de capitalización individual, que fue diseñado en 1980 y ha servido de inspiración a otros países. En esa época los chilenos vivían en promedio 69 años, hoy su expectativa de vida de vida supera a la norteamericana. Pero si la tasa de cotización es la misma y la gente vive muchos más años, el resultado serán muy malas pensiones. Como nadie se atrevió a retrasar la edad de las jubilaciones o alzar las cotizaciones, el sistema se desprestigió por el propio éxito de ese modelo que sacó a millones de la pobreza y prolongó sus vidas.
Como la derecha ha hecho suyos proyectos de la izquierda radical, muchos chilenos han perdido el miedo que tenían a los comunistas
Además, con la llegada de la pandemia, la izquierda propuso ayudar a las personas permitiéndoles retirar parte importante de sus ahorros previsionales. Era una fórmula individualista, que dejaba a los más vulnerables desprotegidos en la vejez, y que iba destinada a dejar sin fondos al sistema que ha sido una clave del éxito económico chileno. En efecto, las Administradoras de Fondos de Pensiones invierten los dineros de los cotizantes en acciones de empresas nacionales e incluso extranjeras, lo que entrega un gran dinamismo a la economía. De paso, multiplica esos ahorros de una manera que ningún sistema estatal ha conseguido.
Lo sorprendente fue que buena parte de los parlamentarios de derecha se sumaron a esa iniciativa, que era muy popular, contra la voluntad de su propio gobierno. No ha sido la única reforma importante donde los políticos de derecha han hecho suyos proyectos de la izquierda radical, de modo que hoy no podemos extrañarnos de que muchos chilenos hayan perdido el temor que sentían ante los comunistas.
Confusión en los partidos dominantes
¿Qué esperar del futuro? No todo es negativo. La economía del país todavía presenta un inusitado vigor, ayudado por el altísimo precio que ha alcanzado el cobre, su principal exportación. Por otra parte, aunque el desorden y la confusión cundan en las filas de los políticos de centroizquierda y derecha, en los últimos años ha surgido una amplia generación de intelectuales socialcristianos y conservadores que influyen fuertemente en la vida pública nacional, en un fenómeno que el país no había conocido en los últimos cien años y que podría tener importantes consecuencias en el largo plazo. Finalmente, no solo el comunismo y la izquierda al estilo Podemos han alcanzado una amplia representación en la asamblea constituyente, sino que también ha sido elegido un grupo numeroso de independientes, que constituyen una incógnita. Y la lista antisistema también alberga a algunas personas que simplemente no se sienten representadas por la política actual.
El acuerdo constitucional establece que el nuevo texto debe ser aprobado por una mayoría de dos tercios de los constituyentes. De este modo, la clave está en contar al menos con ese tercio de socialdemócratas, derechistas e independientes que resista las presiones de los radicales y asegure que los chilenos tengan una Constitución que quizá no será muy buena, pero al menos sensata. En suma, ni el Chile de los últimos treinta años ni el de los radicales, sino el Chile de siempre.
Joaquín García-Huidobro
Profesor del Instituto de Filosofía de la Universidad de los Andes, columnista político del diario El Mercurio. Autor de Bencina y pasto seco. La crisis chilena en perspectiva (1990-2020), Tajamar Editores, Santiago, 2020.