El giro chileno hacia la derecha

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El giro chileno hacia la derecha

José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, vencedor en las elecciones al Consejo Constitucional el 7 de mayo (CC Jorge Morales Piderit)

 

Santiago.— Hace un año, Chile acababa de inaugurar un gobierno del Frente Amplio (imitador del Podemos español) y el Partido Comunista. Su popularidad era alta, lo mismo que la aprobación de la Convención que debía elaborar una nueva Constitución para reemplazar a la vigente, que tuvo su origen en tiempos del General Pinochet, aunque ha experimentado innumerables reformas. Unos y otros proclamaban a quien quisiera oírlos que venían a refundar Chile; que todo lo que se había hecho antes que ellos estaba mal; que había que abrir las fronteras a todos y que la suya era una postura moralmente superior a la que representaba la vieja política.

El predominio de la izquierda en la Convención Constitucional era tan amplio, que las propuestas de la derecha fueron desoídas por completo. Con el paso del tiempo empezaron a sonar algunas alarmas, pero tampoco se les hizo caso. Al final, se presentó al país un texto que era una mezcla del feminismo de Judith Butler con el indigenismo de Evo Morales, adornado de un amplísimo catálogo de derechos.

Nuevo intento

El resultado del plebiscito que debía aprobarla el pasado septiembre fue para esa izquierda un balde de agua fría, porque el 62% de los chilenos lo rechazó: de norte a sur, en los sectores acomodados, medios y más pobres, pero fue especialmente notorio en la región con mayor presencia indígena (73,8%): los indígenas no querían una constitución indigenista.

Sin embargo, la izquierda radical es dura de convencer. ¿Qué había sucedido? Según ellos, todo era culpa de la gran prensa, aliada del capitalismo, que había engañado a los electores: fake news, decían. Con un poco más de sentido de la realidad, el presidente Gabriel Boric llamó al gobierno a destacados socialistas, que vinieron a aportar cierta moderación y, en especial, experiencia política.

Había que empezar de nuevo. La mayoría de las fuerzas políticas llegaron a un acuerdo para hacer otro intento. Esta vez, sin embargo, un comité de expertos tendría que elaborar un texto que evitara partir de cero. Además, se acordaron unos contenidos mínimos que debían orientar su trabajo. El 7 de mayo debían elegirse los consejeros constitucionales, que, atendida la caótica experiencia anterior, debían ser sólo cincuenta. En este acuerdo no estuvo presente el Partido Republicano (equivalente chileno de Vox), que es favorable a mantener la Constitución vigente. Entre sus principales banderas de lucha está el control de la inmigración y la seguridad ciudadana. Su líder es José Antonio Kast, el candidato que perdió frente a Boric en la segunda vuelta de la elección presidencial.

Boric, atascado

A pesar del refuerzo de los socialistas, la inexperiencia de los gobernantes es notoria y motivo permanente para el ejercicio del hiriente humor de los chilenos. El mismo presidente Boric realiza constantes gestos para mostrarse distinto de los políticos tradicionales y cercano a las personas, pero los resultados muchas veces no son los esperados. Así, por ejemplo, con ocasión de estas elecciones viajó a Punta Arenas, en el extremo más austral del país. Con alma de niño, se subió a un tobogán con forma de tubo en la zona de juegos infantiles en una plaza, pero al deslizarse quedó atascado.

Boric está atascado entre las dos alas de su gobierno: la progresista radical y la socialista moderada

Esta anécdota muestra su situación política, porque en este plano también está atascado. De una parte, el ala más radical de su coalición lo empuja a tomar medidas que fortalecen la intervención estatal en la economía y a impulsar propuestas “progresistas” a propósito de la mujer, la familia, la inmigración y la seguridad. La influencia que ejerce el pensamiento de Foucault y otros autores sobre ella es enorme, y hace imposible que puedan legitimar el ejercicio de la fuerza pública. De otra, el alma socialista empuja hacia la moderación, el cuidado de la estabilidad económica y el fortalecimiento del orden público. El resultado es un conjunto de decisiones que un día contentan al alma más radical y otro a los moderados, lo que produce la sensación de estar ante un gobierno que no sabe hacia dónde va. ¿Puede resolverse esa tensión? Imposible: Boric está atrapado, como le sucedió en el tobogán. Sin esas dos almas, su gobierno no puede vivir; pero son tan dispares que no lo dejan gobernar.

