Contrapunto
Lo que se llaman «reformas audaces» en un régimen comunista consisten en acercarse con timidez y a regañadientes a lo que es normal en los países no comunistas. El gobierno de Cuba acaba de dar uno de estos pasos al permitir que los campesinos individuales, las cooperativas y las granjas estatales vendan sus excedentes agropecuarios a precios libres, tras entregar al Estado las cuotas de producción previstas.
Los mercados libres campesinos habían estado ya antes en vigor, pero Fidel los clausuró en 1986 para impedir lo que consideró un enriquecimiento ilícito, incompatible con el socialismo. «Hoy el problema político, militar e ideológico de este país es buscar comida», ha dicho Raúl Castro, lo que equivale a reconocer que para resolver la necesidad más básica el régimen tiene que traicionar sus principios. En un inesperado homenaje a la ley de la oferta y la demanda, Raúl Castro estimó que la venta libre de productos agrícolas reducirá los precios ahora vigentes en el «mercado negro».
El castrismo sigue echando la culpa de todas sus desgracias al embargo norteamericano. Pero, a su vez, el gobierno cubano ha impuesto hasta ahora un embargo comercial total a sus ciudadanos: nadie podía vender nada a otro, todo debía ser comprado y vendido al Estado. Este autoembargo es tan dañino o más que el norteamericano. Según el decreto ahora aprobado, los nuevos mercados buscan «desencadenar» las fuerzas productivas del campo cubano. ¿Y quién las tenía encadenadas hasta ahora?, cabe preguntarse. En cualquier caso, esta limitada reforma es un paso en la buena dirección. Ya sólo falta que Fidel Castro levante el resto del bloqueo político, económico e informativo a que tiene sometido al ciudadano cubano. Y las fuerzas así desencadenadas podrían empezar a levantar el país, aun al precio de llevarse por delante al régimen castrista.
Ignacio Aréchaga