Montevideo. El presidente colombiano Álvaro Uribe decidió darse una vuelta por América del Sur a principios de agosto para explicar el uso y fin de las bases que en su territorio utilizará Estados Unidos. Las críticas se habían volcado sobre él y su gobierno: su vecino venezolano Hugo Chávez había clamado contra las supuestas malas intenciones del imperio y el ecuatoriano Rafael Correa y el boliviano Evo Morales le habían hecho eco. La cuestión se había puesto más dura aún para Bogotá cuando un moderado como el brasileño Luiz Inácio Lula da Silva aseguró que estaba preocupado por la utilización estadounidense de esas bases en la región.
La gira de Uribe arrojó resultados diversos para sus intereses. En Bolivia rechazaron de plano la idea de las bases, en Perú las apoyaron abiertamente, en Argentina y Brasil manifestaron el peligro que significaba algo semejante, en Uruguay, Chile y Paraguay respetaron la decisión soberana sobre el territorio colombiano, pero dejaron en claro que ellos lo hubieran hecho de otro modo. Por Venezuela -relaciones “congeladas” por Caracas- y Ecuador -sin vínculos diplomáticos- no pasó.
Con el acuerdo con Estados Unidos, Colombia pretende reforzar la lucha contra el narcotráfico y el terrorismo -enmarcada en la guerra frontal contra las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC)- y extender la abundante ayuda que en este sentido ya recibe de Washington. El entendimiento se centra, básicamente, en el permiso a tropas estadounidenses para que utilicen siete bases colombianas, siempre bajo supervisión de oficiales locales, por un período de 10 años. También, se pretende sustituir la pérdida de la base de Manta en Ecuador, cuyo contrato de utilización por parte de Estados Unidos venció y el gobierno ecuatoriano se negó a renovar.
A Uribe no le perdonan su cercanía de siempre con la potencia del norte, ni que en su lucha contra las FARC haya dejado en evidencia a algunos vecinos por el apoyo a la guerrilla colombiana. Antes de la crisis de las bases, el Ejército colombiano había incautado armas a las FARC que una empresa sueca le había vendido a Venezuela a fines de la década de 1980; Chávez dijo más tarde que esas armas habían sido robadas de un puesto militar fronterizo con Colombia. Con esto y el acuerdo con Estados Unidos, el mandatario venezolano decidió congelar las relaciones diplomáticas con su vecino colombiano.
Una prueba para Unasur
El pasado 10 de agosto se llevó a cabo en Quito, Ecuador, un encuentro de mandatarios de la Unión de Naciones Sudamericanas (Unasur), en la que, por expreso pedido del gobierno de Brasil, el asunto de las bases colombianas a utilizar por Estados Unidos se puso sobre la mesa. Los funcionarios brasileños sostuvieron que se trata de un tema que debe ser discutido a nivel regional y que debe haber un acuerdo entre todos los países sobre las bases extranjeras.
Como era de esperar, Chávez lideró las diatribas contra Uribe y su gobierno, si bien nadie le preguntó al presidente venezolano sobre su escalada armamentística y sus acuerdos con Rusia. Tampoco nadie sacó a colación el incremento del poderío militar de Brasil, que incluye un acuerdo con Francia para construir submarinos nucleares en una región que se supone pacífica y que hace años que no existen enfrentamientos entre naciones. Lo cierto es que la cumbre de Unasur resultó ser una pérdida de tiempo en este sentido: sobre todo porque Uribe faltó, con aviso, a la cita.
La errática presidenta argentina, Cristina Fernández, propuso entonces una reunión presidencial extraordinaria en la turística Bariloche, en el sur de Argentina, para el 28 de agosto, con el único objetivo de discutir acerca de las mentadas bases. Todos aceptaron, también el mandatario colombiano.
Desconfianza entre gobiernos
En esa instancia, la Unasur logró sortear su primer gran escollo en su corta existencia gracias a esa magia que suelen tener las declaraciones finales de las cumbres pese a las notorias divergencias. El texto respeta la soberanía de los países, pero reafirma que las fuerzas militares extranjeras no pueden “amenazar la soberanía e integridad de cualquier nación sudamericana y, en consecuencia, la paz y seguridad de la región”. Es decir, algo muy general y sin nombrar a Colombia o Estados Unidos, país que ha insistido que su intención no es construir bases en territorio colombiano ni provocar ningún conflicto armado.
“Estoy seguro que hemos discutido un mecanismo para que no existan nuevos conflictos de la misma naturaleza”, aseveró el canciller brasileño Celso Amorim. Brasil, por su cintura diplomática y potencia económica de la región, tiene un papel preponderante para que este tipo de crisis no se desboquen.
Sin embargo, la línea chavista mantiene que no existen garantías de que esas bases se utilicen de forma correcta. La conferencia en Bariloche dejó ver cómo el presidente Uribe se convertía en una suerte diana de tiros, donde todos querían hacer blanco.
Aunque al final de la cumbre la región pareció salir fortalecida y unida, el solo motivo de la reunión significó una abierta desconfianza entre algunos gobiernos. Por ahora, las tensiones se mantienen en una retórica, por momentos, de alto voltaje.