Para colmo de sus males, la crisis migratoria no ha hecho más que agudizarse; la delincuencia ha crecido de modo alarmante; la economía pasa por momentos difíciles; aumenta el desempleo; el narcotráfico se ha enseñoreado de barrios enteros en las principales ciudades, y en la zona de la Araucanía grupos terroristas realizan constantes actos de violencia en nombre de una causa indigenista que no coincide con las preocupaciones de los indígenas reales. No en vano ese es el principal bastión electoral de la derecha.

La derecha, con poder de veto

En este contexto, el domingo pasado se llevó a cabo la elección de los cincuenta consejeros constitucionales. Las encuestas ya anunciaban un triunfo de la derecha, pero esta vez la realidad superó todas las expectativas, porque obtuvo un 56,5 % de los votos, una cifra única en la historia nacional. La sorpresa mayor, sin embargo, estuvo dada por la nueva correlación de fuerzas en su interior, porque el conservador Partido Republicano superó ampliamente a la derecha tradicional, de hecho, la duplicó en el número de elegidos. Su representación le permite vetar cualquier norma, y si se une a la derecha tradicional, podría aprobar lo que quisieran sin consultar el parecer de la izquierda.

Además, esta elección significó la desaparición del centro político en el nuevo escenario, porque ni la Democracia Cristiana ni los partidos de clara impronta socialdemócrata ni los independientes consiguieron algún representante. La izquierda no alcanzó ni el tercio de los votos y en ella el Partido Comunista (PC) fue el más votado, lo que pone a Boric en una situación particularmente difícil. Afortunadamente para él, los socialistas obtuvieron menos votos pero más escaños que el PC.

El amplio apoyo a la derecha para el Consejo Constitucional puede deberse más al temor al desorden que a la adhesión a los principios del partido de José Antonio Kast

La situación es paradójica en varios sentidos. En primer lugar, precisamente el partido que se oponía a la posibilidad de redactar una nueva Constitución tendrá la misión de liderar el proceso que debería reemplazar el texto constitucional vigente. Si la nueva carta fundamental es aprobada, Boric tendrá que poner su firma y pasar a la historia por una Constitución cuyos términos podrían estar dictados por la derecha. Con razón, en el discurso que pronunció después de la derrota del pasado domingo, Gabriel Boric pidió a los republicanos “no cometer el mismo error que cometimos nosotros”. Las primeras señales que han dado los líderes de este partido han sido moderadas y bien podría ser que las dos derechas estén atentas a llegar a acuerdos amplios con las fuerzas de la izquierda moderada y conseguir que sea una Constitución que represente a las distintas sensibilidades políticas. De ser así, podría ser aprobada sin grandes dificultades en el plebiscito que tendrá lugar el próximo 17 de diciembre, donde Chile podría dar por cerrado el problema constitucional.

Implicaciones para Latinaomérica

Estos resultados llevan a plantear algunas cuestiones importantes. La primera apunta a la influencia del caso chileno en el resto de Latinoamérica, que claramente se ha inclinado hacia la izquierda. Tal como el de Boric, el gobierno de Gustavo Petro ha mostrado gran inexperiencia y persiste en una actitud aún más arrogante. En Argentina, el kirchnerismo experimenta serias dificultades, de modo que no sería extraño que, al menos en estos tres países, el panorama político cambie radicalmente dentro de unos años. El destino de esta región parece ser que los gobiernos deban entregar el poder a las oposiciones cuando terminan su periodo. Todo esto da muestras de una población descontenta con la clase política.

Por último, cabe preguntarse si Chile, de pronto, se volvió conservador. No parece ser exactamente así. Las encuestas muestran a un país donde el secularismo ha hecho grandes avances, las personas son cada vez más individualistas, y en los temas sociales piensan muy distinto de hace diez años. Es verdad que el programa de los republicanos tiene un claro talante conservador, que no oculta. Pero es muy posible que los motivos que llevaron a los chilenos a darle un apoyo tan amplio tengan que ver más con el miedo ante el desorden que con la adhesión a ciertos principios. Son las mismas razones que hacen que hoy la aprobación a la policía esté por las nubes, cuando hace apenas dos años su prestigio era mínimo.

A esto se suma que, en el contexto hispanoamericano, Chile siempre haya destacado por su aprecio por la legalidad, el mismo que hoy está amenazada por la inmigración ilegal, la delincuencia, el narcotráfico y el terrorismo en algunas zonas del país. Quizá detrás de esta elección esté Hobbes, con el papel que le atribuye al miedo como componente esencial de la política. O tal vez sea simplemente Andrés Bello –autor intelectual de la estabilidad institucional chilena en el siglo XIX–, y su idea de que sólo puede haber libertad allí donde un gobierno tiene la fuerza suficiente para garantizar el imperio de la ley que la hace posible.